«Cautivo y desarmado el ejército españolista, las tropas abertzales han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado». Ya, ya sé que la prensa roja lo cuenta de otra manera; era para resumir, y con la ilusión de que José María Izquierdo incluya el comentario en la próxima edición de Las 1.000 frases más feroces de la derecha de la caverna, que acaba de aparecer en el mercado.
Pero viene a ser lo mismo. Titula Público: «A un paso del fin de ETA». Y, la verdad, no me extrañaría demasiado. Siguiendo aquello del hombre que muerde al perro, la noticia no es que ETA agonice, sino que un grupo terrorista de los años sesenta haya llegado a la segunda década de nuestro siglo. Por lo demás, no hay Ejército que siga luchando después de la victoria. Si ese era el método para acabar con ETA, podíamos habernos rendido a primer hora y nos ahorrábamos este reguero de sangre inocente.
Que conste: les entiendo. Yo era un tierno adolescente la primera vez que oí a un gobernante asegurar, tras un atentando, que eran «los últimos coletazos de ETA», y que la banda pueda anunciar en breve que deja de matar no puede dejar de ser un alivio. Pero miren la fotografía sobre el titular «La conferencia pide a ETA el cese definitivo de la violencia», Kofi Annan dando la mano al presidente de la Diputación de Guipúzcoa, Martín Garitano, un hombre del entorno etarra que ahora le hemos puesto un despacho. ¿Puede alguien sostener, con esa fotografía delante, que hemos vencido a ETA? Y, si el Estado de Derecho no ha conseguido acabar con una banda de criminales, que lo deja cuando le interesa, con la mitad de sus objetivos cumplidos y la otra mitad irrealizables, ¿es algo para celebrar una conferencia internacional? ¿No sería mejor llevar nuestros fracasos en privado?
Hasta El País, que el lunes anunció para ayer un editorial sobre la rimbombante conferencia, se ha debido echar para atrás por no dar con el tono, y nos sale con Novacaixagalicia y Afganistán, que no es momento de indisponerse con nadie.
LA DIGNIDAD DE CARNICERO
Pero el Trasgo quiere ser justo con este rojerío del que trata de ser azote y aplaudir la dignidad de unos cuantos periodistas de la zurda. El otro día cité a Gabilondo y hoy, con mucha más razón, tengo que hacer otro tanto con Carlos Carnicero, uno de esos puros del socialismo a quienes sus camaradas ningunean por serlo demasiado. En su blog (–«El éxito de ETA: «Euskadi es una segunda Irlanda«–) escribe: «La tecnología del tiro en la nuca no tiene nada que ver con una lucha armada en la que es necesario dos bandos. Aquí ha habido víctimas y verdugos. En Euskadi no ha habido una guerra sino el terror organizado por unos pocos para tratar de someter a la mayoría».
Lo que dice Carnicero es evidente, sólo que muy bien dicho y con lúcida contundencia. A años luz de esto otro: «Quizás algún día, en cualquier libro de historia mínimamente riguroso, aparezca una breve referencia a la llamada Conferencia de Paz de Donostia, celebrada el 17 de octubre de 2011». Pero es que nunca he pretendido que todos los periodistas de la contraparte tengan el mismo peso específico, y que también hay distancias, como la que separa a Carlos Carnicero de Jesús Maraña, autor de estas pomposas líneas, en su billete de Público «La puerta de salida».
Maraña se solaza, como un provinciano en la corte, glosando las autoridades y señores importantes que participan en la ‘kermess’, como si la categoría de Pilatos o la de Herodes justificaran sus actos.
Así, mientras para Maraña quienes «siguen hablando de rendición de los demócratas o «equidistancia inmoral» son los mismos que el ex lehendakari José Antonio Ardanza denuncia en sus memorias como «manipuladores del dolor de las víctimas», para Carlos Carnicero la conferencia de Donosti «es una anécdota que revela el fracaso del Gobierno de Zapatero y la dislexia del socialismo vasco, pendiente eternamente de las excentricidades de Jesús Eguiguren, obsesionado por tener una papel en una historia que nunca ha entendido». Ganas dan de añadir que Maraña trata de escribir el epílogo de una historia que nunca ha entendido.
Estoy con ‘Los dos telediarios de ETA‘ del título de la columna de Isaac Rosa, o cuando dicen que «ese final es ya irreversible, y que incluso si volviese al Ministerio del Interior ese Mayor Oreja que ayer mismo insistía en el pacto ETA-PSOE, no habrá ya manera de desandar el camino». Lo que no explican es por qué, en nombre de qué, hay que decirle al mundo entero que aquí a los asesinos les despedimos con honores. «Rubalcaba -concluye Carnicero su columna- ha perdido la gran oportunidad que tenía de demostrar que es algo más que un póster electoral».
Estos sí son los últimos coletazos de una izquierda estéril y descaradamente partidista, la que, en «Atropellos del poder y castigos electorales», fulmina contra el despótico y consensuado bipartidismo’ del que, oh, no se acordó durante ocho años de zapaterismo.