El hombre está hecho de tal manera que, dedicado por mor del trabajo a una cuestión, es difícil que no cobre afecto a sus protagonistas.
Es mi caso, que tras tanto tiempo pasando las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio leyendo la Prensa de progreso, he dado en encariñarme con mis víctimas, vicio censurable en un crítico e imperdonable en un Trasgo. Y es este creciente afecto el que me ha permitido leer la diferencia crucial entre los dos grandes periódicos de la izquierda nacional, el del multimillonario trotskista y el del fondo norteamericano de inversión Liberty, Público y El País, que no es sino generacional.
LAS EDADES EL PROGRE
Público y El País son el mismo progre en dos edades. En Público es impulsivo, utópico, algo incoherente, inexperto y abiertamente intransigente. En El País ha engordado, ha prosperado, aprecia las cosas buenas de la vida, relativiza ideales y ha hecho de la hipocresía un arte.
Con eso se entiende que el diario de Liberty abra su edición de ayer comme il fault, con la noticia seria del momento: «Rajoy: La reforma laboral me va a costar una huelga general». Público, en cambio, no puede disimular su entusiasmo por la contienda en el PSOE que, a efectos del panorama que nos afecta, es peccata minuta: «Zapatero pide juego limpio».
¿De verdad lo que diga ese prócer arrumbado al cajón del olvido sobre un partido desarbolado y obsoleto es la noticia del día? ¡Oh, bueno, todos hemos sido jóvenes!
De su época Público, El País retiene filias y fobias, pero tratadas con artera habilidad. Por ejemplo, apuesta por Rubalcaba, y el otro día, como ya informamos, se descolgó con una durísima diatriba antichaconista. Pero en las noticias se esfuerza por manipular con arte. «Rubalcaba y Chacón se vuelcan por el voto del delegado y no de sus federaciones». Es un titular decentemente aburrido, como corresponde a un diario que es para llevar bajo el brazo y no para leer, pero la foto marca la diferencia, con una cercanísimo Rubalcaba que se deja achuchar por Rosa Aguilar, adorables los dos.
Público es más borroka en todo lo suyo, más a calzón quitado. Así, en la cosa de las primarias Juan Carlos Escudier tira con bala en su columna, «Rubalcaba y la guerra sucia«: «Chacón no mata, pero es bastante mezquino presentarla como el instrumento de unos conspiradores que tratan de poner el PSOE a su servicio. De ser así, tampoco tendrían éxito, ya que el arrobamiento que produce Rubalcaba hace impensable su triunfo en el 38 Congreso. ¡Menudo es el esprínter cuando se presenta a unas elecciones!».
Igual de atolondradamente adolescente se muestra Públicoen su tribalismo. Recuerdo una amiga pijísima que, en las elecciones que habrían de dar la mayoría absoluta a González, me comentaba con aplastante seguridad: «¡Pues claro que va a ganar AP; toda la gente que conozco va a votarles!». Vivimos cada cual en nuestra pecera, y la anécdota me la ha recordado una entrevista a doble página que hace Público a un novelista, un Jonathan Coe, y titulan con una de sus declaraciones: «La mayoría de gente que conozco está decantándose más y más hacia la izquierda«. Sí, y AP arrasó en el 82.
TIRANO BANDERAS
¿No me digan que no les enternece la gran tribuna de los de Roures, «La querella chilena«? El Chile de Pinochet es algo así como la Disneylandia política del imaginario izquierdista. En un tiempo en que la mitad del planeta estaba sometida a atroces tiranías con El Capital como Biblia, este pintoresco general malencarado, diríase que salido de un cuento de Gabriel García Márquez, servía a la progresía internacional como solitaria coartada. Esto era una dictadura, y no lo de Ceaucescu (o Brézhnev, o Mengistu, o Siad Barre, o…). Que diera paso sin un tiro a una democracia y Fidel siga «mandando parar» en Cuba no es algo que deba preocuparnos, ¿verdad, camaradas?
Es como el asunto del anticlericalismo. Nadie gana a los herederos espirituales de Polanco en odio a la Iglesia, pero ellos suelen utilizar a ancianos teólogos despendolados en el posconcilio (léase: Asociación de Teólogos Juan XXIII) para arrearle a la jerarquía. Público les aborrece a todos con loable imparcialidad. «Un obispo equipara el aborto con la esclavitud‘, se escandaliza en una página de cuya versión online dimos cuenta ayer.
Es curioso esto del escándalo y la hipocresía. No es propio de una ideología o religión, sino con el código de pensamiento dominante. El que vivimos convierte en escandalosa la perogrullada episcopal aunque, como ya dijimos, la idea de industrializar la matanza de inocentes en muy respetables centros supuestamente clínicos no me parece igual, sino peor, que la esclavitud. El único nombre que se me ocurre para calificar semejante práctica es cartaginés.
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