Tenemos lo que merecemos. No me miren así: ya sé que hay una floreciente industria mediática dedicada a buscar culpables: que si los banqueros, que si los políticos… Por supuesto, por supuesto.
Pero los banqueros, los mercados financieros, no mueven fichas de casino sino dinero emitido -me da igual si hay acuñación física o no- por los Gobiernos, que también se responsabilizan de regularlos y supervisarlos. Y los Gobiernos democráticos los elige… usted, querido lector.
Queremos creer. Entre un político que nos diga que hay que ajustarse el cinturón, que no hay más cera que la que arde, que no se puede gastar muchísimo más de lo que se tiene, y otro que nos promete reducir el gasto sin subir impuestos (salvo a los misteriosos ricos) y sin recortar derechos sociales, elegimos al último sin mirar, aunque lo que nos prometa sea imposible en buena lógica.
Venga, reconózcanlo: queremos que nos engañen.
LOS DINOSAURIOS DE JANLI
Esto viene a cuento de una columna en el Bluffington Post en español del Maestro Yoda de la democracia española, el ex presidente del Gobierno Felipe González.
Aunque Janli, prototipo y figura del progre español de la Santa Transición, va por el mundo predicando el Evangelio del Nuevo Periodismo -lo que no impide que dirija un grupo anquilosado, ruinoso y endeudado hasta las cejas-, tengo para mí que su obsesión por los grandes nombres es de lo peor del Periodismo obsoleto. Ayer la sección de Opinión de El País abría con una tribuna de Javier Solana. Y por el Bluffington ya han desfilado nombres como Gallardón o, ahora, González. ¿Atrae eso a nuevos lectores? Lo dudo. Los grandes de este mundo tienen que ser especialmente cuidadosos con lo que escriben, lo que les lleva al tópico, la vaguedad y un difuso buenrollismo. Además, el público tiende a sospechar que, no siendo necesariamente duchos con la pluma, se lo ha escrito un negro. Por lo uno o por lo otro, no se lee.
Y esto nos devuelve a la ¿tribuna? en el Bluffington del ex presidente del Gobierno, «Europa al límite«.
En un país normal -digamos, Alemania-, el jefe de un Ejecutivo bajo el que las autoridades llevaron a cabo un expolio de lo público nunca visto en los anales europeos, por no hablar de prometer 800.000 puestos de trabajo y poner el paro en niveles récord, hubiera acabado en desgracia, buscando el olvido y el anonimato. Aquí lo convertimos en un oráculo y lo motejamos de estadista. Así somos, no tenemos remedio.
Comienza González: «¿Imagináis que los dirigentes europeos, en un ataque extemporáneo de lucidez, miraran la realidad de la Unión con ojos de ciudadanos de a pie?». Porque el veraneante en Doñana, el patrón del Azor, el correveidile de uno de los 10 hombres más ricos del mundo, Carlos Slim, es, se sobreentiende, «un ciudadano de a pie». Me lo creo totalmente, ¿ustedes no?
Bueno, pero sigamos en Utopía un poco más. ¿Qué pasaría, señor González? «El orden de sus preocupaciones se invertiría: el crecimiento y el empleo, que figuran en todos los pactos como el objetivo principal, empezaría a serlo de verdad. El resto de los problemas, como las deudas soberanas, los déficits y los ajustes correspondientes, así como la reestructuración y saneamiento de las entidades financieras, pasarían a ser instrumentales».
No voy a pedir una moratoria sobre la demagogia, que eso sería matar la política, pero ¿no podría acordarse un límite decente? Lo que sostiene González equivale a que uno pidiera a su administrador que se concentrara en que los ingresos sigan llegando y que «pasen a ser instrumentales» menudencias como el hecho de deber hasta la camisa. Díganos cómo, oh oráculo transicionita.
¿UTOPÍA O PESADILLA?
Luego propone sus recetas, todas ellas centradas en convertir la UE en un país, como si los eurócratas de Bruselas hubieran dado un magnífico resultado en lugar de una enorme burocracia obsesionada con el control alejada a miles de kilómetros de la opinión y los intereses de los europeos. Es tan típico de nuestras élites, decididas a salvarnos de nosotros mismos…
Termina nuestro inefable gurú, facultado para darnos lecciones por el magnífico panorama económico que nos dejó su interminable mandato: «Uf! Perdón. Estoy hablando de la Unión Europea que avanza en la construcción de la Unión Política, como un espacio público compartido, en el que cada país cede soberanía y la comparte con los demás, con Instituciones eficaces que toman decisiones valientes y a tiempo. ¿Será posible?».
Es evidente, por el tono, que el que fuera pareja artística del descamisao de Armani Alfonso Guerra pretende estar diseñando un sueño. Para quienes hemos visto los estragos de la política europea, se trata más bien de una pesadilla. Pero posible, me temo, es muy posible.
Lea La Gaceta