Menos mal que ya ha pasado el lunes. El material opinativo de la prensa de papel es mucho más entretenido el martes 2 de octubre de 2012 que un día antes. Hay temas para todos los gustos, e incluso posiciones enfrentadas sobre un tema en un mismo periódico, mientras que sobre otra cuestión coinciden columnistas de diferentes diarios.
Lo dicho, hay martes en los que merece la pena asomarse a los artículos de opinión de los periódicos, aunque algunos puedan indignar.
Arranquemos en Barcelona, con una columna del diputado de CiU residente en el lujoso hotel Palace de Madrid, Durán i Lleida. Escribe en La Vanguardia en defensa del actual sistema de pensiones, sobre todo en lo que se refiere a quién las pagas. No jugar con las pensiones es una respuesta no reconocida, pues no habla de esas cifras, a los datos hechos públicos los últimos días que dejan en evidencia que lo que se recauda para pagarlas en Cataluña es mucho menos de lo que se desembolsa a los pensionistas catalanes.
Y claro, ante eso ya no pintan los territorios ni las supuestas voluntades populares por la soberanía, ni tampoco nada parecido a un pacto fiscal. Aquí el democristiano –por lo tanto, socialista de derechas– descubre al individuo:
Debería recordarse que la pensión es un derecho de base contractual. En la medida en que el ciudadano cotiza durante los años estipulados gana su derecho a percibir la correspondiente pensión. Es su pensión, de la que nadie puede disponer caprichosamente. Pensión que le deberá ser pagada por quien haya recibido el importe de las previas cotizaciones, con independencia de donde viva o resida, e incluso de su nacionalidad. Nadie puede perder su pensión por decisiones que le sean ajenas.
Insiste:
Podrá discutirse si la actualización de las pensiones se integra en el contenido material del derecho individual de cada pensionista; pero en cualquier caso esta posibilidad debería afectar al conjunto de todos los pensionistas, sin que resultara posible discriminar a unos u otros por razones geográficas o decisiones colectivas que trasciendan la relación «contractual» entre el beneficiario de la pensión y el pagador de la misma.
Traducido por si alguien no quiere entender: con independencia de que Cataluña siga en España o se independice, ‘Madrit’ debe seguir pagando las pensiones de sus habitantes.
Por cierto, que este artículo le ha recordado a este humilde lector de columnas un chiste gráfico protagonizado por el tristemente famoso Madoff. En un interrogatorio el policía le pregunta de dónde ha sacado la idea de pagar a los primeros inversores con el dinero de los últimos (es en lo que consiste la estafa piramidal). El detenido responde: «Del sistema de la Seguridad Social». Pues eso.
Y puesto que con catalanes estamos, con Catalanes seguimos. Con ese gentilicio titula su artículo en el ABC Juan Carlos Girauta. Comienza con esta frase:
EL orden alfabético no es menos caprichoso que el criterio de selección utilizado, pero vamos allá.
Y lo hace. Arranca con un Isaac Albéniz, del que nos recuerda que dijo «Hay que hacer música española con acento universal, para que pueda ser oída y entendida en todo el orbe musica», sigue con una larga lista en la que incluye nobles como Salvador Dalí y Laureano Figuerola, ministro de Hacienda que implantó la peseta en 1868. Concluye Girauta:
El espacio de la columna se acaba. Quizá los lectores deseen continuar la azarosa lista de catalanes, esa gente tan ajena a España.
Todavía en el periódico madrileño del grupo Vocento, Ignacio Camacho escribe sobre Messi en Mollerusa. Se sorprende del debate en torno a en qué liga debería jugar el Barça:
Sólo en un país decididamente pintoresco podría plantearse como un factor de perfecta seriedad en el debate de la eventual independencia catalana la esencialísima cuestión de en qué Liga jugaría el Barça. Claro que sólo en un país decididamente pintoresco se discutiría sobre un proceso de secesión como si fuese algo que puede ocurrir pasado mañana mediante algo similar a un simple trámite administrativo: adiós muy buenas y vámonos que nos vamos.
Recuerda que la cuestión sobre la liga en la que deberían participar los blaugranas se incluye en las encuestas de opinión. Añade:
Hasta el presidente del club se ha apresurado a aventurar su convicción de que el «ejército simbólico de Cataluña», como lo definió Vázquez Montalbán, continuaría sin la menor duda participando en la Liga española. (Éste es, por cierto, un retrato muy exacto de la convicción nacionalista: lo mío es sólo mío y lo tuyo de los dos).
Por cierto, estimado lector, ¿no le recuerda esto un poco a lo de Duran i Lleida con las pensiones? A este humilde lector de columnas. sí.
