No sabemos si a los columnistas del papel españoles les afecta de manera negativa la bajada de temperaturas, o quizás es que las primeras lluvias otoñales les hace caer en una melancolía que les hace perder gracia y talento a la hora de escribir.
En cualquier caso, este 27 de septiembre es un día que no pasará a la historia del periodismo hispano por la calidad de las opiniones vertidas en los diarios.
Los temas dominantes no sorprenden: más sobre Cataluña, aunque no muchos más sobre Mas, y de nuevo las concentraciones rodeando el Congreso. Algún asunto distinto encontramos, pero son los menos.
Lo más destacable de todo viene de dos columnas sobre ese «pequeño país de arriba», que diría Guardiola, y las propuestas socialistas para su relación con el resto de España.
Pero para que sean destacables deben verse de forma conjunta. Ignacio Camacho, en ABC, y Pilar Rahola, en La Vanguardia, critican la apuesta federalista del PSOE en términos muy similares.
Y lo hacen, eso sí, cada uno desde posturas antagónicas: uno contra la secesión y la otra a favor de la independencia.
Comencemos con Pilar Rahola. Su columna en La Vanguardia lleva por título La quimera del PSC. Dice de los socialistas catalanes (lo que opinen los del resto de España no parece importarle):
La retahíla de la España federal retorna a la partitura como si fuera el talismán que ahuyenta a los malos del independentismo catalán y a los peores del españolismo rancio. Situado en medio del tablero aspira a convertir la equidistancia en una fórmula creíble.
Para la ex política y periodista, esa equidistancia que podría dejar al PSC «en medio de la nada». Sostiene que tanto el PP como el «bloque soberanista» tienen una idea fuerte. La de los primeros es «España, España, España» y la del segundo: «Catalunya, Catalunya, Catalunya».
Tal vez lo segundo sea totalmente cierto, pero más de un político ‘popular’ reconoce en privado que no tiene tan claro que su formación defienda de forma firme la idea de España en todos los lugares. Pero estamos hablando de la visión de Rahola, no de la otros. La columnista concluye:
Puede que el camino hacia el Estado propio sea difícil y tortuoso, pero existe un camino y el de la España federal no es ni camino, ni opción, sino una baratija para enredar a los indios catalanes cada vez que se ponen estupendos. Dicho a la manera real; la España federal sí es una quimera.
Y no me digan ustedes que lo anterior no les recuerda a lo que sostiene Ignacio Camacho en su columna del ABC, ¿Federaqué?:
Los socialistas han sacado del desván su tradición federalista para aplacar la rebelión de las tribus catalanas, pero el disfraz del Séptimo de Caballería -«y de teniente, Glenn Ford»- parece poco atrezzo frente al ímpetu de la secesión. En el sitiado Fort Apache del cinturón urbano barcelonés hay demasiados simpatizantes de los sublevados soberanistas y los casacas azules de Rubalcaba corren el riesgo de salir del 25-N con la cabellera trasquilada.
Camacho, que reconoce que no le desagrada la idea de un Estado federal, dice de lo que defiende el PSOE:
De momento se han agarrado al mero concepto para probar a abrirse sitio en el crispado debate; no tienen un solo papel ni una propuesta. Se trata de una carcasa retórica para encontrar un hueco intermedio entre el torrente separatista y el españolismo del PP.
A este humilde lector de columnas, la verdad, la coincidencia de argumentos le resulta llamativa. Concluye Camacho, eso sí, de forma muy distanciada a las posturas de Rahola:
Pero de esa encerrona sólo se puede salir con pedagogía social: explicando a los ciudadanos de Cataluña que la secesión unilateral no es posible legalmente ni económicamente viable. El PSC tiene transversalidad social suficiente para abrirse paso con un discurso claro. Si lo oscurece con palabrería hueca y tecnicismos constitucionalistas se va a meter solo en la ratonera.
