Si se me permite apostillar al Santo Padre, la «dictadura del relativismo» que suele denunciar es una estrategia, no un objetivo, de la progresía dominante. Burlarse de la verdad que esgrime el rival es una cosa, pero no porque ellos no tengan la suya, mucho más segura y objetiva. No se extrañen, pues, si se toparon en el Público de ayer con una doble bajo el titular «La verdad del debate». Nada de «nuestra opinión sobre el debate», no: la verdad. Ole.
Con esto ya añado, por si no fuera evidente, que el encuentro aún colea en la Prensa. Yo lo vi, y en ningún momento me pareció que mereciera el epíteto de inolvidable, aunque los medios no piensan lo mismo. Pero la verdad no debe ser tan cegadora que no dé lugar a muchas sombras, y si para el diario de Roures «El PSOE encuentra en el debate oxígeno para su campaña» y para el de Berggruen (‘El País’) el combate televisado ha sido «Un revulsivo para los indecisos», El Periódico de Catalunya agua considerablemente la fiesta con los fríos datos: «El 67% de votantes del PSOE creen que Rubalcaba no ganó el debate«. Se siente.
OTRA VEZ LOS MERCADOS
Un titular de Público –15-M: «El debate lo ganaron los mercados»– me ha inducido una sensación de ¿qué fue de? ¿Se acuerdan de estos indignados? Toda la izquierda mediática -reticentemente El País, entusiastamente Público- insistía en que el movimiento era masivo, imparable y había venido para cambiar irrevocablemente la vida política. Pero todavía no hemos empezado a calentar las urnas y ya han desaparecido. De los 100 minutos de debate, los candidatos les dedicaron exactamente un 0%. Nada, cero, nothing. De Rajoy podíamos esperárnoslo, pero de Rubalcaba… Si quieren más prueba de que son un movimiento irrelevante, la verdad, no se me ocurre.
Con los 15-M coincide Lara, don Cayo, que parece en apretada competencia con los indignados para ocupar los márgenes de más extremos de la vida política. Nos lo cuenta Público: «Lara: Ganó Botín y el bipartidismo y perdieron los 5 millones de parados«. ¡Señor, dame paciencia! Esta casta abominable de paniaguados de la política aún tiene la desvergüenza de culpar a Botín, no, de culpar a cualquier otro fuera de su camada, del paro en España. En, digamos, la Alemania de Merkel, no faltan banqueros, pero sí parados. En cambio carecen de un partido comunista cuyo líder -como su predecesor, don Cayo- tenga 300.000 euros en fondos de inversión en un banco, custodiado por un ‘botín’ o su equivalente.
Iñaki Gabilondo es genio y figura en la visión del debate que da en su prédica de la SER, «Acabó el technicolor, vuelta al blanco y negro«, un ‘transicionita’ pata negra. Para Gabilondo, el debate fue «brillante liturgia, gran ritual de la democracia» del que disfrutamos antes de volver a la gris realidad de los condicionamientos políticos. Este nivel de frivolidad da la medida de un periodismo político progresista que se solaza con símbolos y retóricas, debates y apaños, y desprecia la realidad diaria del país que, en cualquier caso, se soluciona con más política. ¿Technicolor? Me temo que para la mayoría de los españoles aquello fue el NODO.
MALABARISMOS
Igualmente ficticio, sólo que con un lenguaje algo más técnico, es el diario de Berggruen en su primer editorial, «Déficit y recesión», donde siguen los equilibrios para negar la realidad financiera y económica europea con un keynesianismo pasado de fecha. «La recesión que se avecina reclama políticas de estímulo, que no se pueden aplicar si los recursos públicos están totalmente esterilizados por las exigencias de reducir el déficit a toda prisa y a cualquier precio», dice El País. «No se trata de incumplir los compromisos de estabilidad, sino de que Europa proponga, en el momento adecuado en que no afecte a los mercados, un calendario más razonable de cumplimiento. Un nuevo pacto que haga posible controlar el déficit y, al mismo tiempo, disponer de la inversión suficiente para incentivar el crecimiento».
Es, se habrán dado cuenta, la versión económica y europeísta del discurso gabilondesco: un pacto más, un nuevo compromiso político y la realidad económica desaparecerá como por ensalmo, no estaremos endeudados hasta las cejas y el león dormirá junto al cordero. La cruel realidad es que el invento keynesiano nunca tuvo mucho sentido, y que si funcionó fue en unas circunstancias muy peculiares de expansión económica y demográfica y actuando sobre un exceso de ahorro considerable. Pero eso ya acabó, abramos los ojos y dejemos de marear la perdiz.