Veinticuatro horas antes de escribir este repaso diario a las columnas de opinión de la prensa de papel del 13 de noviembre de 2012, acuñamos desde este mismo espacio la expresión ‘principio del catalagotamiento’.
Si usted, estimado lector, no tiene a bien asomarse a este ‘Afilando columnas’ cada jornada laboral, le explicaremos que se refiere a aquel fenómeno por el cual cuanto más se acercan las elecciones autonómicas convocadas por Artur Mas, menos artículos de opinión se publican sobre Cataluña en general y sobre su nacionalismo en particular.
Un día más, vemos como se confirma el citado ‘principio del catalagotamiento’, producto sin duda de la saturación que ha habido durante casi dos meses a partir de la manifestación independentista del 11 de septiembre del 2012. Cuando nos asomamos a la prensa de papel del 13 del noviembre nos encontramos con que las cuestiones que predominan son dos: los desahucios y la huelga general convocada para el día siguiente. Cataluña tiene su espacio, pero mínimo.
Antes de entrar en materia, les adelantamos algo curioso: en El País hay quien ya da explicaciones sobre el fracaso de una huelga que todavía no ha tenido lugar, mientras que en el ABC un columnista explica por qué puede ser un éxito. Si una alcaldesa del PP firma contra las medidas de un Gobierno regional de su partido, ¿por qué no van a escribir los articulistas justo lo contrario de lo que se puede imaginar que hagan?
Por cierto, que hay hasta quien presume de que su periódico es más generoso que la competencia en los despidos masivos.
Nos referimos a Lucía Méndez, cuyas posiciones ideológicas por lo general parecen más propias de la responsable de Opinión de Público que de quien ejerce esas funciones en el diario de Pedrojota Ramírez. En Autoridad Moral, la de El Mundo lamenta que los ciudadanos no crean en los sindicatos:
Una de las peores consecuencias de esta crisis es que ya no se puede creer en nada ni en nadie. No es sólo la autoridad moral de los políticos la que está bajo mínimos. También la de los sindicatos que mañana han convocado una huelga general, a pesar de que saben que no va a servir para que el Gobierno cambie de política. Es la segunda huelga general en lo que va de año y la movilización que logren UGT y CCOO -sea poca o mucha- será otra válvula de escape más de la indignación social por el empobrecimiento de las condiciones de vida de los españoles. Se ha demostrado en estos días que los grupos organizados para detener los desahucios hipotecarios son mucho más eficaces que los sindicatos a la hora de provocar cambios en las políticas gubernamentales.
Reconoce, eso sí, que los de Toxo y Méndez se lo han ganado a pulso:
A UGT y CCOO no les ha temblado el pulso al aplicar la reforma laboral pura y dura de 20 días por año trabajado a algunos de sus propios empleados. No es oro todo lo que reluce ni las proclamas se corresponden con los hechos.
A continuación, lo más destacable del texto, un cañonazo contra El País y Juan Luis Cebrián. No cita ni al periódico ni al editor por sus nombres, pero son fácilmente reconocibles:
No sólo los sindicatos han perdido autoridad moral. También algunas empresas de comunicación que diariamente dan lecciones de ética y pulcritud. Está reciente el caso de un importante diario español cuyas páginas lloran mucho por los recortes de los derechos sociales de los trabajadores. El millonario editor -faro luminoso de la democracia española- no ha dudado un instante en poner a un puñado de sus periodistas en la calle con 20 días por año, y a correr.
Y acto seguido, saca pecho por cómo despide El Mundo:
Otros medios, como este mismo que tienen entre las manos, se ha posicionado editorialmente a favor de la reforma laboral, si bien han despedido a sus trabajadores con más generosidad y mejores condiciones de las que le hubiera permitido la aplicación estricta de la ley. Hay que revisar muchas autoridades morales en estos momentos.
