La progresía es un culto laico, y el ecologismo es su escatología. Desgraciadamente, es una religión de ricos. Es el señor conde, que quiere dejar su finca salvaje para que le sirva de montería. Hace nada, como quien dice, cuando aún parecía haber dinero en la caja para todos nuestros caprichos, el Cambio Climático (marca registrada) era el apocalipsis a la vuelta de la esquina, multimillonarios como Al Gore surcaban el aire en jets privados para avisarnos de que, o vivíamos más pobremente («haz lo que digo, no lo que hago») o tendrían que recortar aún más drásticamente nuestras libertades desde arriba. Era el tiempo de Obama comprometiendo miles de millones de dólares en Copenhague, la hora de los discursos solemnes. El no va más.
RÍO DE JANEIRO, ENÉSIMO ‘DÉJÀ VU’
Ahora hemos tenido la Cumbre del Planeta en Río pero, la verdad, estábamos demasiado ocupados observando el fin de nuestras ilusiones económicas como para que nos volvieran a recordar que todos vamos a morir de aquí a nada. Ustedes disculpen, pero esto es serio. Cuando salgamos de esta, si salimos, prometemos ser muy, muy verdes, como nos quería Lorca.
«En cuanto a la Conferencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible (Río+20), el resumen no puede ser más decepcionante: inacción política, ausencia de un salto adelante, conflicto de intereses cuyo vector dominante ha sido la pasividad. Blablá, blablá…». Nos lo cuenta Joaquín Estefanía, el miniyó de Cebrián, en El País, en una tribuna titulada, precisamente, «Blablá, blablá…» (Sí, lector, ya sé que tres cuartas partes de las tribunas de El País deberían titularse así, pero eso no viene ahora a cuento…).
Termina: «Se da así una asignación de recursos muy difícil de combatir por quienes llaman la atención sobre los riesgos causados por la acción del hombre en los sistemas naturales y en las costumbres y comportamientos sociales». No mentía: es puro blablablá.
Montserrat Domínguez, encargada de esa plantación periodística de Prisa, el Bluffington Post, sigue haciendo el periodismo más acartonado y convencional en el medio más novedoso en su tribuna «Una semana decisiva«. ¿Qué semana no lo es, de un tiempo a esta parte? Podría titularlo, y sería más acertado, «Una semana de marear la perdiz», que es lo que hace Europa moviendo la bolita entre los cubiletes a ver si no se nota que sólo hay una.
Pasemos raudos entre los tópicos («lo peor de la tormenta ha pasado»… «La semana de infarto para la deuda española»… «la tensión brutal a la que estaba siendo sometido el Reino de España»… «el inicio del mecanismo debería actuar como bálsamo para quienes señalaban insistentemente a nuestro sistema bancario y lo que escondía bajo las alfombras»… Uf, Montse, ¿los coleccionas?). Y llegamos, llegamos: «En Roma, Rajoy, Hollande, Merkel y Monti escenificaron el pasado viernes algo importante: hay voluntad política de los dos grandes de no dejar a la deriva a los periféricos». No sé si será un lapsus calami, pero me encanta el verbo elegido: escenificar. Eso es exactamente lo que hacen nuestro eurócratas: un teatrillo para ver si funciona la vieja magia y los inversores vuelven a creer.
Ya saben, hay ‘voluntad política’ y, al parecer, eso permite hacer pan sin harina.
«El corresponsal de La Vanguardia en Berlín, Rafael Poch, contaba este domingo la frivolidad con la que medios empresariales alemanes están coqueteando con la idea de que a Alemania le puede ir mejor sin el euro, cuando los datos son tozudos», sigue Domínguez. «El mayor cliente de Alemania es Europa, y cuanto peor nos vaya, peor le irá a las empresas y a los bancos alemanes, como se está reflejando ya en los últimos indicadores económicos».
Curioso mundo. Alemania, ya ven, la economía que produce y se toma la economía en serio, es «frívola»; somos los periféricos, los que hemos estado tirando alegremente de visa, los serios, imagino.
A ver, vamos con la tozudez de los datos: Europa puede ser el mayor cliente de Alemania (ya lo era antes del euro, y lo será después, probablemente), pero cuando tus clientes no te pagan, uno empieza a preocuparse y a pensar que la palabra «cliente» adquiere un sentido algo siniestro.
EL BOMBERO PIRÓMANO
«España no quiere ser rescatada, quiere ser consultada» es el titular de Público.es, que coincide con el lema de la campaña de Equo para someter a referéndum el rescate europeo de la Banca española. No seré yo quien pretenda que el Gobierno lo esté haciendo todo bien. Me parece que la afirmación contraria, sin ser del todo justa, se aproxima más a la realidad. Pero no quiero imaginarme los cambalaches de estos políticos sandía en campaña para presentar como opcional lo que tiene toda la pinta de ser no sólo necesario, sino aun insuficiente.
Pero, sorprendentemente y por aquello de que hasta un reloj parado da bien la hora alguna vez, leo el último párrafo de la información y lo firmo: «La formación ecosocialista quiere denunciar, asimismo, que la irresponsabilidad y la rapacidad de Gobiernos del PP como los del País Valencià o Madrid, así como la de los Ejecutivos de José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, unido a la falta de control y la renuncia a su papel de tutelaje por parte del Banco de España, y la complicidad de los partidos políticos, han desencadenado el colapso del sistema financiero. «Ahora, nos dicen, tenemos que pagarlo entre todos».
Lea La Gaceta