¡Ah, doble consuelo en el kiosco! Ahí está mi Público, vivito y coleando. O coceando, que dicen los yanquis y es especialmente adecuado en nuestro caso, que salen hoy que parece que les falta tiempo para propagar la revolución. «Alemania celebra los ‘dolorosos’ recortes en España», abren en su primer número tras el concurso de acreedores. ¡Ese es el espíritu!
Uno casi se imagina a una implacable Angela Merkel brindando con una copa rebosante de Trockenbeerenauslese por los sacrificios de los Untermenschen del Sur. Contrasten eso con «El Gobierno central sale al rescate de la Comunidad Valenciana» en el ‘diario global’. Sí, probablemente hace más daño, pero es mil veces menos colorido.
Pero estaba con Público, a quien debo dedicar una atención especial después de lo de ayer, que parecía con ‘síndrome de Estocolmo’ y nada cavernario. Ni feroz. Y ellos nunca lo harían…
Andrés Villena me devuelve a mi ser de martillo de rojos con su columna «Sobre Público y seguir adelante«. Que sigan, por favor, aunque sólo sea por estas impagables columnas de rojerío autocomplaciente y oh tan guay. Me ha recordado a una vieja columna de su seguro servidor, «Oh, ser de izquierdas», donde aseguraba que decirse de la zurda era el medio más rápido de proclamarse listo, solidario y culto sin tener que mover un solo dedo.
«La gente de izquierdas, las personas creativas, los que quieren hacer algo nuevo o cambiar las cosas, también se equivocan», condesciende Villena. ¿No les conmueve esa identificación de «la gente de izquierdas» con «las personas creativas»? ¡Y uno que, facha irredimible, pensaba que de la izquierda no sale una propuesta nueva desde hace décadas así la maten!
La columna de Villena es lo que podíamos llamar una elegía preventiva, con sus inevitables caídas en la ironía inconsciente: «Si los peores augurios se cumplen, el liberalismo habrá dado su enésima estocada al propio liberalismo; el mercado de las ideas seguirá controlado por sólo tres o cuatro valedores de un laissez faire que se tornará esquivo y dificultará el crédito bancario al que ose disentir en cierto grado de la doctrina oficial».
¡Ah, cruel mercado! ¿No teníais bastante con hundir nuestra prima de riesgo? Pero esa referencia a todo aquel que «ose disentir en cierto grado de la doctrina oficial» me parece, ¿cómo decirlo?, poco delicado en un grupo que se lo debe todo a no disentir de la que durante siete años ha sido «la doctrina oficial», más bien a proclamarla. Pero nadie, y menos un rojo, quiere parecer que trabaja en algo tan poco glamuroso como es un BOE extraoficial y con mucho colorín.
Pero si uno no puede ponerse lírico cuando llega el concurso de acreedores, ¿cuándo puede? Por eso hoy a Público le paso todo, como la columna de Henrique Mariño, «Para cerrar la herida, abran el periódico«. Yo también soy muy partidario de que abran el periódico, este y ese, y algunos de los tuiteros cavernarios que me siguen me han confesado que, después de leerme, les dan ganas de comprar el diario de Roures para ver si la cosa es como lo cuento. Háganlo, pero después de La Gaceta, por supuesto.
Dice Mariño que Público, con sus defectos, le ha dado voz a la disidencia, a lo alternativo, a la indignación». Y vale, sí, siempre que hablen de la disidencia instalada en el Gobierno, lo alternativo al sentido común y la indignación asentada en el Palacio de La Moncloa, que es una muy agradable manera de indignarse.
Se parece un poco esto, Henrique, Andrés, a lo que dice vuestro colega Aníbal Malvar en la columna de la última, «Los controvertidos»: «Ahora controvertido es cualquiera». Claro que Malvar juega a lo mismo que vosotros, al esnobismo malote de «yo era controvertido cuando todavía no estaba de moda», como vosotros estáis en un periódico que ha vivido del favor monclovita pero todo muy disidente, alternativo e indignado. Faltaría más.
Pero si Público es el ojito izquierdo del Trasgo, el derecho es sin duda el Reverendo Gabilondo, añoso pope de la izquierda exquisita. Por él podría citar la misma canción de Amaral que repopularizó Alfredo Pepunto: «Sin ti no soy nada». El día que se retire guardaré un día de silencio, palabra, si Dávila me deja (que va a ser que no).
Iñaki tiene la rara virtud de ilustrar en cada una de sus prédicas en la Cadena SER los tópicos, tics y manías de la izquierda, como en un museo o un muestrario.
Ayer tocaba «Asomarse al exterior«, una crítica a la obsesión del Gobierno Rajoy por complacer a sus socios europeos antes que al honrado pueblo español. ¿Reímos o lloramos?
La progresía prisaica de la que don Iñaki es genio y figura ha sido la más incansable vendedora de Europa, Europa, Europa en el mercado político patrio; aun hoy su diario, El País, sigue de un europeísta que aburre. Pero, oh, si le hace caso la derechona…