Las columnas del papel vuelven a animarse este 28 de septiembre de 2012, con temas variados. Las cuestiones que se tratan van desde las que han ocupado toda la semana, como las manifestaciones ante el Congreso o el nacionalismo catalán, hasta otros nuevos, como el proyecto de los Presupuestos Generales del Estado o ciertas cuestiones históricas.
Un poco de todo, hasta un ex presidente autonómico que se lanza al ejercicio periodístico con un ‘ladrillo’ que pretende ser moderador y, pretendiendo defender el federalismo, azuza la llama independentista. Pero antes vayamos con otros artículos.
En su columna de El Mundo, El Gobierno camello, Federico Jiménez Losantos muestra su disgusto con los Presupuestos Generales del Estado. Reprocha que siga aumentando el gasto público y que las cuentas se continúe «subiendo los impuestos, impidiendo que el sector privado se sanee y cree empleo».
Rechaza que los PGE presentado por el Ejecutivo sean restrictivos:
Lo son sólo para los contribuyentes, a los que se robará -cuando cobra tanto, el Estado no recauda, roba- 4.375 millones de euros más, a través del Impuesto de Patrimonio y del de Sociedades.
Reprocha que no se toque «ese ejército de 400.000 políticos» ni «los tres millones largos de empleados públicos»:
Ningún Gobierno de izquierda -no digamos de derecha- ha subido tanto los impuestos y facilitado más heroína gratis a los adictos al gasto público.
Finaliza de forma contundente:
Este Gobierno camello subió el IRPF más de lo que pedía el PCE, ha subido tanto el IVA y lo que no es el IVA que ha hundido la recaudación; y con la nueva subida no hay ni para pagarle la dosis a Artur Mas. Pero el camello pepero no abandona al extranjero. ¡Otro habano!
Antes hablábamos de un político que azuzaba la llama independentista. Nos referimos a Manuel Chaves, que firma en El País un largo artículo titulado Cataluña: claridad y diálogo destinado a defender la propuesta federalista de los del puño y la rosa. Al comentar la manifestación independentista del 11 de septiembre sorprende que diga que «los recortes y los ajustes» de la Generalitat «estaban en la mente de muchos manifestantes».
Vaya usted a saber en qué estaban pensando quienes marchaban tras las pancartas y portaban ‘esteradas’, pero no parece que fueran por ahí los tiros en ese preciso momento. Reconoce, eso sí, que era una marcha que pedía la independencia.
Y claro, busca culpables al «aumento de la desafección de muchos catalanes hacia España y de muchos españoles hacia Cataluña». Y los responsables son todos menos el PSOE y el PSC, por supuesto:
De mi etapa como presidente de la Junta de Andalucía, no olvido las continuas iniciativas anticatalanas presentadas por el PP en el Parlamento andaluz, como tampoco puedo dejar de recordar las declaraciones de dirigentes nacionalistas catalanes menospreciando a Andalucía y Extremadura para justificar un falso victimismo catalán.
Imaginen ustedes a un independentista catalán que lea las palabras anteriores. Qué pensará. «Ya lo decía yo, si hasta en el Parlamento andaluz los del PP, los que ahora mandan en España, se dedicaban a atacarnos. Es que nos odian»
Estos socialistas amnésicos –con la excepción de Rodríguez Ibarra– que piden ahora ‘diálogo’ ¿no son los mismos que apoyaron en 2003 el Pacto del Tinell otros cordones sanitarios, que supusieron un ejercicio antidemocrático y de apoyo abierto a las pretensiones de los nacionalistas?
El mismo día en que Chaves suelta el ladrillo en El País, Carlos Herrera publica en el ABC un artículo en el que critica la actitud de la zurda española titulado Los huérfanos de la izquierda. Ni que lo hubiera hecho a propósito, parece una réplica en toda regla. Arranca con una crítica general a los periódicos de toda España:
Debemos reconocer que en la prensa no catalana las columnas acerca del desafío político catalán a la Constitución y al Estado español salen solas. En realidad, en la prensa catalana también salen solas, pero en sentido contrario. En ocasiones echo en falta cierto territorio de matiz.
Reconoce que esto es especialmente grave en Cataluña, donde «parece difícil tomar partido por algo que no sea la tesis «cool» imperante, la considerada por todos los interlocutores sociales como la salida que impone el destino y la férrea voluntad popular». De ahí pasa a una reflexión más general, ya fuera del periodismo:
Debe de ser desalentador para los catalanes nada independentistas que no sean de derechas o que no quieran nada con el PP, que éste sea el único partido -junto con «Ciutadans»- que defienda la España autonómica y razonablemente unida. Menuda soledad.
Repasa la actitud de una IU «trasvestida» y una «ERC» que colocan el nacionalismo por delante de las reivindicaciones tradicionales de izquierdas. Sobre el papel de una izquierda moderada no nacionalista que se le podría adjudicar al PSC dice:
Le ha quedado escaso margen para ser fiel a sí mismo y no parecer, asimismo, un catalán desleal, papel reservado en la opereta bufa que se representa a diario en Cataluña a los votantes del PP. Está sometido al perverso juego de ser y parecer. No puede, o aparenta no poder, desgraciadamente, separarse del pensamiento único al que está sometido el arco político de esa Comunidad.