En El País Josep Ramomeda escribe también sobre Cataluña, pero no sobre los socialistas. Analiza el partido de Artur Mas en La nueva Convergència. Arranca sosteniendo que dicha formación se creó para «consolidar el statu quo del régimen salido de la Transición». Añade:
Siempre fue un partido de orden, con un sólido apoyo en las clases medias. Sus adversarios, de derecha o de izquierda, lo vieron como una garantía de estabilidad.
Las élites económicas este verano aún juraban que Artur Mas nunca emprendería aventuras de riesgo. Y en Madrid tuvieron que oír el discurso del presidente el día después de la manifestación por la independencia para darse cuenta de que algo había cambiado.
Tras atribuir un liberalismo económico compartido a PP y CiU, que es mucho atribuir a alguien que se dedica a subir impuestos y regular sectores económicos, reprocha a los no nacionalistas su incapacidad de ver las señales de Mas y los suyos están por la independencia:
La reacción más recurrente es achacar el cambio al malestar por la crisis y a las dificultades de CiU para gestionarla. Pero es olvidar lo básico: que Artur Mas y su gente son independentistas y que las bases de Convergència, que en su mayoría siguen siendo conservadoras, han asumido la independencia como una posibilidad real.
Concluye:
Mas no es ningún líder radical. Es un dirigente conservador en lo económico y en lo moral, que ha entendido que hay una mayoría para la ruptura. No es una revolución, ni siquiera una revuelta. Es una ruptura nacional, protagonizada por gente de orden.
Saltando a El Mundo encontramos más sobre el nacionalismo catalán. En Quizá les interese, Arcadi Espada reprocha a los líderes políticos nacionales que hace tiempo que dejaron de implicarse personalmente en las elecciones autonómicas de Cataluña, y que lo hayan hecho en buena medida por el rechazo a su presencia por parte de sus filiales en dicha comunidad. Añade:
No sé cuál será la decisión que tomarán los partidos españoles en las elecciones catalanas. El único tema de estas elecciones es España, y quizá les interese. Aunque nunca se sabe. Es posible que alguna de sus cabezas de huevo considere que España es demasiado frágil para someterla a la cacharrería de unas elecciones autonómicas.
La hipótesis de que la defensa del Estado de Derecho en Cataluña quede en las manos temblorosas de Alicia Sánchez-Camacho (y no puedo incluir en la hipótesis al candidato socialista, porque ni se sabe) puede que sea una metáfora perfecta de la situación. Pero quizá demasiado cara.
Concluye:
Dicen, y digo, que la independencia de Cataluña es un asunto español. Y que cualquier consulta a los ciudadanos sobre la organización del Estado debe hacerse a todos los ciudadanos del Estado. Bueno será que empiecen a demostrarlo con los hechos cuanto antes.
Casimiro García-Abadillo se pone literario con un título de claras reminiscencias a la obra de Fiodor Dostoievski. Crimen sin castigo se llama su columna sobre la intención de Mas de convocar un referéndum incluso contra la opinión del Gobierno central. Tras recordar que Zapatero derogó el artículo del Código Penal que permitía castigar legalmente a las autoridades que convocaran elecciones o un referéndum sin tener competencias legales, añade:
Resulta llamativo que la puesta en marcha de un proceso de secesión, a través de mecanismos abiertamente ilegales, no conlleve ningún tipo de sanción penal, mientras que 35 de los manifestantes detenidos por tratar de entrar en el Congreso de los Diputados puedan ser acusados de delitos contra la Nación.
Finaliza:
Aunque no sería bueno responder a las provocaciones con salidas de tono, que pueden ser utilizadas para alentar el victimismo (gran baza de los nacionalistas), sería deseable que el Gobierno trabajara ya en un plan B, listo para ser aplicado en el momento en que esas amenazas se concreten.
Salvador Sostres se anima a publicar una de esas polémicas columnas suyas con las que sabe que va a lograr enfadar a nueve de cada diez lectores. Con un lacónico titulo de Mandar se lanza a una encendida defensa del trato que Anna Tarrés, ex entrenadora de la selección española de natación sincronizada, daba a las deportistas a su cargo.
