Me asisto del Diccionario de la RAE, tan denostada últimamente por los ignorantes, para el riguroso uso de “desvergüenza”: 1. Falta de vergüenza, insolencia, descarada ostentación de faltas y vicios. 2. Dicho o hecho impúdico o insolente. Méndez y Toxo, que tanto monta, convocaron la huelga general. Tenía razón Rajoy. El presidente conoce el percal. Según estos dos sindicalistas de oficio y beneficio, la huelga es “justa y necesaria”, utilizando palabras litúrgicas –Sindicatos y sinvergüenzas-.
Comisiones Obreras montó una primera huelga general a Felipe González a los dos años y seis meses de su Gobierno; UGT y CC OO tardaron seis años y un mes en convocarle una huelga general a José María Aznar, que fue declarada inconstitucional cinco años después; a José Luis Rodríguez Zapatero le hicieron una huelga general, considerada light y que fue un fracaso, a los seis años y cinco meses de instalarse en Moncloa; a Mariano Rajoy los aguerridos sindicatos no le han dado ni cien días de gracia. Y es el Gobierno de un partido que recibió el apoyo de la mayoría absoluta de los votantes hace apenas cuatro meses. Una desvergüenza.
La huelga está convocada para el día antes de que el Gobierno presente los Presupuestos Generales del Estado que Zapatero no quiso presentar; tampoco prorrogó los anteriores. Y eso porque había mentido a la Unión Europea y a los españoles en las cifras de déficit y, además, al dejar al nuevo Gobierno sin presupuestos le ponía palos en las ruedas.
Que los sindicatos utilicen en estas circunstancias la palanca excepcional de la huelga general es una desvergüenza. La huelga se convoca cuando el real decreto de la reforma laboral se ha convalidado y ahora comienza su vía parlamentaria como proyecto de ley. Habrá de pasar un debate con enmiendas y modificaciones. Los sindicatos se adelantan al proceso legislativo. Una desvergüenza.
Los sindicatos no dijeron ni pío mientras el paro llegaba a más de cinco millones de españoles y a casi la mitad de nuestros jóvenes. Ahora consideran irrenunciable una huelga que supondrá, aunque sólo la secundase un 30% de trabajadores, una pérdida de 1.000 millones de euros y dará una imagen negativa de España en el mundo cuando más credibilidad necesitamos. Una desvergüenza.
Los sindicatos están anclados en el siglo XIX aunque cobran en euros del siglo XXI. Manejan 100 empresas, con sus consejos de administración y sus órganos de gobierno para colocar a los suyos, reciben en subvenciones más de 100 millones de euros y 500 por vías indirectas: fundaciones, cursos de formación, “memoria histórica”, etcétera, y sus dirigentes están liberados de sus trabajos aunque los cobran, y algunos son consejeros de bancos con sueldos millonarios.
Estamos esperando que el faltón Martínez muestre al conjunto de los españoles su declaración de la renta, cuyas cifras dijo desconocer. Debemos saber cómo cotizan a Hacienda esos 181.000 euros anuales que recibe como banquero, ade más de su sueldo de liberado sindical. Una desvergüenza.
Los trabajadores, que somos todos y no sólo quienes entienden como tales los sindicalistas rampantes, debemos exigir transparencia a los sindicatos, debemos alzarnos contra las oscuras mamandurrias. Es público lo que cobran quienes dependen del dinero de todos: parlamentarios,
políticos nacionales, regionales y locales, dirigentes de empresas estatales, autonómicas y locales, pero una densa sombra envuelve lo que cobran, en cifras reales, no ficticias, los dirigentes sindicales a todos sus niveles. Una desvergüenza.
En este tiempo de inmediatez en la información, el día de la huelga ¿van a ejercer su presión, no pocas veces violenta, los mal llamados “piquetes informativos”? Impiden la libertad de quienes optan por acudir a su trabajo. Una anacrónica desvergüenza.
Los sindicatos han vivido una época dorada como receptores del dinero público dándole cariño al Gobierno socialista. Pocas semanas después de aquella huelga light a Zapatero, colocaron de ministro de Trabajo a uno de los suyos, Valeriano Gómez, que tiene el desahogo de manifestarse contra la reforma laboral. Él no fue capaz de hacer nada mientras crecían los parados. Una
desvergüenza.
Con esta huelga general política, los sindicatos no defienden los intereses de los trabajadores, sino sus propios dineros. Es un clamor de la calle que los sindicatos deberían financiarse con las cuotas de sus afiliados, por cierto cada vez más escasos. Son antiguallas desacreditadas que se deben remozar. Si el Gobierno, en vez de caer en la tentación de achicarse, incluye entre las decenas de miles de millones de recortes que afectarán a todos los españoles una nueva rebaja sustancial en las subvenciones y, en primer lugar, las de los sindicatos, los ciudadanos aplaudirán. Hay que acabar de una vez con tanta desvergüenza.