El encuentro de Rajoy con la canciller alemana es el tema que acapara una mayor cantidad de columnas este 6 de septiembre.
Pero la cantidad no significa originalidad ni nuevas aportaciones. Poco dicen nuestros articulistas patrios que no se haya dicho antes sobre Alemania y su papel en el futuro de España.
Puestos a hacer juegos de palabras, dado que sí se ha visto alguna comparación con la berlangüiana ‘Bienvenido, Mr. Marshal’, alguien podría haber titulado ‘Paseando a Miss Merkel’.
Nada más que comentar al respecto. Pero ya que hablamos de mujeres políticas con carácter, ahí está Esperanza Aguirre, a la que Salvador Sostres le dedica su columna en El Mundo.
El texto se titula precisamente así, Esperanza, pero arranca con otro nombre. Claro que a este último se le cita para criticarle: «Rajoy sirve, estorba y tiene que apartarse». No se contenta con eso, entre otras lindezas que le dedica el catalán, figura esta:
El presidente del Gobierno ha demostrado que no está a la altura de las circunstancias. Pidió una oportunidad y le fue concedida. Pero no la ha sabido aprovechar, y aunque el reto era complicado su incompetencia ha sido colosal. Menudo paquete nos legó Aznar.
Le recomienda que salve «la cara y la dignidad» aceptando su fracaso y dejando paso a ideas y líderes nuevos. El resto del artículo se dedica a elogiar a la persona que, para el autor catalán, mejor puede gobernar España:
Sólo hay en España una persona lo suficientemente inteligente y lo suficientemente valiente para liderar la superación del Estado socialdemócrata y paternalista, de almas adormecidas por el subsidio y el convenio; y convertirnos de una vez en un Estado moderno de personas libres y responsables de su libertad (…)
Sólo ella tiene un sentido del honor suficientemente educado para comprometerse de verdad con las ideas que siempre y sin excepción han beneficiado a la Humanidad.
Sin salir del periódico de Unidad Editorial, y también tocando a Aguirre, nos encontramos uno de esos breves artículos de Antonio Gala en los que parece casi siempre querer exorcizar algún demonio. Adopta ante la posibilidad de un Eurovegas en Madrid un puritanismo más propio de una adventista del Séptimo Día que de un escritor que trata de vender la imagen de persona abierta y tolerante. De forma sorprendente, este mismo autor que al menos una vez al mes nos recuerda lo nocivo que es el cristianismo en general y la iglesia católica en particular, llama a los lectores a santiguarse ante el desenfreno que esperar en las cercanías de la capital de España:
Cuando llegan [Las Vegas] no al desierto, como Juan Bautista y Jesús, sino a poblaciones que, pese a la política arruinadora, viven y juegan, hay que santiguarse. No porque dejen fumar, sino porque ofrecen prostitución de todo tipo y posibilidad de desenfreno.
Pareciera que Ignacio Ruiz-Quintano hubiera leído a Gala antes de escribir su artículo para ABC, titulado Deadwood. Replicando a los dirigentes del PSOE de Madrid, responde también al autor de La pasión turca:
Las beatas andaluzas a las que Pemán veía santiguarse cuando dejaban escapar que el torero guapo era Pepe Luis son una broma, comparadas con estos jefes del socialismo madrileño que truenan como Isaías ante el nombre de «Eurovegas».
-¡Prostitución! ¡Juego! ¡Tabaco!
La ley antitabaco, esa fascistada paliada por el incumplimiento, es la piedra angular de la moral socialdemócrata.
-Imagínese. ¡Fumando en la tragaperras!
Hablan de Las Vegas por lo que les ha enseñado Scorsese. Pero hablar de Las Vegas por ‘Casino’ es como hablar de Madrid por ‘La torre de los siete jorobados’.