No sé a usted, querido lector, pero a este humilde lector de columnas le resultan chocantes estas últimas frases. Es lógico que quiera criticar a la competencia cubriendo las propias vergüenzas. También es verdad que las condiciones del ERE de El Mundo han sido mucho mejores para los despedidos que las de El País. Pero aún así, hay cosas de las que uno nunca debería presumir. Y menos cuando se está escribiendo un artículo en apoyo a una huelga general.
Aunque ya sea los de menos, veamos como termina el texto:
UGT y CCOO tienen razón en el lema que han elegido para manifestarse. «Nos dejan sin futuro. Hay culpables, hay soluciones». De lo primero no hay duda con un paro juvenil del 50%. Lo segundo es palabra de Dios. Claro que hay culpables y todo el mundo sabe quiénes son. Aunque la expiación de las culpas está muy mal repartida. De momento, la penitencia corre de nuestra parte. Y puede que haya soluciones en otros mundos, pero no están en éste.
Sobre los desahucios, pero también sobre el Gobierno catalán y el Madrid Arena escribe en ABC Hermann Tertsch. La compasión triunfante es uno de esos artículos que irritará a muchos, muchísimos; de izquierdas y derechas, nacionalistas y antinacionalistas, políticos y críticos con los políticos. Arranca refiriéndose al alcalde de Montoro, que ha ordenado a la policía urbana que no ejecute los desahaucios, aunque tenga «que desobedecer a los jueces»:
No, ha dicho, con la firmeza de quien sabe que tiene la bondad de su parte. Ni leyes ni nada. Ahora ya es famoso y le llaman de las radios. Como a Sánchez Gordillo, el que roba en los supermercados y pega a las dependientas. Y ocupa propiedades ajenas y justifica la violencia y el latrocinio. Todo también por bondad. ¡Cómo cunde la bondad! El alcalde de Montoro también se ha dado cuenta de que merece la pena ser bondadoso. Ya es célebre y querido. Atrás, olvidada, queda su fama de sinvergüenza.
Toda España es un criadero de Robin Hoods. Dispuestos a ignorar las leyes y ser generosos con dinero ajeno. Por eso quien cree y dice que las leyes han de cumplirse, se convierte en problema.
Denuncia que hay una competición para demostrar quién esta más dispuesto a violar la ley «en aras de la bondad». Añade:
Hace mucho tiempo ya que no es un rumor que en España violar las leyes sale gratis.
Violar las leyes ha sido la política oficial del Gobierno catalán hasta entrar en el delirio. Violarlas nos ha convertido en competidores de África en la corrupción. Y cuando algo falla y la justicia se mueve, en campeones de indultos inexplicables. Violar la ley en los despachos o frente al Congreso de los Diputados es ya, más que una conducta, una actitud.
También se refiere a la tragedia de la macrofiesta:
En el Madrid Arena se dieron cita los desprecios a las leyes de todos los implicados. De los organizadores, del Ayuntamiento obligado a controlarlo y de muchos participantes. Y sin embargo, no habría pasado nada si no se hubiera sumado una decisiva violación de la ley tan masiva como fue la avalancha de quienes entraron por la fuerza sin pagar. Después de haber violado la ley fuera en un botellón. No eran diez o doce desaprensivos. Eran mil.
Concluye:
Vayan temblando los débiles que han olvidado que las leyes se hicieron para protegerlos a ellos. Dependerán de la compasión triunfante.
Sin salir del periódico de Vocento, leemos La huelga fría, de Ignacio Camacho, que arrea a los sindicatos al tiempo que rebaja la euforia a quienes predicen el fracaso de la huelga prevista para el día siguiente:
Tal vez no haya habido en España ninguna huelga general precedida de tan poco ruido como la de mañana. A juzgar por la casi nula expectativa mediática, política y social se diría que los sindicatos la han convocado sin convicción y a cencerros tapados, como para cumplir un trámite con su propia reputación.