Su cuerpo dirigente sabe que una parte sustancial de su electorado no es partidaria de aventuras poco prometedoras, pero se resiste a actuar en consecuencia con ellos. Prefiere los territorios intermedios poco definidos: de ahí ese mito siempre redivivo del federalismo, que viene a ser el escudo con el que se protegen de la acusación de catalanes sospechosos.
Atribuye el federalismo del PSC a su intención de hacer cualquier cosa «menos coincidir en una votación con el PP». Concluye:
El sector independentista catalán, que incluye a la siempre engañosa CiU, se frota las manos sabiendo desactivados a los socialistas catalanes, que, carentes de una guía clara y concisa en voceros e interlocutores sociales, da la impresión de no saber qué quieren ser de mayores. Nunca hubo tantos huérfanos en la izquierda. Nunca tantos esperando una decisión concisa y valiente. Ya es triste.
En La Razón nos encontramos con dos columnas dignas de mención. José María Marco –en opinión de este humilde lector de columnas, uno de los más profundos y brillantes intelectuales españoles contemporáneos– reflexiona sobre El orden civilizado. Y lo hace con motivo de las manifestaciones en torno al Congreso. «Ha vuelto el 15-M y lo ha hecho a lo grande», arranca. Retrata a los participantes de la siguiente manera:
Hay radicales violentos, delincuentes especializados en asaltos y guerrilla urbana, marginales sin escrúpulos a la hora de recurrir a la violencia. Y hay también –mayoritariamente, como es lógico– un rebaño de gente, ya no tan joven y predominantemente masculina, infantilizada, embrutecida en la nostalgia de la guardería y del mundo sencillo de los payasos de la televisión y la narrativa ácrata-marxista.
Cree que el PP está haciendo frente a la situación como debe, mientras que el PSOE «cae en la tentación, como siempre, de flirtear con los radicales». Analiza:
En la vida política a corto plazo, es probable que en este asunto todos ganen –incluida UPyD, que tiene aquí la ocasión de redimirse de su populismo habitual– excepto el PSOE. No por eso abandonará su obcecación.
Jugar a las revoluciones juveniles cuando ya no se es joven, escenificar compulsivamente una utopía callejera y figurarse que hacer botellón delante de unos policías equivale a cambiar el mundo son actitudes con poco recorrido político.
María José Navarro ironiza con una de las grandes apuestas en la acción exterior del actual gobierno, la muy mentada Marca España. ¿Saben ustedes, queridos lectores, a ciencia cierta en qué consiste? Imaginamos que no. Navarro reconoce que ella tampoco:
He mirado y mirado y lo único que me sale por Marca España son unos embutidos y jamones que se anuncian en el videomarcador del Calderón.
No obstante, me sorprende que en reuniones de sofisticados neoyorquinos el tema de conversación sea el salchichón cular, así que ahora dudo.
Concluye de un modo que logra deprimir al lector:
Miro bien lo que tenemos y me da miedo, eso sí, que hayamos lanzado la marca sin haber mejorado el producto, no sea que al final nos convirtamos en el Ryanair de la ONU.
Y ya puestos a hablar sobre acción exterior, nos encontramos en La Gaceta con una artículo de Fernando Díaz Villanueva titulado «La absurda alianza». ¿A cuál se refiere? Pues a esa iniciativa de Zapatero llamada «Alianza de civilizaciones» y que el PP, a pesar de haberla criticado cuando estaba en la oposición, no ha puesto punto y final. Recuerda que es una reedición de una propuesta del Irán de los ayatolás llamada diálogo de las Civilizaciones.
Ambas partían de los mismos presupuestos, a saber: todas las civilizaciones, sin importar los hechos, son buenas por definición y para que reine la paz mundial sólo es preciso que se entiendan pacíficamente y se respeten entre ellas.
La idea, muy en la línea del buenismo que tan en boga estuvo durante la década pasada, incidía en los errores de concepto habituales en la izquierda zapaterina. Así, situaba en un plano de igualdad civilizaciones basadas en la libertad individual y la dignidad humana, con regímenes colectivistas inflamados de ardor religioso como los que imperan en ciertos países musulmanes. Y no, la libertad no es igual a la esclavitud.
Concluye:
Pero lo que trajo la Alianza de Civilizaciones no fue el empeño en igualar a un Occidente libre frente a un mundo musulmán que malvive en la peor de las servidumbres. Lo que llevó a Zapatero a presentar esta iniciativa en la ONU fue, aparte de buscar renombre internacional, el convencimiento de que la causa del terrorismo islamista no es el odio a los valores occidentales, sino la pobreza de la que, por descontado, no son responsables. Una empanada, en definitiva, indigesta y absurda con la que Rajoy debería haber acabado ya.
No sólo no ha terminado con ella, sino que sigue costando mucho dinero a los contribuyentes españoles.