Jesús Fernández-Villaverde, Luis Garicano y Tano Santos no quieren volver a la España de los cincuenta. Nos lo dicen así desde el titular, «No queremos volver a la España de los cincuenta», en una tribuna en El País, quizá el texto más significativo de la Prensa ‘seria’ de ayer. Hay que advertir que los tres son catedráticos de Economía y que, antes de volver a la España de los cincuenta, tendrían que volver, al menos, a la de 2012, porque uno da clases en Pensilvania, el segundo en Londres y el tercero en Nueva York, con lo que uno tiende a sospechar que al titular podrían sobrarle las tres últimas palabras.
Qué ha podido llevar al trío de eximios académicos a este poema de amor en prosa a Europa lo ignoramos. Por qué lo publica El País, en cambio, está bastante claro. Prisa siempre ha abanderado la versión más europeísta de la progresía patria, pero el «¡dame una E, dame un U…!» de estas ‘cheerleaders’ de Bruselas no ha empezado a tocar la nota de la desesperación hasta caer en manos del fondo de capital riesgo Liberty, de Berggruen Holdings y de su fundador, el multimillonario Nicolas Berggruen, a quien el ‘Wall Street Journal’ llama «hombre sin patria». Quizá de ahí venga su interés por dejarnos sin la nuestra.
La mano que mece la cuna
Para los autores de la tribuna, los españoles somos unos niñatos desagradecidos que no queremos someternos al trato severo pero amoroso de la madre Europa: «Contrariamente a lo que nos hacen creer, en Europa ha habido siempre una enorme comprensión hacia España, fruto de la Transición y de un liderazgo pasado con visión y capacidad de sacrificio. Pero este respeto está siendo destruido por nuestra infantil amenaza de romper la baraja».
Van de lo vago y declarativo, que no dice nada («hay una España posible por la que queremos luchar, moderna, con instituciones fuertes») a lo desconcertantemente absurdo: «Nos conviene mantener el euro, única forma de control de los desmanes de nuestros dirigentes».
A ver, señores míos: salvo que caigamos en un racismo enloquecido que nos lleve a pensar que los europeos de acá no podemos dar una a derecha y los de allá no yerran, es obvio que cualquier dirigente puede cometer desmanes, e incluso que mayores son las tentaciones cuanto mayor sea el poder que acumulen. La diferencia es que estos políticos están más cerca de nuestros problemas y, ay, los hemos elegido nosotros, algo que quizá no signifique mucho para El País, pero sí para el país.
La conclusión es no por esperada menos grimosa: «Frente a los que acusan a Europa de todos nuestros males, hoy como ayer, España es el problema, Europa la solución».
Pero si los autores de la tribuna nos acusan a quienes desconfiamos de una eurocracia mastodóntica, arrogante, lejana y poco democrática de querer volver a la España de los cincuenta, se me ocurre que es más fácil acusarles a ellos y a todo el coro de euromaníacos de El País de querer volver a la España de los noventa, ese país algo papanatas que quería ver en Europa la Shangri-La, el Mr. Marshall que nos llenaría de «aeroplanos de chorro libre y rascacielos, bien ‘conservaos’ en ‘frigidaire». Con toda seguridad, España no es la solución. Pero no les quepa duda de que Europa es un problema. Y bastante gordo.
«El 80% de los ciudadanos opina que la Iglesia debe pagar el IBI», nos informa El País. Qué raro; con una pregunta bien muñida, el porcentaje del ‘sí’ podía haber sido más ‘búlgaro’. La verdad es que esta técnica de ‘El País’ para avanzar sus causas nos la conocemos tan bien, que da casi pereza comentar: se agita un poco, se hace una encuesta de diseño (ni se les ocurre preguntar sin saber antes la respuesta) y ya está, presión popular.
El País, por ejemplo, nunca osaría preguntar qué piensa el personal de que no pague el IBI la SGAE u otras fundaciones. O, yo qué sé, si defienden la pena de muerte para los etarras, o qué les parece que Janli Cebrián se subiera el sueldo mientras Prisa debe hasta la camisa y va de ERE en ERE o muchísimas otras preguntas políticamente incorrectas cuya respuesta masiva probablemente sospecha el jerarca de Prisa.
Los impuestos como pretexto
La democracia nunca será auténtica hasta que el pueblo no sólo pueda dar respuestas sino también plantear las preguntas. Pero eso, me temo, es terriblemente antieuropeo… Personalmente tengo clarísimas dos cosas. La primera, que la exención de la Iglesia del pago del IBI es perfectamente coherente con el patrón general y, por tanto, singularizarla es demagógico e injusto.
La segunda, que me gustaría que lo hicieran. Ya sé, ya sé: puede sonar irresponsable y muchísima gente sufriría por ello. Pero basta echar un vistazo a la Historia para entender que los mejores aliados que ha tenido la Iglesia en la Historia han sido sus enemigos, y que una Iglesia más perseguida y pobre sería también una Iglesia más fuerte y auténtica. Que dejen de marear la perdiz y entren al fondo del ‘problema’. Pero luego no digan que no les avisé…
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