Cuando una puerta se cierra, una ventana se abre. Aún vivía el duelo de la muerte -¿asesinato?- del diario Público cuando se lanza, de la mano de Prisa, El Huffington Post en español, del que preveo va a darnos alegrías sin cuento.
El Huffington Post es Público elevado a la enésima potencia, al menos en organización. Si en el manuscrito rouresí teníamos un empresario trotskista que se desentendía de su papel y aplicaba la reforma laboral que tanto había criticado para recomprar la cabecera limpia de polvo y paja a través de una ‘constructora’, en este exquisito producto tenemos lo último de lo último en modelos laborales de última generación: tú escribes, yo cobro y no te pago.
Un modelo para una crisis
¿Cuántas veces lo he dicho? Ser rojo es maravilloso. Si uno no tuviera ese salvoconducto, esta coartada para todo, ¿cómo sacar adelante un producto en el que unos cardan la lana y otros se llevan la fama o, de otra manera, unos cobran y otros escriben? ¿Veremos a la plataforma Gratisnotrabajo de periodistas poner el grito en el cielo, o se ablandarán porque al fin no lo hace Intereconomía sino los oh tan progre-chic de Prisa?
Pero no es improbable que esté a estas alturas, querido lector, desconcertado; quizá eso de El Huffington Post le deje frío y no sepa de qué demonios estoy hablando. Se lo resumo. Hay una greco-americana, Arianna Huffington (nacida Stassinopoulos), que se casó con un millonario senador republicano, se convirtió en columnista conservadora y, con el tiempo, advirtió que la vida era mucho más fácil y agradable defendiendo las tesis progresistas. Nació así, en Internet, El Huffington Post, básicamente un escaparate donde se enlazaba a blogs con cierta fama y seguimiento.
El negocio sólo podía haber sido concebido por la izquierda caviar: yo me llevo el dinero y tú pones el trabajo. Quienes proporcionan el contenido de la dichosa cabecera no cobran un duro de esta. ¿No les parece deliciosa la fórmula? Es una cuestión de prestigio. Por estar en El Huffington Post. Que es prestigioso porque contienen blogueros de categoría como… ¡Ups! Algo circular el razonamiento, quizá…
Oh, bueno. El caso es que Prisa, cuyo consejero delegado, Janli ‘Académico’ Cebrián, va por la vida de especialista en nuevos medios y profeta del apocalipsis mediático, ha contratado con la greco-americana -¡‘timeo danaos et dona ferentis’, Janli!- para hacer el brillante… eh… ¿medio? en versión española. Y se presentó ayer. En medio de las carcajadas de muchos y las críticas del resto.
La cosa la ¿dirige? Montserrat Domínguez, con un historial impecablemente de progreso y que declara en la versión ‘online’ de la cadena amiga -la SER-: «El que publique en El Huffington Post no va a llevar a cambio una retribución económica, pero sí una retribución moral».
No sé cómo a la Báñez no se le había ocurrido todavía este argumento: eso sí es una reforma laboral, y no lo que ha puesto a nuestro dúo cómico, Méndez & Toxo, tan de los nervios: que las empresas paguen en retribución moral. Oh, vale: sólo la que tengan empresarios de progreso.
Aparte de todo, la iniciativa parece descerebrada incluso para un gestor tan nefasto como Janli. No estoy al tanto de las condiciones, pero por lo que he leído de la Huffington, la broma no les ha podido salir barata a los de Prisa. Y, pensándolo un poco, podría haberle salido casi gratis
Quiero decir, en Estados Unidos El Huffington Post tiene cierto nombre, algún prestigio, pero ¿aquí? Quien lo conozca y le guste se sentirá de lo más irritado cuando, como yo, teclee la dirección acostumbrada para leer a sus blogueros yanquis preferidos y encuentre que se les redirecciona a la versión española, indeciblemente cutre.
‘Gratis et amore’
Si la idea es no pagar y tener a blogueros de cierto predicamento, ¿qué falta hacía abonarle un euro a la señora Arianna, a quien aquí no conoce nadie? ¿Es mero esnobismo, es un medio sólo para periodistas, una de esas ocasiones en las que se está pidiendo a gritos la presencia del Señor Lobo?
Por un sentimentalismo corporativo que ustedes serán tan amables de disculpar, lamenté el cierre de Público. Eran en torno a un centenar de profesionales que se quedaban con lo puesto, y eso duele. Ahora, fuera de Montse y dos o tres diseñadores -que no parecen saber siquiera usar el Paint con cierto arte, a juzgar por su horrorosa primera ‘portada’-, esta broma ‘editorial’ podía cerrar esta tarde sin que nadie sufriera por ello, sin contar con que al resto de la profesión nos pone en situación algo desairada, con la perspectiva de vivir del aire y la ‘retribución moral’.
Eso sí, tienen nombre para que escriba Alfredo Pérez Rubalcaba en su primer número, ‘El Valor de la confianza’. Dice: «Hay muchos españoles que lo están pasando muy mal y reclaman este esfuerzo». Pues para esto…
Lea artículo en La Gaceta.