A veces pienso que ahorraríamos un tiempo precioso en debates estériles e interminables si cada participante en el discurso público definiera cuál es para él la realidad por defecto.
Quizá la izquierda sea, en una importante proporción, consecuencia de cierta confusión en este sentido. Cuando oye a los quincemeros quejándose de que los mercados «les roban»; cuando se lee hablar de «derechos sociales», cuando se plantea la redistribución de la renta por parte del Estado como una política solidaria o, peor, generosa, y se culpabiliza del destino de los pobres al hecho de que haya ricos es fácil deducir qué realidad por defecto tienen esos opinadores en la cabeza.
La riqueza sería, para estos, algo estático y que cae del cielo, un pastel, digamos, de modo que a cada ciudadano que nace le ‘corresponde’ un trozo, y si no lo obtiene es porque otro se lo ha robado. Como es, ya decimos, estático, no importa qué medidas redistribuidoras se adopten, porque eso no afectará en absoluto al tamaño de la tarta.
REALIDAD POR DEFECTO
Pero no es tan difícil. ¿Quiere ver cuál es la realidad por defecto? Naufrague en una isla desierta. Allí no hay explotador alguno al que culpar de sus desgracias, y las tendrá a manta: le resultará difícil comer regularmente o refugiarse eficazmente de las inclemencias del tiempo o superar las enfermedades, no digamos construirse usted solito un iPad. La realidad por defecto para el ser humano, sin sistema alguno que culpar de nuestras carencias, es, en palabras de Hobbes, solitaria, pobre, miserable, brutal y breve.
Lo más difícil de entender para un progresista es esto, que las cosas hay que hacerlas y cuestan esfuerzo y dinero, y que puede no haber para todos y para todo cuando cada vez menos producen para cada vez más. Pero si se parte de la fantástica hipótesis progresista -en la que a todo el mundo le gustaría creer-, las tesis contrarias no sólo parecen erróneas, sino malvadas y estúpidas.
EL ABUSO DE LAS FARMACÉUTICAS
En esto pensaba al leer la tribuna de la inefable Rosa Montero en El País, «En vida«, donde cuenta el caso de una amiga que depende de un tratamiento contra el cáncer para sobrevivir. Esto de las historias conmovedoras es muy socorrido, y ha servido para colarnos todos los goles del mundo, desde el aborto hasta, próximamente, la eutanasia. Mil veces más eficaz que un razonamiento: ¿quién sería tan desalmado para asistir impasible ante casos así? Escribe Montero: «Su seguro médico se negó a pagarle la quimio, aduciendo que era en pastillas; demandó a la compañía y la ganó, pero el proceso le llevó ocho meses, durante los cuales se tuvo que entrampar para seguir el tratamiento (este abuso por parte de las compañías es muy común, y no todos los enfermos tienen las fuerzas y el dinero para demandar)».
A ver, ¿en qué consiste el abuso de las farmacéuticas en este caso? ¿Quizá querer cobrar después de haber dedicado años y miles de millones en investigación, pruebas multitudinarias de eficacia y seguridad y producción masiva? ¿Cree Montero que existiría siquiera la medicación que requiere su amiga si las empresas que la han desarrollado, producido y comercializado no cobraran?
Montero no puede querer decir esto, aunque lo dice. La idea, más bien, es que usted pague el tratamiento de su amiga (es decir, usted y yo y la propia Montero, a través de nuestros impuestos). Y aunque la idea es interesante y digna de consideración -de hecho, es la que tenemos-, no hace falta tener más de dos dedos de frente para darse cuenta de que no puede ser un derecho inalienable lo que depende de que haya dinero, mucho dinero, investigación y personal adecuado.
Termina: «¿El problema? Que, aunque la eribulina está aprobada por todas las agencias de medicamentos, incluida la española, ¡la Seguridad Social no la cubre! Los recortes en medicina son recortes en vida». Como frase es muy impactante, pero lo mismo podría decirse, si hubiera panaderías públicas, del recorte en su suministro. Hace unos años ni siquiera existía ese fármaco que, junto con muchos otros, permite a su amiga y al resto tener la esperanza más alta de nuestra historia y que ha surgido, ay, del odiado mecanismo del mercado.
Zapatero, a tus zapatos
Pero es que ser brillante no es ser infalible y el que uno sea una eminencia en un campo no significa que haya que oírle con especial referencia cuando habla de temas que escapan a su especialidad. Leo también en El País que «22 premios Nobel expresan preocupación por la ciencia en España«. Oh, bueno, el dinero para la ciencia no ha venido ni sólo ni especialmente del Estado. Por otra parte, ver a científicos pidiendo dinero para científicos no es ni más ni menos razonable que ver a banqueros pidiendo dinero para banqueros. No hay ciencia alguna en ello.
Lea al Trasgo en La Gaceta