Está el patio informativo como para que se le atraganten a uno las uvas y en vez de desear un feliz 2012 se salte un año, como muy poco. La derecha no está contenta porque el Gobierno está descubriendo hasta qué punto los socialistas han pasado por la Administración como el caballo de Atila. A estos tíos les pones a gobernar Kuwait y a las vuelta de unos años no hay petróleo ni para cargar un mechero. Y la izquierda no está contenta… Bueno, la izquierda no está contenta nunca, por definición, porque la queja es su modo de expresión favorito y porque, esperando la utopía, siempre acaban en la pesadilla. Y, naturalmente, porque sin poder son como un niño al que le quitan la piruleta.
Hay que reconocer que a muchos de los votantes del PP tampoco les ha hecho una gracia loca la subida de impuestos decretada por el Gobierno sólo 10 días después de decir lo contrario.
Promesas, promesas…
Vamos, que se lo han puesto a huevo a la izquierda mediática, y al menos Escolar el Chico, don Ignacio, se ha marcado una columna, «Las promesas rotas«, absolutamente demoledora tirando de hemeroteca, y hemeroteca muy cercana. Seis declaraciones en Prensa y tres vídeos. Nada que reprochar aquí: cualquiera hubiera hecho lo mismo. Nacho, ahí has estado.
Lo que no encontrarán en los papeles del rojerío es un reconocimiento, siquiera de pasada, de que el panorama desolador con que se ha encontrado el PP tenga algo que ver con las dos legislaturas del PSOE. Vamos, que el Gobierno de Zapatero pasaba por ahí, nada que declarar. Son cosas que pasan, oye, y no es momento de andar recordando quién ha andado ciscando en la economía española y quién no todos estos años. Para esas cosas, amnesia histórica.
a la yugular
La izquierda es muy de impuestos, y debería estar encantada con estos que castigan a las rentas más altas (ser rico es siempre un pecado que exige una dura penitencia), pero cuando uno pilla al rival contradiciéndose tan deprisa no es cuestión de andarse con escrúpulos antes de lanzarse a la yugular. «Hacer desde el Gobierno exactamente lo contrario de lo que se defiende estando en la oposición es un fraude a los electores, pero además ahonda en el desprestigio general de la política», abre su billete de Opinión en Público, «Apuntes urgentes sobre el inicio del inicio«, su director, Jesús Maraña. «Hasta el mismo debate de investidura, Mariano Rajoy aseguró que no subiría los impuestos, en coherencia con la máxima liberal de que «el dinero debe estar en el bolsillo de los ciudadanos, no en manos del Estado».
Ya la primera de Público es casi una declaración de guerra: «Menos derechos. Más impuestos», y como antetítulo, repiten la expresión del último día: «Tijeretazo histórico de Rajoy», todo sobre un fondo negro como boca de lobo roto sólo por una fotografía en tira horizontal con la mesa del anuncio (De Guindos, Sáenz de Santamaría, Montoro y Báñez). Ni un punto menos alarmista se muestra El País: «España entra en alerta económica». Glub.
A El País no le ha gustado nada tampoco el paquete de medidas anunciado por el Gobierno, y mira que pedía caña últimamente. No sólo eso, sino que avisa al Gobierno en su editorial, «Un ajuste inquietante«, de que estas medidas «causarán una recesión duradera». ¿A quién van a creer, sino a los mandarines de Prisa?
Entiéndanme, no es que el periódico de un fondo americano de inversión como es El País le haga ascos al palo y tentetieso en materia económica, que para quejarse de eso ya están los bolcheviques de Público y todo sea por los mercados.
Inquietante
No es eso, pero…
«Poco hay que objetar a que un Gobierno aplique un recorte fiscal (más impuestos, menos gastos) de gran envergadura si se aprecia una desviación importante en el objetivo de déficit; la estabilidad de las cuentas públicas fundamenta la credibilidad de los mercados que deben refinanciar la deuda española. Cuanto antes se haga, mejor. Pero lo que es menos aceptable es que los nuevos ministros se hagan de nuevas y rasguen sus vestiduras a propósito de la situación de los ingresos y los gastos públicos».
Vamos, que está muy bien meter tijera, pero no afearle el descalabro al partido que los de Prisa aspiran a recuperar.
«Para el ciudadano, el primer mensaje tangible del nuevo Gobierno es inquietante. Antes de llegar al poder, se comprometió a favorecer la inversión y el empleo, en contra de todas las evidencias conocidas de un ajuste imperativo del gasto, y ahora se descuelga con un recorte demoledor (aunque obligado), una subida tributaria poco equitativa y, al fin, una promesa de recesión. No basta con transmutar verbalmente los tijeretazos en reformas, porque no lo son. Rajoy debe a los ciudadanos una explicación; ayer no fueron suficientes cuatro ministros para pergeñar una».
Se lleva odiar a la iglesia
La verdad es que si sigo citando a El País, papel que en Economía no es fácilmente distinguible de The Economist o Expansión, es porque todavía le hace guiños a los canosos progres que aún lo llevan con orgullo bajo el brazo. Como estos, han prosperado y engordado y están poco flexibles para la revolución, y el corazón ya sólo lo tienen a la izquierda para la cosa cultural. Lo importante es que, después de haber echado una ojeada a la Bolsa, uno pueda seguir sintiéndose del lado de los ángeles leyendo los pellizquitos de monja que un, digamos, Manuel Vicent, dedica a la Iglesia católica. Odiar a la Iglesia se lleva, da caché y, lo que es más importante, no conlleva riesgo alguno.
El citado Vicent tiene una columnita, «En una hora«, donde pasa leve sobre la Misa de las Familias con unas pocas blasfemias, más bien tontas y muy manidas, y cosas como ésta:
«Por encima de los tejados se oye por un megáfono gangoso la plática que dirige un cardenal a una gran multitud de fieles concentrados en una plaza. Este alto presbítero, que está sometido al celibato, habla con suma autoridad de la familia cristiana».
Todo el mundo sabe que Vicent nunca osaría hablar de lo que no ha experimentado personalmente, y que cuando se ha marcado una columna sobre, digamos, Irak, ha sido después de haber servido como guerrillero suní y esforzado marine alternativamente.
Lea La Gaceta