Lo único que no puede decir un hombre público en estos tiempos de corrección política y aprendices de Savonarola es la verdad
La tentación de rendirme, de tirar la toalla es, en ocasiones, abrumadora. Nadamos en tal mar de mentiras, de presupuestos falsos, de premisas que no guardan relación alguna con la realidad, que es difícil argumentar con un mínimo de claridad y eficacia.
Estoy hablando de noticias que suenan ‘normales‘, que no llaman la atención a nadie, que suenan a absoluto sentido común sencillamente porque el pensamiento único lleva décadas decidiendo los términos del debate; algo así como lo que vi ayer en ‘skup‘ de elpais.es:
«Un avión se ha estrellado cerca de Islamabad, Irán. La aeronave de Bhoja Air viajaba con 127 personas a bordo. Todos los hospitales de la ciudad han sido puestos en alerta, informa Reuters».
Si uno no cae en el pequeño detalle de que Islamabad, lejos de estar en Irán, es la capital de Pakistán, la noticia cuela. Oh, bueno.
El tarrito de las esencias
Pasa otro tanto con las tonterías que se están diciendo con los recortes en educación.
«La subida de tasas trastoca la esencia de la Universidad pública», leo en publico.es.
Reléanlo, háganme el favor. No es que lo diga, precisamente, Robert de Sorbon, sino uno de estos autodesignados protestones de chicha y nabo, pero la sola idea de que la ‘esencia’ de la universidad esté en un nivel concreto de tasas es de lo más idiota y triste de este triste e idiota debate.
«Desde el movimiento de los estudiantes ‘indignados’ de Toma la Facultad, surgido al calor de las movilizaciones del 15-M, Víctor Valdés, uno de sus portavoces, […] explica:
«Si te suben las tasas, vas a tener que trabajar para poder estudiar, y el rendimiento bajará». Al mismo tiempo, «recortan las becas, por lo que sólo podrán estudiar sin trabajar las clases más altas».
La idea de que el rendimiento medio de los universitarios españoles pueda bajar me resulta difícil de imaginar siquiera; y pensar que vaya a ser porque se toman su carrera lo bastante en serio como para trabajar y pagársela.
Con subida y todo, el precio está a años luz del coste, no «se pagan» sus estudios, sino que España gasta un dinero que no tiene para que una muchedumbre inconcebible de españolitos sestee en las aulas, en una buena proporción sin interés o vocación alguna, convencidos de que ‘la carrera’ es, sencillamente, lo que toca después del bachillerato.
Luego, cuando acaben de algún modo Arqueología o Ciencias Políticas, se indignarán de que el mundo no les dé el puesto de trabajo -¿cómo era? ¡ah, sí! «digno y estable»- que sin duda el mundo les debe.
La idea de que quizá no haya necesidad de tantos arqueólogos o licenciados en Políticas (¿hay ALGUNA para esto último?) ni se la plantean.
El Estado del Bienestar nunca fue otra cosa que una monstruosa pirámide financiera que tenía que desplomarse tarde o temprano, agravada por el hecho de que cuando unos viven de los demás, todo el mundo quiere apuntarse a lo mismo y al final producen cuatro gatos toda la riqueza del sistema; y a quien diga que nos ha ido muy bien hasta ahora les recordaría que exactamente lo mismo pensaban los inversores de Madoff o de Afinsa.
Todo está en que el derrumbe le pille a otro.
Pero aunque se suspendieran las leyes de la física y la psicología y se pudiera sacar de donde no hay; aunque el Gobierno tuviera fondos y recursos inagotables, seguiría siendo un horror porque convierte al ciudadano en un esclavo, aunque sea un esclavo satisfecho; destruye el apetito de la libertad y la responsabilidad mínima exigible en un adulto.
Dolores, ¿para quién?
La primera frase del editorial de El País, «Y ahora, la Universidad«, lo clava:
«Frente a la necesidad de acometer recortes presupuestarios, siempre es menos doloroso para el sistema elevar la aportación de los ciudadanos».
Siempre es menos doloroso para el Gobierno, se entiende. Porque es imprescindible mantener la ilusión de que es imperativo que paguemos unos cuantos por servicios que usan otros y a un nivel de coste y calidad que nunca encontraríamos si pudiésemos elegir y pagar directamente.
Ese es el problema: que es «menos doloroso», con lo que se seguirá haciendo hasta que el sistema no dé más de sí.
Termina:
«El Gobierno ha tocado lo que declaró intocable: educación y sanidad. Wert se ha comprometido a reducir el déficit del sistema educativo en 3.000 millones y para ello pretende reducir profesorado en primaria y secundaria asegurando que ello no irá en detrimento de la calidad. Y ahora sube el precio de las matrículas universitarias afirmando que el hecho de que ahora se financie el 85% del coste de la plaza es como dotar al alumnado de una beca. Declaraciones poco afortunadas para tiempos tan difíciles».
Terriblemente desafortunadas, diría yo, porque lo único que no puede decir un hombre público en estos tiempos de corrección política y aprendices de Savonarola es la verdad.
NOTA.- leer artículo originalk en ‘La Gaceta’.