En general las huelgas se montan contra una ley o una medida específica en busca de una protesta masiva que ayude a revocarla, pero ésta es una convocatoria abstracta, vaga, imprecisa. En términos estrictos se trata de una huelga general política porque va dirigida en sentido genérico contra el conjunto de las reformas, contra el ajuste, contra el presupuesto. Contra el Gobierno, en pocas palabras.
Añade:
Esta gélida temperatura previa puede, sin embargo, resultar engañosa. El malestar ciudadano es lo bastante profundo para provocar una cierta catarsis a poco que encuentre una válvula.
Y si en contra de la huelga está el cansancio social, el desprestigio sindical, la aprensión individual por una jornada de salario descontado y sobre todo la certidumbre general de que no va a servir de nada, a su favor puede funcionar la falta de horizontes de una sociedad que se siente cada vez más vulnerable, más debilitada, más inerme. Más desamparada.
Tras repasar el papel que pueden jugar los funcionarios, también descontentos, y los ‘indignados’, concluye:.
De modo que la jornada de mañana aún puede esconder sorpresas bajo su desangelada atmósfera preliminar. Tiene pinta de fracaso pero no parece buen negocio apostar por las reacciones de un país de ambiente tan enrarecido.
Y si Camacho escribe en el mas veterano de los diarios de la derecha sobre los motivos por los que la huelga podría ser un éxito, en el periódico de la izquierda por excelencia (ese mismo donde aplican de forma inmisedicorde la reforma laboral y al día siguiente la critican con dureza —Estefanía ataca la reforma laboral sin decir que la utilizó El País para despedir a 129 empleados— ) David Trueba corre a justificar su fracaso. Lo hace en Porque…:
El acierto de pasar la escoba ideológica en los medios de comunicación, de retocar el reparto en las tertulias y proporcionar perfiles más favorecedores para las políticas conservadoras se entiende mejor que nunca en vísperas de la huelga general. Se rebaja el mosqueo ante recortes y privatizaciones y se extiende esa afirmación que patentó con genialidad Moncho Alpuente: «La situación es alarmante, pero no preocupante». La opinión mayoritaria es que esta huelga es inoportuna, inservible y poco práctica. Y así un montón de gente desmotivada no irá a la huelga porque no encuentra razones. Pero las razones son como las nubes, para verlas hay que levantar la vista del suelo.
Ya ve usted, querido lector, David Trueba parece haber decidido que el ciudadano medio español es profundamente tonto, que prefiere mirar al suelo y escuchar a los tertulianos de derechas –¿incluirá aquí a las de laSexta y a los miembros de su propio periódico que participan en las tertulias de TVE?– que levantar la mirada y observar la realidad. A este humilde lector de columnas se le ocurren otros muchos motivos por los que muchas personas no secundarán el paro. Por ejemplo, la desconfianza total frente a unos sindicatos que forman parte del problema y no tienen nada que ver con la solución.
Tras afirmar que «falta infamación y sobra propaganda», concluye:
Después de años de tratar de sensibilizar a la clase dirigente y a la cúpula bancaria y judicial sobre el drama de los desahucios, ha hecho falta que se sentimentalice el asunto, con lágrimas y muertos, para arrancar un compromiso. Pero el mérito ha estado en la protesta y la resistencia, en la insumisión social hacia lo rematadamente injusto. La huelga es solo eso, una exigencia de rigor, de autocontrol, un límite mínimo a los depredadores, una nota al pie en los informes que reciben las autoridades europeas sobre nuestro umbral de resistencia al dolor. Queremos cuadrar las cuentas pero seguir vivos.
Curioso. Un artículo sobre la huelga sin citar ni una sola vez a UGT y CCOO. Tal vez sabe que citar esas siglas es la mejor herramienta para desanimar a quienes tienen dudas sobre si secundar la huelga o no.
Hacerse el loco, de Fernando Savater en El País, es uno de los pocos artículos dedicados al nacionalismo catalán. En concreto, reflexiona mucho sobre cómo se le hace frente.
