Unos y otros, son muchos los diarios que se preguntan lo que El Periódico de Catalunya plantea a las claras en su primera: «¿Sale caro el Rey?». El País, al menos en su primera, no se moja y titula telegráficamente: El rey hace público un sueldo de 292.000 euros al año.
Pero Público no puede dejar pasar esta. Aprovecha la feliz circunstancia del anuncio de congelación del Salario Mínimo Interprofesional para dividir su primera en dos espacios relacionados, el primero con el titular «Rajoy congela el SMI por primera vez en 45 años» (recuerden: no tituló «Zapatero retrasa la edad de jubilación por primera vez en la historia») y el segundo con este otro: «El Rey cobra cuatro veces más que el presidente». El presidente, añadimos nosotros, no se ha quejado.
Cuentas transparentes
Bueno, es un modo de ponerlo: «cobra cuatro veces más que el presidente» o, al modo de LA GACETA, «cuesta a cada español 19 céntimos al año». No creo que vayamos a salir de pobres recortándolo, ¿verdad? De esta Monarquía podría decir lo mismo que de la vejez: la prefiero a la alternativa. O, por hacer mías las palabras del consejero de Interior de la Generalitat, «Tengo pesadillas cuando un republicano convencido me dice que debemos abolir la monarquía porque el dilema sería escoger entre Aznar o Bono como presidente de la República Española».
El diario de Berggruen da las preceptivas palmaditas en la espalda de Su Majestad a cuenta de las cuentas en su primer editorial, «Cuentas claras«. Lástima que lo haga con ese prurito de no alejarse un milímetro de lo manido, lo monocorde, lo átono y mortalmente aburrido.
Termina: «La exigencia de claridad en las cuentas reales constituye el método más eficaz para salvaguardar el prestigio de las instituciones, tal como reclamaba Don Juan Carlos. Y así parece haberlo entendido la casa real». Si se hubieran quedado calladitos no hubieran dicho menos.
Público es bastante menos benévolo. Para su jefe de Opinión, Marco Schwartz, «La Corona revela una parte de sus cuentas«. Nada más que parte, porque «no incluye muchas otras partidas procedentes de diversos ministerios -Presidencia, Exteriores, Interior, Defensa y Hacienda- por distintos conceptos, como personal, transportes, seguridad, viajes, mantenimiento de inmuebles, etcétera. Resulta imposible confirmar la extendida versión de que la monarquía española es de las más austeras del mundo y de las menos onerosas para los contribuyentes».
En cuanto al salario mínimo, Alemania, Suecia, Austria, Dinamarca y otros estados tercermundistas lo tienen congelado en cero, y tampoco se puede decir que les vaya tan, tan mal. En Suecia hace un mes que lo introdujeron.
A El País no debe quitarle tampoco el sueño, que no le dedica ni un mal editorial. Pero a Juan Carlos Escudier, en el diario de Roures, la cosa le asusta. Señala en su columna «Competitividad aterradora«: «Si a las pequeñas y medianas empresas, que son casi toda en este país y cuentan con escasa presencia sindical, se les permite descolgarse de las moderadas subidas salariales pactadas en ámbitos superiores, habrá entrado en vigor para sus trabajadores la ley de la selva. ¿Qué empresa con una bolsa de cinco millones de parados a los que poder recurrir mejorará el sueldo de sus empleados si se les permite no hacerlo y, paralelamente, se les facilita el despido de los díscolos a precios de amigo? Vamos camino de ser tan competitivos que asusta».
La cosa va un poco de lo del huevo y la gallina, Juan Carlos: ¿qué fue antes, el paro de cinco millones o un mercado laboral rígido como una tabla? ¿Podremos acabar con ese paro y empezar a crecer si seguimos como hasta ahora? Si la carne de trabajador se va a poner tan baratita como presumes -probablemente, con razón-, ¿no hará eso más atractivo contratar, bajando en picado el desempleo, elevando la producción y, a la larga, devolviendo los salarios a niveles más altos? No sé, me pregunto.
Begoña Huertas, también en Público — El discurso monocorde –, encuentra insoportablemente monótono el discurso político actual: «Ahora, realmente, vivimos una especie de presente insoportable. Sin futuro a la vista, pero también sin referencias al pasado, como si todo esto de la crisis hubiera surgido de la nada. «Estamos en recesión», «reducir el déficit», «necesarios los recortes» son los tres golpes de tambor que resuenan en el vacío.
Se baila en una especie de limbo al son que marcan los mercados. Ni se mira hacia el origen de la crisis ni se proyecta un modelo de sociedad futura. Tampoco se mira a los lados en busca de otras ideas ni de otros enfoques. Es un baile en torno a una obsesión: austeridad, austeridad, austeridad».
el origen de la crisis
No puedo estar más de acuerdo con Huertas. Sería muy necesario mirar hacia el origen de la crisis, revisar el alocado keynesianismo que nos ha permitido vivir como reyes de prestado, dejándolo todo perpetuamente a deber, mientras desde el poder se miraba con desconfianza y hostilidad a cualquier intento de actividad productiva, como si fuese más bien delictiva. Es hora de explicar que, para repartir riqueza, previamente hay que crearla. Hay que dejar de ver a los empresarios como los malos de la película y de estrujarles como a un limón. Pero algo me dice que el resultado de la investigación no iba a gustar demasiado a los chicos de Roures.
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