Al lector no se le escapará que vivimos en la más antiintelectual de las épocas. Sólo en estos lamentables tiempos puede un comentarista, alguien a quien se paga por explicar la realidad, presumir orgulloso de que no entiende. Aún más: hay fenómenos que es peligroso entender.
Existe un verdadero ritual purificador del no entender, del pretender que hay efectos sin causa. Si digo que puedo entender por qué mata ETA -y lo he hecho-, la reacción inmediata será acusarme de connivencia con los asesinos o, más frecuentemente, de ‘justificar’ sus acciones. Tenemos que fingir que somos demasiado puros para entender incluso la idea de que nuestros enemigos puedan moverse por otra cosa que no sean fuerzas misteriosas. Como si entender el mal fuera contagiarse de él. Y, sin embargo, eso es el fanatismo.
El fanático no es alguien que defiende firme o aún vehementemente sus ideas, sino quien es incapaz de imaginar que otros puedan pensar distinto, de buena fe y sin ser irreductiblemente idiotas.
MÍ NO COMPRENDER
Arturo González, en una columna de Público.es titulada precisamente «Cosas que jamás entenderé«, incluye al final de este fácil listado «los fanatismos, aunque los fanáticos no sepan que lo son». Debe referirse a sí mismo en este perezoso alegato que recuerda el discurso de una Miss Mundo. Por ejemplo, una de las cosas que González «jamás entenderá» (¿no es triste negarse a sí mismo no ya la comprensión presente, sino aun la futura?) es «que alguien sea de derechas».
Bueno, podría darle algunas razones para no ser de izquierdas (que es la única definición operativa de ‘ser de derechas’). Una no menor podría ser que cada vez que la izquierda ha llegado al poder ha producido invariablemente miseria, opresión y sangre, tanto más cuanto mayor ha sido su afianzamiento en el poder. Y, sin embargo, yo sí puedo perfectamente entender que Arturo sea de izquierdas. Y hasta su patrón, el editor-inmobiliario-otra vez editor trotskista y millonario Jaume Roures.
«Te intervienen, te humillan«. Es el titular de una doble página en la sección Vida & Artes de El País dedicada a la situación de Grecia. «El rescate de países como Grecia estigmatiza a sus ciudadanos». La humillación es un concepto curioso y cambiante. En el universo previo -o ajeno- al Estado Mamá que nos lleva acunando hasta la tumba desde hace medio siglo, un europeo medio probablemente se sentiría humillado recibiendo dinero que no ha hecho nada por ganar. Conformarse con esta situación y aprovecharse tranquilamente de ella le llenaría de vergüenza.
Pero los tiempos cambian, y los griegos -y otros, cuidado- no se sintieron humillados cuando su Gobierno trucó la contabilidad nacional para entrar en el euro, ni todo el tiempo que vivieron de las ayudas europeas, ni en todas las ocasiones en que se endeudaron hasta las cejas a cuenta de la solidez de una moneda que garantizaban países como Alemania. No hubo vergüenza de que allí no pagaran impuestos ni las águilas o de que un peluquero se jubilase con 50 años. No, la vergüenza llega de pronto cuando todas sus trampas salen a la luz y los inversores se niegan a seguir pagando sus chalaneos.
«Christine Lagarde vino a acusar a los griegos de fraude y corrupción», leo en un sumario del reportaje. ¿Y la noticia es…? Pero ahí sigue el rojerío, tan impermeable a la realidad que ya no causa irritación sino algo parecido a la grima, como cuando nos paramos a charlar en el tren con un desconocido y pasamos de sentirnos molestos por lo absurdo de sus opiniones a alarmarnos al advertir que no debe de estar bien de la cabeza.
VERDE, QUE TE QUIERO VERDE
De todos los temas que podía tratar Juan López de Uralde, portavoz de Equo, en su estreno como opinador del Bluffington Post hispano, no se le ha ocurrido otro que el empleo — Crear Empleo — , que es como ver a Atila dando consejos sobre jardinería.
No deja de ser curioso que alguien que dice preocuparse por el paro colabore gratis con su firma a que haya más periodistas en la cola del Inem, que ya me dirán cómo vive un profesional a sueldo cero. Pero corramos sobre eso un tupido velo… verde.
Y vayamos con las carcajeantes propuestas del ‘político sandía’: «Hace no demasiado tiempo las empresas españolas eran líderes mundiales en el desarrollo de energías renovables. Se generaron decenas de miles de empleos, y hoy una parte sustancial de la energía eléctrica que consumimos la produce… el viento».
Del viento ya conocemos, gracias a la faceta lírica de nuestro entrañable ZP, su faceta de terrateniente. Como empleador, en cambio, tiene truco. Cada empleo verde que el Gobierno ha ayudado a crear, descubrió hace tiempo Gabriel Calzada, ha requerido más de medio millón de euros en subvenciones, destruyendo 2,2 empleos en el conjunto de la economía. Por favor, don Juan, limítese a dejar a algún que otro periodista sin trabajo. Nos saldrá a todos más barato…
Lea La Gaceta