Lo primero sería enfrentarse a la dura realidad de que ninguna economía sana necesita a tantos licenciados
«Los sindicatos avisan de que saldrán a la calle ‘hasta que esto cambie», leo en la página de inicio de la web de El País.
Y les creo muy capaces, siempre que por «esto» no entendamos la situación de penuria económica de España, los recortes o –¡Dios nos libre!– el paro récord, sino su situación de desposeídos por las urnas.
Tenemos la desgracia de que una institución que debería servir sencillamente para representar los intereses de los trabajadores sea, en realidad, la filial de una opción política que salta al campo en ayuda a su señor más que en auxilio de sus supuestos representados.
Sólo así se explica el notable contraste entre la contestación con tonillo revolucionario que quieren hacer continua contra el Gobierno popular y la pasividad benevolente con un Gobierno que nos consiguió la copa en la Champions League del paro mundial y recortó lo suyo tras una llamada de teléfono.
«Llamar gamberros a los sindicalistas no puede quedarse sin castigo«, se enardece el veterano periodista Carlos Carnicero en «Esperanza Aguirre y los ‘gamberros sindicales», la última entrada de su blog.
«Que la presidenta de la Comunidad de Madrid y líder del PP en la capital de España se permita ese atrevimiento da cuenta de la deriva autoritaria de este Partido Popular».
Me encanta, lo confieso. Aquí se puede llamar al Gobierno fascista y al de Aznar se le llamó tranquilamente «asesino«, y los propios sindicatos se despachan con denuestos ante los cuales eso de «gamberros» suena a colegio de Ursulinas.
Y que todos esos sapos y culebras gratuitos, todo ese «atrevimiento» queden «sin castigo» se considera universalmenre -lo considero yo mismo- como una prueba de libertad de expresión y sana democracia.
Pero que Esperanza Aguirre llame «gamberros» a unos sindicatos que han sesteado al sol que más caliente mientras el paro se ponía en niveles récord y no sea acusada por ello (¿acusada de qué?) debe juzgarse indicio de «deriva autoritaria», a juicio de Carnicero.
Eso será, don Carlos, en esa Cuba que tanto ama, defiende y frecuenta; en Europa tenemos una idea ligeramente distinta de lo que es autoritarismo.
Asomar la patita
Que al Gobierno del Partido Popular le crecen los enanos y parece dar pocas a derechas es una triste realidad; que la izquierda asoma la patita revolucionaria en cuanto las urnas la expulsan del poder, también. Leo en Diario Progresista:
Tomás Gómez: «No me extrañaría que la señora Aguirre acabe sentada en un banquillo».
Y a nosotros, que hemos visto a menudo cómo la izquierda se rasga las vestiduras cuando la derecha insinúa de un encausado ‘progresista‘ está donde está por alguna razón, se pasa la presunción de inocencia e incluso el inicio de acciones legales por donde ustedes están pensando.
Gómez, que dejó en Parla un pufo de 250 millones de euros, hace bien en frotarse las manos, que un bluff político de semejante categoría tiene tantas posibilidades de ganar a Aguirre en las urnas como yo de clasificarme para el Roland Garros.
«Claro que al PP no le hace falta la financiación pública», ha dicho Gómez.
«Quiere acabar con la financiación pública de aquellos que sólo sobreviven con la financiación pública. El PP tiene ya demasiados entramados de presuntas corruptelas».
Gómez debe ser de la escuela de Lenin en aquello de que, puestos a mentir, es mejor mentir a lo grande. Además de malísima memoria, el socialista madrileño debe esperar que a su electorado le falte una buena porción de masa encefálica; es la única manera de oír cómo se presenta el partido que más ha gobernado en España como una agrupación de pobrecitos sin apoyos de los poderes fácticos y honrados a carta cabal sin soltar la carcajada.
Fracaso escolar
La cadena SER parece escandalizarse de que «Wert cree que es más ‘urgente ahorrar’ que combatir el fracaso escolar».
Cualquiera que lo piense tranquilamente durante unos segundos coincidirá con el ministro.
El «fracaso escolar» es un término vago que lo mismo significa incompetencia por parte del sistema como incapacidad o dejadez por parte del alumno, al que sólo la izquierda puede considerar un ser totalmente pasivo.
En el mejor de los casos, las medidas que se tomen contra él serán siempre discutibles y su efectividad, necesariamente limitada. Ahorrar, no.
«Tenemos que salir todos a la calle a luchar por nuestros derechos» es el lema elegido por la página de la SER en internet para titular su información sobre la manifestación sindical.
El primer párrafo es tan magnífico para definir el insostenible mundo de ilusión que vende la izquierda que no me resisto a reproducirlo:
«¿Cómo voy a garantizar un futuro digno a mis hijos? ¿Qué salidas tenemos los estudiantes después de terminar la universidad? ¿Cómo pagaremos los padres las altas matriculas universitarias? ¿Por qué los pensionistas tenemos que pagar las recetas?».
Venga, les contesto. Respuesta a la primera pregunta: de ninguna forma. Nunca nadie, en ninguna parte, ha podido ‘garantizar‘ un futuro digno para sus hijos.
La idea de que el Estado es Dios y puede hacerlo ha dado un resultado horroroso, por muy explicable que sea en una Europa descristianizada.
El futuro, esa incógnita
¿Las salidas de los estudiantes? Lo primero sería enfrentarse a la dura realidad de que ninguna economía sana necesita a tantos licenciados, una buena parte de ellos sin vocación ni excesivo interés, así como tampoco inventar puestos de trabajo de mentirijillas para colocar a todos.
¿Cómo pagaremos las altas matrículas universitarias? ¿Altas? Un precio que no cubre más que una ínfima parte del coste sólo puede llamarse ‘alto‘ estirando mucho el término.
Pagamos por una falda de Zara, por el coche, por la gasolina y por el pan. ¿Y no podemos hacerlo por algo que todos decimos valorar tanto, cuando además sólo se nos cobra una pequeña parte de lo que vale?
¿Por qué los pensionistas tienen que pagar las recetas? ¿Porque son para ellos? ¿Porque no cubren su coste en lo que pagan ni de lejos?
¿Porque tienen que pagar los tomates y la hipoteca? Se me ocurre…
NOTA.- leer artículo original en ‘La Gaceta’