Algún día, cuando todo esto haya pasado y no haya mucho que ganar o perder con nuestras disputas ideológicas, nuestros nietos verán la izquierda de nuestra época como lo que es: una excéntrica conspiranoia respetable. Hay que simplificar como sea para una generación de espectadores de Sálvame, y el guión -los lemas facilones- ya están impresos: la culpa es de Alemania. Oh, sí, vale, de los mercados, esos nuevos judíos que tienen la virtud añadida de no tener nombre ni rostro. Pero Alemania es su División Panzer.
Abre El País con que «Los líderes mundiales presionan a Merkel para evitar otra recesión». No todos, ya entenderán; Bután no ha dicho esta boca es mía y Siria tiene otras cosas que pensar. Hablan, claro, del G-20, que con el demostrado espíritu elitista que impregna todo Prisa, es una sinécdoque del mundo.
Angela, paga y calla. La cosa es que si Merkel no cede -el titular no es ambiguo-, nos espera una recesión. ¿Y en qué consiste ceder, qué tiene que hacer la Canciller de Hierro, mala de la película europea, para evitar el apocalipsis? Pagar. Pagar sin rechistar. Pagar sin pedir condiciones, con el amor desinteresado de una madre.
No es momento ahora de pararse a pensar que a doña Angela no la han elegido los europeos, mucho menos los americanos, aunque tampoco es que Prisa haya mostrado otra cosa que impaciencia mal disimulada por todo ese rollo de las urnas cuando se trata de Europa, como hemos tenido abundante ocasión de comprobar.
Al parecer, se trata de algo así: los inversores no quieren seguir prestando a unos Estados que deben hasta la manera de andar y de los que temen, con razón, que no devuelvan. Estos podrían, claro, hacer lo que hacemos todos, es decir, adecuar nuestros gastos a nuestros ingresos. Pero, claro, un partido que propusiera algo tan de cajón a una ciudadanía yonqui del gratis total tendría tantas probabilidades de ser elegido como de que nieve en el desierto de Atacama. Así que es mucho mejor que Alemania, el pariente rico -y trabajador, y juicioso- nos avale a todos para que sigan los días de vino y rosas.
Tan desesperada es la situación que Janli Cebrián, a quien deberían apartar de teclados y plumas por su propio bien, ha echado su cuarto a espadas en una tribuna en el órgano oficioso de la Banca española, «Una libra de carne fresca«. La carne quizá sea fresca, pero el artículo apesta a alimento caducado. Dice el inesperado académico que hay que «exigir al Banco Central Europeo que garantice la sostenibilidad de la deuda pública española, con compras ilimitadas de la misma». Veamos, aquí la dos palabras operativas son «exigir» e «ilimitadas». La primera significa que hay que acabar con esa tontuna de la independencia del banco emisor y dejar sus maniobras al albur de los políticos, que ya sabemos que se moderarán tanto como lo han hecho hasta ahora, ¿verdad?
E «ilimitadas»… es ilimitadas. El cielo es el límite, más madera, ¿será por dinero? «Ilimitadas» es decirle al primo ludópata a la puerta del casino que puede apostar sin pensar en el dinero. «Ilimitadas» es elevar al infinito la apuesta, garantizar con absoluta seguridad que la irresponsabilidad fiscal que nos ha llevado hasta aquí aumentará exponencialmente. Es, en fin, acelerar el colapso, hacerlo irremediable.
Para hacer su postura más inatacable, Janli la sitúa por encima del debate político: «No nos hallamos ante una discusión ideológica, sino ante un problema de caja». Que es como si tu primo el ludópata dijera: «No es momento de discutir sobre mis defectos, mis vicios, mi pereza, mi irresponsabilidad. No es un problema de carácter, sino de que estoy sin blanca». Ah, vale, entendido.
«La presión de Alemania abruma a Grecia, condenada a sufrir». Más en El País y más sobre la mala malísima Alemania. Grecia es una simple víctima, aunque ya nadie pueda dudar que amañaron -con la inestimable ayuda de Goldman Sachs- las cuentas para entrar en el euro, que sus sucesivos Gobiernos de izquierdas y derechas fueron indeciblemente corruptos y usaron el dinero europeo para sobornar a su electorado, que ha vivido como muy Primer Mundo con una productividad y unos recursos de Tercer Mundo. Pobre, condenada a sufrir. E imaginamos que el complemento agente de esa pasiva, aunque elidido, es «por Alemania». ¿Les hemos dicho ya que «Alemania se enroca frente a Europa»? También nos lo cuenta el diario global.
EL IMPERIO DEL MAL
Recién caído el muro de Berlín, al optimista de Francis Fukuyama le dio por hablar del «fin de la Historia». Ya que hemos comprobado que lo que funcionan son los mercados y la democracia, se acabaron las disputas ideológicas sino en cuestiones menores. ¡Iluso! Que lea la Prensa. Que lea, por ejemplo, a Guillermo Fesser en el Bluffington Post, «El imperio hace aguas«: «Los (Estados Unidos) de Afuera, con sus intervenciones militares y sus vetos a la justicia internacional, (son) una de las pesadillas más amargas de la historia». Stalin, respira aliviado; Hitler, puedes estar tranquilo. De Genghis Khan a Pol Pot, nada ha habido como los Estados Unidos.
Por eso todo el mundo huye de ahí, y por eso Guillermo escribe (gratis, por cierto, poniéndonoslo un poquito más difícil a los periodistas) en un medio con cabecera china. ¡Dame paciencia, Señor…!
Lea La Gaceta