Sostiene que
[Durante años] Lo que se decía y lo que se callaba [sobre el nacionalismo] tenía un cierto tufo de manicomio: o se les daba la razón como a los locos o directamente uno se hacía el loco ante sus razones. Y así hemos ido tirando, hasta que las cosas se han puesto feas de verdad. El separatismo es una enfermedad política oportunista, que ataca a los organismos debilitados por estados carenciales. Y para Estado carencial, el español. Sin embargo, algunos nos negamos tanto a hacernos los locos como a dar por buenas locuras o aceptar fraudes ideológicos. Porque dar por buena y normal la locura en este terreno supone una profunda deslealtad: no con magníficas entidades como España o Cataluña, sino con nuestros compatriotas.
El problema es que, en este asunto, cuanto podamos decir será utilizado en nuestra contra. Por eso resulta tan pueril la pretensión de buscar cambios legislativos para conseguir que los catalanes «estén cómodos» en España. Los catalanes no nacionalistas están comodísimos en España, negocian con ella, viajan por ella como por su casa (que lo es), comparten sus triunfos deportivos o su música, etcétera… la critican y la encomian con total naturalidad. Incluso a muchos nacionalistas les pasa lo mismo. Otros, en cambio, ni están a gusto ni piensan estarlo próximamente porque su razón de ser ideológica consiste en gestionar tal disconformidad.
Savater critica la apuesta actual de muchos por el federalismo. Se trata de una crítica que debe ser resaltara, pues lo hace en un periódico que ha apostado por esa fórmula y él apoya a UPyD, partido que se declara federalista. Sostiene:
Ahora los contemporizadores apuestan por el federalismo, una propuesta que en su día -más anteayer que ayer- podría haber servido para clarificar los límites de los autogobiernos regionales pero que ni ayer ni hoy contentará a quienes precisamente pretenden abolirlos. El objetivo de las federaciones es organizar a quienes están separados y quieren unirse, no dar cauce a la asimetría y la desunión de los ya unidos. Por tanto el federalismo despierta mediano entusiasmo entre los que no son separatistas y rechazo entre los que lo son. Pero lo más sorprendente es que algunos no nacionalistas propongan aceptar como muestra de buena voluntad el posible resultado pro-independentista de un referéndum celebrado solamente en Cataluña, que por lo visto obligaría a replantearnos el Estado español.
José María Marco publica en La Razón un artículo titulado Normalidad y socialismo que contradice una idea que gustan de repetir muchos miembros del PP y numerosos periodistas de derechas: que España necesita un PSOE y unos sindicatos fuertes. El texto del historiador, uno de los intelectuales más brillantes de la España actual, va en sentido radicalmente contrario.
Ante la crisis del socialismo postzapateril, muchas voces reclaman un PSOE fuerte y consolidado. Lo hacen en nombre de la estabilidad del sistema y, al parecer, con la vista puesta en algún posible pacto social y político que nos ayude a salir de la crisis económica e institucional en la que nos encontramos.
Añade:
La propuesta sería digna de ser tenida en cuenta si el PSOE fuera de verdad un partido dispuesto a llegar a acuerdos con su adversario político, abierto al diálogo y a la negociación, con un discurso nacional. No es así, por desgracia, y no va a ser así en mucho tiempo. El PSOE funda su posición en un relato mítico según el cual él trajo a España la democracia y la libertad. Fuera del socialismo no hay nada.
Sobre UGT y CCOO su opinión no es mejor:
Los sindicatos españoles son «lobbies» políticos cuyo objetivo es implantar en nuestro país un modelo -socialista- de relaciones sociales. El resultado es el que vemos hoy.
Concluye:
Lo mejor que podría pasar no es que el PSOE o los sindicatos de clase vuelvan a consolidarse. Lo mejor que podría ocurrir es que fueran sustituidos por organizaciones modernas, relevantes para alguien más que para sus propios miembros, y capaces de presentar alternativas realistas y abiertas a la discusión, no puramente propagandísticas e ideológicas. Eso es lo que ocurre en lo que se llamaba países «normales», los que un tiempo fueron nuestro modelo.