Si no existiera Paul Krugman, habría que inventarlo. De hecho, en días como hoy sospecho que Krugman es un invento de los Gobiernos para poder seguir estirando su labor de pillaje organizado de nuestros dineros. «No digas que fue un sueño», exclaman los poderosos ahora que la estafa piramidal del keynesianismo empieza a venirse abajo, y Krugman llega para decirles que no, que no fue un sueño, que la pesadilla es lo de ahora y que pueden despertar con más madera.
Público.es le da la portada, «Krugman: Podemos acabar con esta crisis ya«. La situación es tan desesperada que un trotskista -sui géneris, ya saben, o que se lo pregunten a sus ex empleados- traga con Keynes y lo que haga falta.
El artículo está escrito en ese tono combativo que hace levantar la ceja a los lectores menos forofos de la cosa: «El Nobel Krugman publica ¡Acabad ya con esta crisis!, un ensayo que echa por tierra los dogmas neoliberales y propugna las tesis keynesianas para salir del estancamiento económico».
AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS
¿Echa por tierra? Bueno, eso es poco; más adelante nos dice que «A lo largo de la obra, Krugman desmiente uno a uno los dogmas neoliberales». Uno a uno, oiga, porque «los actuales economistas de Estado y sus predecesores, desde los años ochenta, sufren una amnesia selectiva acerca del éxito de las fórmulas keynesianas».
En nuestra modesta opinión, el que sufre una amnesia importante es Krugman, cuyas recomendaciones ha seguido al pie de la letra Barack Obama, y no digamos Público.es, que se ha pasado media crisis vociferando contra el PP por haber creado la burbuja inmobiliaria, supuesta causa de todos nuestros males, y ahora eleva a los altares al único economista de prestigio que ha pedido públicamente que se genere esa burbuja («los actuales economistas de Estado y sus predecesores, desde los años ochenta, sufren una amnesia selectiva acerca del éxito de las fórmulas keynesianas», 2002).
El éxito del keynesianismo de posguerra se basa en muchos factores, no menor la estructura de la pirámide demográfica, con pocos ancianos y muchísimos jóvenes, que permitía prever una expansión económica importante. En cualquier caso, si mañana pido al banco un crédito importante poniendo mi casa como aval, podré vivir durante unos meses como un pachá y, en ese sentido, podré considerarlo un éxito económico, aunque luego acabe viviendo debajo de un puente.
Miren, es todo más sencillo que eso. No se puede mantener a ocho millones de pensionistas, tres de funcionarios y cinco de parados con una base de autónomos, empresarios y trabajadores de apenas 14 millones de personas. Es decir, producen cada vez menos para cada vez más. Y salir de ahí sin cambiar esa fórmula es, sencillamente, vudú.
La verdad es que el Gobierno lo está poniendo difícil. No sabe que la bicha no hay que nombrarla ni para denostarla. Así, que Rajoy diga que «no estamos al borde de ningún precipicio» hace pensar en el precipicio a cuyo borde estamos, sobre todo si uno recuerda la de cosas que no iba a hacer en ningún caso e hizo una semana después. Y ahora llega el portavoz del PP en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, José María Beneyto, y dice que la intervención «no sería el apocalipsis». ¡Lagarto, lagarto!
Quizá sea para exorcizar esos males por los que la Prensa afecta -que no es mi negociado, aunque le tengo ganas- sale con que «Los españoles sí confían en España» (La Razón) y con supuestos «Aplausos al Rey» (ABC). Bueno, es mejor que el apocalipsis, pero no sé yo si más real…
Por cierto, qué verdad es esa de que cada cual ve la feria según le va en ella, porque donde el ABC oye aplausos, Diario Progresista habla de «Fría acogida al Rey en los actos de celebración del Día de las Fuerzas Armadas«. No estuve allí y, a falta de termómetro, la frialdad o calidez de esos encuentros dependen bastante del entusiasmo de quien los vive.
El País no es que no se vea al borde del precipicio o a cinco minutos del apocalipsis, pero aún pone todas sus esperanzas en Europa, Europa. Y quien dice Europa dice Alemania, que es a la única a la que todavía le queda suelto. Así que, Angela, rescátanos a todos y paga la cuenta. «Merkel tiene que actuar», titulan, sin excesiva sutileza, su primer editorial; «La amenaza de la amnesia alemana», insiste en una tribuna Joschka Fischer, no vaya a ser. Vamos, que no será porque no lo hayan intentado…a alemania le queda cuerda
El ex ministro de Asuntos Exteriores alemán incide en las tesis prisaicas (que siga la fiesta del gasto, que pague Alemania), recordando a sus conciudadanos que Alemania se ha beneficiado del euro. Lo cual es cierto, pero en política no se puede vivir de recuerdos. Sin contar con que los alemanes no han estafado a nadie, se han limitado a producir… como alemanes.
Termina el masoquista Fischer: «Sería a un tiempo trágico e irónico que una Alemania restaurada por medios pacíficos y con la mejor de las intenciones provocara la ruina del orden europeo por tercera vez». O, traducido del alemán, seguid currando hasta los 67 para que muchos griegos puedan retirarse a los 50. O, en palabras del editorialista de El País, «La canciller (…) ha apoyado la flexibilización de la reducción del déficit español. Son datos que indican un cierto cambio, pero Europa necesita una señal mucho más fuerte para atajar la crisis en un momento histórico de tanta gravedad«.
El Trasgo