La gente no tiene ni idea de lo que le conviene, el personal no sabe ni por dónde le sopla el aire y cada vez que le dejas a su libre albedrío elige lo que le perjudica. Menos mal que la izquierda, madre amorosa, está aquí para obligarnos a todos a hacer lo que ella decida. Por nuestro propio bien, claro.
El problema es que a su modelo sólo le falta estar poblado de unicornios de colores para ser una fantasía perfecta.
Oh, no hablo de mis queridos alternativos, habitantes del Planeta Zorg a juzgar por las noticias que cuelgan en sus ciberpanfletos. Esos, por supuesto. Pero el solemnísimo diario de Liberty también.
LOS POLÍTICOS SABEMOS MÁS…
«El techo de cristal» es una de esas tribunas, tan prisaicas, escritas por los ‘negros’ de conocidos políticos, en este caso Joaquín Almunia y Viviane Reding. Va, como habrán adivinado, del último intento de in- geniería social que quiere imponernos la orwelliana Bruselas en su intento de ajustar las cabezas a sus sombreros: la idea de forzar a las empresas a ‘la paridad’ (con d final) en sus consejos de administración. Es material de derribo, de refrito y brindis al sol, un ‘non sequitur’ detrás de otro.
Asegura Almunia (o puede que Reding) que «incorporar más mujeres al mundo laboral contribuye considerablemente a mejorar la competitividad de Europa».
¿Y eso? No hay explicación. En realidad, incorporar más trabajadores al mercado laboral, en empleos ‘reales’, aumenta la competitividad, sean del sexo que sean. La idea de que las mujeres lo harían de algún modo más competitivo hiede a sexismo. Pero, ah, del bueno.
Además, «un número creciente de estudios muestran una relación entre más mujeres en puestos elevados y los re- sultados financieros de las empresas».
Los ‘estudios’ son como las cabezas: todo el mundo tiene el suyo. Pero imaginemos que es cierto e indudable. ¿Son idiotas los empresarios? ¿Conoce usted alguno que no quiera aumentar su «beneficio de explotación un 56%» (según un estudio que citan)? ¿Sabe más el Gobierno que los empresarios cómo se crea riqueza?
Pero lo mejor, como siempre, está al final: «Romper el techo de cristal para las mujeres en los consejos de administración es un reto común al que se enfrenta la economía europea. Ya no podemos permitirnos malgastar el talento femenino. En estos momentos de grandes desafíos, lo que está en juego es demasiado importante como para mantener el statu quo. Ha llegado el momento de actuar».
¿Hay plantillas para este tipo de lugares comunes de la política? Y no deja de ser curioso que todo un socialista piense que una mujer que no está ‘vendida al capital’ está ‘malgastando su talento’. Y la conclusión de los burócratas, sea cual sea el ‘problema’: imponer y prohibir. La libertad siempre es mala.
Arriba, una de esas tribunas que proporcionan un delicioso estremecimiento proletario a los lectores de El País entre propuestas de ERE y compraventa de valores. La escribe un Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, y se titula, con esa frívola exageración propia de la izquierda, «La fuerza de trabajo no tiene derechos».
Ahora, no cuenten conmigo para des- granar una mera crítica a la reforma laboral del Gobierno. Me parece fácil de rebatir de forma inteligente. Pero cuando don Manuel
dice que «el coqueteo de la izquierda con las clases medias propicia su imagen de ‘derecha blanda», me pierde. Y se pierde.
El obrerismo nunca ha sido otra cosa que una coartada para la izquierda y pretender que la clase media no es ya la inmensa mayoría de los votantes sería suicida. La prueba, el propio Cruz, que no creo que dé clases desde un andamio.
SCROOGE ERA MARXISTA
«La derecha defiende la reforma laboral». Lo leo en ese fanzine digital interino que lleva el nombre de Público.es y que consiste en un diario monumento a la ironía. Sí, don Jaume, la derecha defiende la reforma laboral y la izquierda -¡trotskistas!- se limita a usarla en cuanto aparece en escena. Juzguen ustedes mismos a quién hay que tomar en serio…
También informa, falsamente asombrado, de que Gallardón ha dicho que «hay una violencia de género estructural contra la mujer por estar embarazada». El aborto es el sacramento de la progresía; sólo así se explica la desconcertante y voluntaria ceguera de la izquierda ante los abusos más flagrantes y obvios sobre las mujeres, el atroz y muy capitalista negocio (redondo) de las clínicas -verdadera cadena de montaje de la muerte- y el olvido de las normas más elementales de ética médica. —Gallardón vincula la violencia de género con el aborto—
Nada de lo que ha dicho Gallardón es nuevo, desconocido o extraño, y aún lo debería ser menos para una progresía que ve casos de ‘violencia de género’ en el más inocente desliz y que atacaría con justiciera ferocidad si no se tratase del sacrosanto aborto. ¿He dicho ya antes que la hipocresía es ya un monopolio casi exclusivo de la izquierda?