Todos los columnistas que se ocupan de los cien primeros días de Mariano Rajoy en la presidencia del Gobierno muestran su enfado, su disgusto o su decepción, sean progres, rojos, liberales o reformistas, porque en España ya se sabe que no hay derecha a secas.
El único que se declara encantado con Rajoy es Fernando Sánchez Dragó, en El Mundo, que no sólo aplaude al gallego, sino que además le pide que apriete más:
La reforma laboral se queda corta y los recortes saben a poco. No negocie. Gobierne. No dialogue. Legisle. No discuta. Decrete. No temple gaitas, por muy gallego que ese instrumento sea. Fraga no lo hacía, aunque las convocaba. Ejerza la autoridad que las urnas le han conferido. Estamos hartos de corrección política. Reduzca en un cincuenta por ciento el leviatán del Estado. Clausure las televisiones públicas, aunque al pedirlo esté yo escupiendo al cielo. Privatícelo todo. Cierre embajadas. Despida a los asesores. Aplique el copago en la sanidad.
Sólo le falta añadir como despedida: «me tiene a sus órdenes, presidente».
En El País, Almudena Grandes coge una pataleta porque el Rey no respetó la jornada de huelga general del 29-M. Estamos ante una falta de respeto a los 10 millones de trabajadores que hicieron huelga. (Aguantaos la risa, por favor.)
«No hicieron huelga por capricho, ni para quedarse durmiendo una hora más, ni para armar jaleo por la calle. Lo hicieron para defender su herencia, el saldo de un siglo de lucha, de cárcel, de muertos que también fueron ciudadanos del Estado español y arriesgaron todo lo que tenían, y lo perdieron, para que sus hijos, sus nietos, llegaran a vivir mejor que ellos. Eso era lo que estaba en juego en España el 29 de marzo, lo que sigue estando en juego hoy.»
Pero si las pagas extras, las vacaciones pagadas, las cestas de Navidad, el empleo fijo… son herencia del franquismo, Almudena, y todo ello se lo empezó a cargar el PSOE.
¿Y qué dice Grandes de los piquetes y las palizas y los insultos a quienes fueron a trabajar y abrieron sus negocios? No dice, aunque suponemos lo que piensa.
Gabriel Albiac elogia en su columna a un tal Domingo Malagón, militante del PCE, que acaba de fallecer y que le inspiró un personaje de una novela. Albiac concluye, rotundo, dogmático, como es él:
«Un clandestino es un héroe. No aguarda recompensa. Es la única nobleza que conocí en mi siglo.»
Y lo dice alguien que es catedrático de universidad y columnista de ABC. Parece que algunos sí han sabido obtener recompensas.
Santiago González dedica su columna a glosar el tema de portada de su periódico, El Mundo, dedicado a las maniobras de Batasuna contra el Estado y los españoles para conseguir su legitimación.
Una democracia y una banda terrorista, empate moral que al parecer no suscita escándalo ante su mero enunciado. Hay que negociar para que la izquierda abertzale «neutralice las estructuras militares de ETA», y su alter ego, los estados (español y francés) ordenen la salida de las Fuerzas de Seguridad y militares que ambos mantienen en Euskal Herria. Los dos iguales para hoy, ya lo explicó Jon Juaristi mediante una boutade cargada de sentido: «qué desgracia más grande compartimos: a ti te han matado al padre y yo he perdido el bolígrafo».