Aunque no presenta ningún nombre como alternativa, Isabel San Sebastián coincide con Sostres en su análisis negativo sobre el modo de gobernar de Rajoy. En lo que es una nueva columna del ABC muy dura con el presidente del Gobierno –últimamente no hay día en el que alguna firma no critique al inquilino de La Moncloa desde el diario madrileño de Vocento–, titulada La herencia ideológica se enquista, la periodista dice que «España después de Zapatero necesitaba imperiosamente una revolución ideológica y política». Y sentencia que el Ejecutivo no cumple esa función, que se ha limitado a dar «una mano de maquillaje que no resuelve los problemas y defrauda les expectativas». El texto concluye:
El modelo de Estado no ha sufrido ni la más leve variación susceptible de llevarnos a pensar que ha dejado de ser «discutible y discutido». La cultura del esfuerzo, del mérito, de la excelencia, sigue brillando por su ausencia, a falta de un marco legal y social en el que quienes demuestren tener mayor capacidad para concebir sueños grandes y tenacidad para alcanzarlos encuentren reconocimiento. La igualdad sigue imponiendo su dictadura ideológica a la libertad, como hacen la mediocridad y la ambigüedad con respecto a la audacia y la verdad.
Todo ha cambiado en las urnas para que todo siga como estaba en los despachos, lo que probablemente explique por qué no se vislumbra la luz al final de este sombrío túnel.
VANGUARDIA INDEPENDENTISTA
Mientras, en La Vanguardia los articulistas van a lo suyo. Y ‘lo suyo’ es en buena medida promover el independentismo catalán.
Siete artículos lleva este día el periódico del Conde de Godó, y de ellos cuatro azuzan de una forma u otra la independencia catalana. Entre los autores de estos textos no figura Pilar Rahola, que dedica su columna El caso Clotas a hablar sobre las guerras internas del PSC. Qim Monzó es tal vez el más prudente, en cuanto a expresar sus simpatías, de cuantos hablan de la posible secesión. En Va, pensiero…! cuenta que entre el público del Liceu apareció una ‘estelada’ –ya saben, esa versión bandera catalana que además de las cuatro barras tiene una estrella roja y que es la enseña usada por los independentistas–. Y hace de esa anécdota categoría:
Poca guasa con la estelada del Liceu. La espuma independentista crece día a día y, tal como nos maltratan, es lógico que así sea, pero no puedo evitar mirarla con escepticismo. Hay muchos que piensan que eso estará chupado y, si al final se consigue, no será tan fácilmente.
Concluye:
No me parece una fruslería la estelada del Liceu, el domingo, después de Lohengrin. Los liceístas siempre ha tenido muy buen olfato para esas cosas.
A Sergi Pàmies parecen llevarle los demonios el Premio Príncipe de Asturias concedido a Iker Casillas y Xavi. Le molesta profundamente por lo que signifca de mostrar buena sintonía entre un madrileño y un catalán, y lo expresa en su artículo Simbólico pero chapucero:
España no representa el éxito sino la ruina y la impunidad. Y no tenemos a ningún Del Bosque que, con generosidad y astucia, allane diferencias y refuerce coincidencias con un objetivo común. Si algo caracteriza las actuales relaciones entre España y Catalunya es precisamente una recíproca falta de amistad y de compañerismo y una tendencia al juego sucio.
En Programas y realidades, firmado por Lluís Foix, uno comienza pensando que está leyendo sobre Rajoy y termina dándose cuenta de que está ante una hoja de ruta hacia la independencia de Cataluña. Tras tres primeros párrafos hablando del presidente del Gobierno y su entrevista «publicada en cuatro medios europeos» –¡Ni nombrar al ABC! No vaya alguien a pensar que el autor se siente más cerca de Madrid que de otra capital europea–, termina tratando lo que realmente le importa:
Sólo la independencia colmará las ambiciones de muchos participantes en la manifestación del Onze de Setembre. Pero la política que perdura no se hace en la calle ni con manifestaciones. Se hace con propuestas que se debaten y se presentan al electorado para que las sancione con sus votos. Si hay que ir hacia la independencia, es necesario que el concepto figure en el programa electoral de los partidos. Luego habrá que proceder a un proceso constituyente y finalmente, un referéndum. Sin atajos y sin prisas.
Y completa la colección el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona Francesc de Carreras con un texto en el que parece querer hablar de historia, 1936: Catalunya independiente. Recomienda la lectura de un libro sobre el intento de proclamar la independencia durante el «trágico otoño de 196» –primeros meses de la Guerra Civil–. Finaliza apuntando a que el fracaso de entonces no tiene por qué repetirse: «Setenta y seis años después se sigue insistiendo en separar a Catalunya de España. Es el cuarto intento, tras el 14 de abril de 1931, el 6 de octubre de 1934 y el otoño del 1936. Dicen que, a veces, a la cuarta va la vencida».