Hemos hablado otras veces de desesperación, de la desesperación de los medios de la izquierda viendo que se les acaba el chollo, la bicoca, la sinecura y el cuento con la previsible victoria del PP. Pero ya es expresa, absoluta.
Les han fallado todos los tiros. El movimiento del 15-M ha sido el bluf esperable, no porque no haya sido multitudinario en ocasiones, sino porque las consignas cada vez más radicales de los indignados han revelado el juego de esta empresa supuestamente «ni de derechas ni de izquierdas», y porque nadie sabe muy bien qué piden o cómo pretenden concretar sus aspiraciones.
Y la traca final, el comunicado de ETA anunciando que abandonaba la lucha armada, ha dejado el marcador electoral como estaba, según las más recientes encuestas. Y no por falta de escenografía, desde las lágrimas de Rubalcaba a las de Patxi López, pasando por los jipíos de Carles Francino en la SER -por aquello de que es radio, el locutor tuvo que anunciar que estaba llorando-, todo muy conmovedor. Parece que fue ayer cuando el candidato socialista fustigaba a los populares por creer a la organización terrorista. Ahora están seguros. Y a cambio de nada, y en la fecha perfecta. Pero ni por esas.
El País abre contándonos que «ETA acordó su final en una asamblea en julio tras el éxito de Bildu el 22-M»; es decir, cuando supieron que habían ganado todo lo que podían ganar. Pero no, ustedes perdonen, que el Tribunal Constitucional dejó dicho que Bildu y ETA, nada que ver. ¿Ustedes entienden algo? Yo también. También nos cuenta El País en su primera que, para más de la mitad de los españoles, la «paz» de los encapuchados hay que cogerla con pinzas, si eso.
Público da directamente su primera a Rubalcaba para que despliegue la artillería pesada, sabiendo que no tiene nada que perder: «Si gobernara la derecha, el comunicado de ETA sería histórico», es la declaración del candidato que han elegido para abrir, de un gusto bastante cuestionable («¡pues tú más!»), sobre todo teniendo en cuenta que ya están diciendo a cualquiera que quiera oírles que el comunicado es histórico. Y verdad de fe, a lo que parece.
En general, al candidato sólo le falta culpar a los populares de la muerte de Manolete en una entrevista de seis páginas. «La derecha pegará hachazos por donde pueda, empezando por la ayuda a los parados». Esto es vil. Insinúa en sus rivales unas como ganas de entrar a saco con el Estado de bienestar, un cierto sadismo absolutamente incomprensible («por donde pueda»), que uno se imagina a los chicos de Rajoy en plan La matanza de Texas. Está, además, el cinismo de pretender que la derecha va a hacer lo que ellos ya han hecho en la práctica, porque hablar de hachazos después de haber dado los más abultados de la democracia tiene su aquel. Por último, apunta donde más puede meter miedo: el subsidio de desempleo, que ellos han hecho especialmente clave al sembrar España de parados. Vil, ya digo.
Pero hay mucho donde elegir. «PSOE y PP no somos iguales. No hay un solo socialista que haya insultado al 15-M». Y es cierto: sólo han creado las condiciones sociales y económicas para que surja. En cualquier caso, haber criticado a un movimiento que, estando ellos en el Gobierno desde hace ocho años, tiene la gentileza de manifestarse frente a una sede de gobierno de los populares sería una muestra de ingratitud manifiesta. ¿No les parece que las palabras del candidato dejan bastante claro quiénes van a instrumentalizar el movimiento en cuanto Rajoy ponga un pie en La Moncloa?
«Ninguna organización terrorista se disuelve hasta que sabe qué va a pasar con sus presos», dice don Alfredo, reconociendo una de las condiciones de este «cese de la violencia sin concesiones». Bueno es saberlo.
«El PP quiere modificar la Ley del Aborto y volver a la píldora poscoital con receta». Lástima, me había hecho ilusiones, pero ahora que lo asegura el señor Pérez ya sé que es mentira. Por lo demás, viendo que el candidato no da puntada sin hilo, es deprimente que crea que el mantener a España como meca del infanticidio preparto es un aliciente electoral.
«Pasaría las sicav de la CNMV a la Inspección de Hacienda. Eso es revolucionario». Podría haber añadido: «Y no lo propuse cuando estaba en el Gobierno porque se me pasó». Curioso, porque el segundo artículo con entrevista lleva por título esta declaración: «Yo soy material probado». Sí, y lo que se ha probado es que nunca ha creído nada de lo que sostiene ahora. Se ve que los ardores revolucionarios le llegan cuando ve alejarse el poder. Creo que pasa mucho.
José Luis Rodríguez Zapatero, de intención o por su mala cabeza, es el presidente que mayor y más agria división ha introducido en la sociedad española, llegando, con la Ley de Memoria Histórica, a remover tumbas para resucitar el olvidado guerracivilismo. Y este anuncio etarra ha mostrado una España intensamente dividida.
El núcleo duro de la derecha recela un pacto innombrable y se pregunta por qué hay, de repente, que fiarse de estos asesinos que hasta el último momento despliegan chulería y absoluta falta de remordimientos.
Casi toda la izquierda, por otra parte, lagrimea de felicidad y no quiere ni oír hablar de justicia o víctimas. Habrá que tragar lo que venga, porque ya no van a matar, que es lo importante. Viene a resumir magistralmente esa postura Manuel Vicent en ‘Los sapos’, su tribuna del domingo en El País: «Puede que cada preso etarra sea recibido como un héroe en su pueblo al salir de la cárcel y salude desde el balcón del ayuntamiento… No pasa nada. Tal vez estos sapos nos sepan a ancas de rana cuando el viento haya limpiado a las palabras de su carga maldita y la paz en el País Vasco el tiempo la consolide como la gran victoria de la democracia. La ETA no va a pedir perdón ni se va a disolver en un acto oficial, pero si no mata, la banda terrorista ya no es nada, se habrá disuelto en el puro flato de palabras huecas, consabidas».
El problema, Vicent, es que cuando has mostrado que matar no paga y ayuda a conseguir tus objetivos, siempre habrá candidatos a recoger la Parabellum que suelten los etarras.
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