Tras decir: «Que a un empleado le tiemblen las piernas cuando ve al patrón indica que existe una línea jerárquica clara», sostiene:
Ninguna chica fue físicamente agredida ni obligada a competir ni a continuar en el equipo después de las supuestas ofensas.
Anna Tarrés es una mujer dura y con sus duros méritos ha conseguido unos éxitos insólitos para la natación sincronizada española. Ahora todo el mundo la critica, pero muy pocos saben lo difícil que es mandar y por eso somos un país tan débil y extraviado.
Es un milagro que un grupo humano obedezca con precisión y disciplina, y resulta imprescindible que así sea en la natación sincronizada, donde todo depende de un gesto imperceptible o de una décima de segundo.
Concluye:
Dicen también que «el deporte español no debe sentir orgullo de medallas conseguidas a cualquier precio», cuando todo el mundo sabe que la excelencia y la gloria sólo se consiguen cuando pagas todos los precios.
La vida no basta la mayor parte de las veces, competir es una forma de destruirse y la perfección se parece a la muerte.
Sobre los que rodearon el Congreso de los diputados escribe Ana Samboal en La Gaceta con el título de «Estado de Derecho». Arranca recordando algo que muchos parecen haber olvidado, o tal vez desconocen:
Los manifestantes pretendían entrar en el Congreso de los Diputados. Esa fue su primera intención. Aclararon después que sólo querían rodearlo porque, de otro modo, su protesta nunca se hubiera autorizado.
Bien está que se recuerde eso. Ya se contó en su día en Periodista Digital —Golpismo ‘indignado’: la Policía protege el Congreso ante los planes de ocuparlo y acampar dentro–. Entonces no se hablaba de «Rodea el Congreso», los promotores se hacían llamar directamente «Ocupa el Congreso», pero recularon y optaron por un llamamiento menos violento. Pero volviendo a lo que ocurrió el 25 de septiembre, la presentadora del informativo nocturno de Madrid dice:
Afortunadamente, la firmeza de las fuerzas del orden les impidió cumplir su propósito: secuestrar el poder legislativo y la democracia misma.
Samboal repasa la apuesta independentista de Mas y concluye:
Comparten el objetivo inmediato: subvertir el orden constitucional. Comparten también el último de sus fines: tomar el poder. Son dos caras de una misma moneda. La ley no es inamovible, pero el que quiera cambiarla está obligado a utilizar los resortes que ella misma establece. Si deciden forzarlo, sobre ellos debe caer hasta la última consecuencia, todo el peso del Estado de Derecho.
En La Razón, Alfonso Ussía no se anda con remilgos y llama a los sitiadores del Congreso La chusma:
Ninguna pancarta con el mensaje «¡Queremos trabajar!». La chusma de siempre con algunos ingenuos biempensantes entre la turba. Diputados comunistas se han unido a los manifestantes. Han pedido a gritos que se vayan ellos mismos. A ver si se hacen un poco de caso.
Cuatro mil personas, que en las urnas no sacarían ni la octava parte de un concejal, han intentado eliminar la soberanía de veinte millones de votos. Banderas republicanas, rojas, autonómicas y alguna de Islandia, esa nación tan sosegada y contraria a la violencia.
Señala el articulista que la SER ha dicho «La Policía carga duramente contra los manifestantes». Ironiza:
Ante el templo de la soberanía nacional, objetos contundentes y botellas enviados educadamente contra los policías. En Neptuno, 256 kilogramos de piedras. Dirán que las Fuerzas de Seguridad han arremetido violentamente contra los inocentes objetos que volaban hacia ellos como encantadoras palomas de la paz.
No cree en que haya nada espontáneo en lo ocurrido:
Todo estaba perfectamente orquestado, programado y probablemente subvencionado.
Finaliza:
«La Policía cargó duramente contra los indefensos manifestantes». Tan duramente, que la mitad de los heridos son de los suyos. Y por responder a las agresiones. Duramente, duramente, duramente.