Si alguien necesitaba una prueba definitiva de que la progresía se ha impuesto como la verdad por defecto en nuestro discurso público, basta ver la insólita conversión de Felipe González en el Maestro Yoda de la política española.
En este país de memoria de pez, Logse y seguidores de Belén Esteban quizá haya que recordar quién fue este sujeto que ahora pontifica como gran estadista y a quien un periodista con fama de malote e irreverente -absolutamente unilateral-, Jordi Évole, hace una entrevista genuflexa.
González, que ha pasado de mediocre abogado laboralista sevillano a correveidile de uno de los hombres más ricos del mundo, el mexicano Carlos Slim, es la perfecta ilustración de nuestra izquierda caviar. Ha estado en campaña en Andalucía, y últimamente ha dicho cosas como «Andalucía será el foco de resistencia, no ante la derecha, sino ante la ola reaccionaria que barre Europa», y otras más divertidas como que pone la mano en el fuego sobre la probidad personal de Griñán, tan puro e inmaculado en sus palabras como «Manolo Chaves».
GUERRA SE FUE
Yo me asustaría. Este es el hombre que puso igualmente la mano en el fuego por su adlátere Alfonso Guerra cuando la oposición pedía su cabeza después de que su hermano Juan pusiera oficina para tramitar debidamente el tráfico de influencia y mucho después de que el señorito tirara de Mystere para ir a los toros. Dijo entonces la famosa frase de que quienes pedían la dimisión de Guerra tendrían «dos por el precio de uno», porque él iría detrás. No hay ni que decir que Guerra se fue y él siguió, que si la tierra es del viento, ni le cuento las palabras de nuestros sociatas.
Si la política, en general, suele tener mucho de expolio, con González fue ya la apoteosis del tonto el último. Hubo de todo y para todos. El gobernador del Banco de España, el hombre que firmaba los billetes, se lo llevaba calentito; como el jefe de los guardias, Luis Roldán; como la directora del Boletín Oficial del Estado, como Malesa, Filesa y Time Export, las empresas creadas ex nihilo para financiar el partido con coimas, como… Oh, bueno: Carlos Solchaga, ministro de Economía, presumía de que España era el país donde uno podía hacerse rico más deprisa, toda una línea programática del más puro sabor obrero.
La verdad de tanta verborrea felipista está en la primera de ayer de El País: «El PSOE se juega en Andalucía su último bastión electoral». Es refrescante tanta verdad, y tan clara: no el «foco de resistencia ante la ola reaccionaria que barre Europa», algo que la comunidad autónoma ni ha sido nunca ni soñado ser, sino la última gran fuente de votos, chollos, prebendas, poder y buena vida del partido que durante más años ha gobernado en la España democrática.
LOS DESCENDIENTES DE AITOR
Hace siglo y pico, Sabino Arana, padre del alucinógeno nacionalismo vasco que padecemos, encomiaba el uso del euskera, sobre todo, porque separaba a los vizcaínos (en su expresión) de los despreciados castellanos al resultar ininteligible para estos, y advertía de que, en el caso de que la raza maqueta aprendiera el noble idioma vascuence, mejor sería para los descendientes de Aitor que aprendieran noruego.
La maravillosa paradoja estriba en que si el particularismo vasco sigue como nunca enrocado en la vida política, la nueva sensibilidad le ha dado la vuelta hasta tal punto a las palabras de don Sabino que ahora el poster boy de la vasquidad y primera de El Correo es Roberto Tananta, un indio kukama de la Amazonia peruana afincado en Basauri que se nos ha vuelto más vasco el Olentzero por obra y gracia del euskera, que está aprendiendo. Imaginamos que el RH, como el valor en la antigua mili, se le supone…
Nos lo cuenta Soledad Gallego-Díaz en «El deber de vigilar las pasiones«, en El País, donde afirma que «los políticos están obligados, sobre todo en épocas de crisis, a bajar las pasiones, a no alimentar los enfrentamientos, a prestar atención y a impulsar escenarios en los que se debate». Esto, traducido, significa: «Aunque toda la progresía mediática nos lanzamos desde el minuto cero de la tragedia de Toulouse a hablar de el resurgir neonazi en Europa y azuzamos el miedo todo lo que pudimos en ausencia total de pruebas, ahora que sabemos que es un yihadista nacional -algo que podría haberse deducido del patrón de conducta de estos grupos y de la estructura demográfica de Toulouse- hay que hablar de otra cosa y tirar balones fuera, que ya no podemos rascar votos». No es una traducción literal, pero seguro que me entienden.
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