Por decirlo en lenguaje de los viejos predicadores cristianos, quien evita la ocasión, evita el pecado
Luego dirán que el Trasgo se repite, pero es que mi querida izquierda mediática está que ni el ajo. Camps…, Zzzzz, Urdangarín… Camps.
Uno no puede tener demasiados opiniones diversas sobre el mismo tema.
Si ‘Público’ titula con cuerpo de letra de tabloide británico anunciando la Tercera Guerra Mundial (y en rojo) «CAMPS URDANGARÍN» (no es broma), mis posibilidades de parodiarles se reducen a cero.
Oh, bueno, esta mañana un lector me reprochaba que (a su juicio) hiciera de menos las culpas de Camps cuando ironizaba sobre la obsesiva atención que le dedicaba el rojerío periodístico.
La nuez del mensaje venía a ser que la corrupción, en los ‘nuestros’, siempre parece menor que en los ‘otros’. Nada más lejos, créanme.
Varas de medir
Pero me veo obligado a explicar por qué el ‘all Camps all the time’ de mis colegas de la zurda me produce tanta hilaridad.
Tengo, sobre todo, tres motivos (no va a ser Escolar el Chico el único que divida por puntos sus, ah, pensamientos): porque es desproporcionada, porque es carcajeantemente parcial y tuerta, y porque jamás extraen las conclusiones obvias de este y otros casos similares. Vamos por partes.
Es desproporcionada porque, en el país de los gobernadores del banco central que se llevaban los millones a sacos y los directores generales de la Guardia Civil que hacían de ladrones, los tres tristes trajes de Camps es corrupción de aldea.
Es tuerto porque es, digamos, difícil mantener la ‘suspensión de la credulidad’ necesaria para disfrutar de las diatribas veterotestamentarias de un Marco Schwartz o un Jesús Maraña, cuando el mismo papel que quiere hacer del compadreo valenciano una ‘cause célebre’ de nuestro tiempo silba indiferente ante los encuentros del ministro de Fomento con un empresario en una gasolinera.
Digamos que es como cuando Escolar el Chico viene a traer fuego al mundo contra un ERE de Telefónica y mira al tendido cuando Roures entra a saco en la plantilla de ‘Público’. Ya digo, como que no cuela.
Pero me interesa más lo último. Iñaki Gabilondo, ‘pope’ de la progresía bienpensante, aborda el asunto en su prédica diaria en Cadena SER, ‘La adormidera’, donde consigue entenderlo todo mal, para no perder la costumbre.
Habla de los casos de Camps, Chirac, Urdangarín, y del poder «como adormidera de conciencias». Hasta ahí, perfecto.
Describe cómo, quizá incluso sin advertirlo, el poderoso, que se ve rodeado por aduladores que le tratan como a un califa, se deja arrastrar a abusos cada vez más inexcusables.
Cita, en fin, ese «poder omnímodo a salvo de cualquier tipo de problema con la Justicia» que ciega al gobernante con tal convencimiento que casi creí que iba a acertar en la conclusión.
Pero hay imposibilidades psicológicas como las hay metafísicas, y una de ellas es que la izquierda entienda lo obvio.
En la segunda parte de su sermón nos dice que esa era de impunidad ha terminado, que «la gente ha despertado y se ha convertido en muy exigente» en temas de abuso de poder, que «ha sonado el despertador y a partir de ahora ya no va a estar permitida esa adormidera», Oh, Iñaki, con lo cerca que estabas.
Los tres casos que cita pueden demostrar muchas cosas, pero no que la gente esté especialmente sensibilizada o que ahora vaya a ser más difícil abusar del poder.
A ver, si Camps ha acabado en el banquillo es porque en Madrid había un Gobierno socialista; en el caso de Chirac, los cargos se refieren a actuaciones con décadas de antigüedad, y ha tenido que pasar el ex presidente francés a la reserva más absoluta para que salgan a la luz. De Urdangarín hablaré en otra ocasión.
Lo sorprendente es que Gabilondo (o ‘El País’, o ‘Público’) no extraigan de la riada de casos de abuso (susceptibles o no de acabar en los tribunales) la conclusión obvia que tradujo Lord Acton en frase tan elegante: el poder corrompe.
No es TAN difícil. O, por decirlo en lenguaje de los viejos predicadores cristianos, quien evita la ocasión, evita el pecado.
Jesús Maraña, director del diario de Roures, escribía ayer un billete, «Hacia un ‘mini sector público», donde atacaba contra los intentos de reducir en algo al voraz Leviatán.
«Todos los estudios basados en datos oficiales de Eurostat analizados por la Organización Internacional del Trabajo o la OCDE indican que el número de funcionarios, el peso del sector público, el coste salarial del mismo y el gasto público por habitante en España están por debajo de la media de la UE-15. Pero no importa. La patronal va a lo suyo».
Lo de la ‘media europea’ es no por repetido menos estúpido: ¿deberíamos aumentar nuestros niveles de robo con fuerza si por azar estamos por debajo de la media? Creo que es llevar el papanatismo eurómano demasiado lejos.
En ningún momento se pregunta si el sector público es excesivo, ni tampoco si dar tanto poder a los políticos guarda alguna relación con la multiplicación de los abusos. Mejor seguir con lo de los trajes…
NOTA.- leer artículo completo en La Gaceta.