Luego dirán que soy yo, que son cosas del Trasgo, ese facha feroz que ve gigantes donde sólo hay molinos. Que insisto demasiado en que la izquierda es una rebelión contra la realidad.
Ayer veíamos a una entusiasta visionaria urgiendo a que se destinen fondos para la creación de úteros artificiales, porque hasta que la mujer se libere del embarazo no podrá ser igual al hombre. Ahí está todo: el odio a la realidad biológica, la obsesión por una igualdad imposible y empobrecedora y la ingenua creencia de que siempre habrá dinero para cualquier cosa que se le ocurra al progresista.Supongamos que…
Pero esta experta en bioética era sólo un caso extremo y, en cualquier caso, no es significativa. La izquierda no es eso, ¿no? Quizá no. Pero la izquierda sí es esto: «Para avanzar, a veces es necesario tomar los deseos como realidad». Lo dice en El País el cineasta francés Robert Guédiguian, en una entrevista titulada con una de sus jugosas declaraciones: «Creo y espero que el señuelo del capitalismo se está hundiendo«.
Nunca le estaré lo bastante agradecido a este doctrinario del rojerío exquisito por una definición tan perfecta: confundir los deseos con la realidad. Oh.
El caso de Iñaki Gabilondo ayer en la Cadena SER no es exactamente eso, pero casi. Gabilondo, en su habitual prédica («¿Dónde está Rajoy?«) se pregunta por qué el presidente del Gobierno no se somete a una entrevista en profundidad en televisión. Iñaki cree que estamos siendo tratados con muy poco respeto y que el presidente del Gobierno no está actuando como tal.
¿Puedo despotricar un poco de mi gremio? ¿Sí? Pues, ¡qué cruz! Gobernar, Iñaki, no es hacer el tour, no es salir de gira. Gabilondo es de la tribu de los periodistas transicionitas, esos que se acostumbraron al colegueo con el poder, a que los poderosos concibieran su labor como una de comunicación; de hecho el propio PP lleva unos días haciendo examen de conciencia y sondeando su alma y concluyendo que tienen -lo han adivinado- «un problema de comunicación».
Uno está ya frito de la frase. Si un partido pierde las elecciones es porque «no ha sabido comunicar bien» su programa; si las masas se le vuelven levantiscas, todo es porque no se ha explicado como debe.
Basta. España tiene problemas serios, muy serios, que no van a desaparecer porque Rajoy contrate un ejército de expertos en relaciones públicas. Su subida de impuestos ha indignado a buena parte de sus fieles, y no hay mago de la comunicación capaz de hacer que duela menos a base de verborrea. Dejen, queridos políticos, amados colegas, de tomarnos por idiotas.
«Los mercados acentúan el ataque». El titular de apertura de El País también roza el wishful thinking: si el Papa o los obispos arremeten contra esto y aquello, los mercados atacan. De tanto oírlo/leerlo, uno se imagina a los célebres mercados como una versión especialmente sádica de los Delta Force americanos.
La realidad es menos emocionante. Esos mercados representan a cientos de miles de ahorradores que no quieren tirar su dinero, muy comprensiblemente, y todo su ataque consiste en no prestar a quien piensa que puede no devolverle el dinero. Mejor lo del ataque, ¿no?, dónde va a parar…
Venga, más titulares de ciencia-ficción, este del fanzine heredero de Público, Público.es: «El PP evita garantizar los servicios sociales básicos». Estos están casi como Iñaki, con la idea de que todo va de palabras, que si el Gobierno «garantiza» los servicios básicos ya no hay nada que temer. Voy a contarle a los chicos dos secretos por el precio de uno: primero, que «evitar garantizar» no es periodismo, además de ser malsonante y confuso. Si lo fuera, me comprometo a redactar yo solito una periódico del volumen de The New York Times con noticias como «Obama evita garantizar que no mandará más tropas a más países» o «Willy Toledo evita garantizar que no volverá a vandalizar bares». ¿Ven qué fácil?
La sanidad en Burundi
En segundo lugar, una mala noticia para mis colegas rouresíes: el Gobierno -el Estado- no es Dios, y no puede garantizar nada de eso. Los servicios, como cualquier otra cosa, necesitan dinero y, si no hay, garantizarlos son ganas de estafar al personal. Como recuerda mi amigo Joan Tubau en «La sanidad universal de Burundi», al país africano le dio en 1993 por garantizar el derecho a la sanidad universal. Ni que decir tiene que no pudo cumplirlo ni con las tiritas… Pero ahí queda eso.
El inefable califa rojo, el simpar Julio Anguita, va mucho más lejos en Kaosenlared -decir que se pone estupendo, siendo quien es, resultaría redundante- y afirma que los recortes en salud y educación del Gobierno «y la amenaza con más» es «un delito de alta traición». Es lo que yo digo: ya puestos, si tienes que acusar al Gobierno, lanza un órdago.
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