Finaliza:
Si se trata de eso, si alguien realmente le concede importancia, conviene que se clarifiquen también las reglas de ese irresponsable juego siniestro. Que la Liga Profesional, o su presidente, se pronuncien con solemnidad taxativa sobre tan trascendente detalle. Y que lo hagan pronto; vaya que además de cargarse el fútbol se carguen también de rebote el Estado.
Y sobre deporte, catalanes y España también escribe Alfonso Ussía en La Razón. Su columna se titula Muy pesada, en referencia a la explicación dada por Pedrosa para justificar que no luciera la bandera española cuando daba la vuelta triunfal al circuito tras ganar el Gran Premio de Aragón. Se le nota el enfado al periodista, tanto que le llama por su nombre de pila completo, Daniel, en vez de por el diminutivo Dani con el que suelen referirse los medios al motociclista:
Daniel Pedrosa, piloto del equipo Repsol, no había tenido hasta ahora problemas con la bandera de todos, que es la española. Pero se supone, por su última actuación, que la Bandera de España le produce algún imprevisto rechazo.
Es probable que Pol [Espargó, que ganó la carrera de Moto-2 y sí lució la enseña] sea más fuerte físicamente que Dani, de acuerdo con la excusa ofrecida por éste al ser preguntado por su olvido de pasear la bandera. «No me he dado cuenta, y además, suelen pesar demasiado y te obligan a dar toda la vuelta en primera marcha. Por otro lado, no me quiero meter en estos asuntos». Ignoraba que la Bandera de España fuera uno de esos asuntos en los que Dani Pedrosa no se quiere meter. Antaño se metía y no le pesaba tanto.
Tras ironizar sobre el peso de la bandera y ofrecer soluciones a Repsol, que paga el equipo en el que compite Pedrosa, como usar una de seda, concluye:
Pero me preocupa más el mensaje final de su justificación. «No me quiero meter en estos asuntos». ¿Qué asuntos, señor Pedrosa? Se trata simplemente de una costumbre y de un detalle de cortesía. Usted es español, y espero que lo siga siendo durante mucho tiempo. Su empresa es española, su afición mayoritariamente española, sus ingresos por publicidad de España provienen, y somos los españoles los que hemos celebrado con mayor alegría sus victorias. Los italianos llevan su bandera, y los alemanes, y los franceses, y los británicos. Los españoles también, excepto usted «porque pesa mucho y no quiere meterse en estos asuntos».
Pues mis asuntos, que también los tengo, me dicen con toda claridad que termine este artículo de la siguiente guisa: Pedrosa, que le den.
Pero no sólo escribe la derecha, periodística o política, catalana o madrileña, nacionalista o no. También lo hace la izquierda, así que saltamos a El País para ver un buen ejemplo de anticlericalismo de la más vieja escuela.
El diario generalista del Grupo PRISA nos ofrece un largo artículo del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza Julián Casanova titulado ¿Y la Iglesia? ¿Qué hace la Iglesia católica?. Es desde el principio un texto muy duro con dicha institución religiosa:
Resulta muy significativo (…) que la parte poderosa y dominante de la Iglesia, ante el descrédito de la política y el empobrecimiento y desprotección de un amplio sector de la población causados por la crisis, no reaccione como una fuerza de integración. Quizá nuestra historia más reciente ayude a explicarlo. La jerarquía eclesiástica nunca creyó en los valores de la soberanía popular, el fortalecimiento de la sociedad civil y de las libertades democráticas. Por eso hoy es más una fuerza de fragmentación que de unión.
Le reprocha su actitud durante las dos legislaturas de Zapatero:
La Iglesia emprendió importantes batallas en los años de Gobierno de Rodríguez Zapatero, frente al aborto y los matrimonios homosexuales, el reconocimiento de las víctimas del franquismo, que «abría viejas heridas», y, sobre todo, contra la Ley Orgánica de Educación (LOE), donde unió la defensa de la religión con su peculiar concepto de la libertad de enseñanza.
Las declaraciones de los representantes de la Iglesia católica en esos ocho años podrían recopilarse en un manual de cómo utilizar el engaño y la propaganda para auxilio espiritual y material de la derecha política. La Iglesia desplegó toda su infantería y la puso al servicio del Partido Popular. El objetivo: echar a Rodríguez Zapatero, a los socialistas y recuperar las riendas del poder.
Mezcla, como el viejo discurso anticlerical de principios de siglo XX o incluso de los libros de Marx, anticapitalismo y anticlericalismo:
No necesita reconvertirse o adaptarse a los tiempos de crisis y penuria, distanciada de las protestas contra la corrupción y el enriquecimiento fácil, contra los bancos y los especuladores, que tienen mucha más fuerza que los parlamentos y que los órganos de representación popular.
No reclama políticas al servicio de los ciudadanos, que se propongan la redistribución de los recursos sociales. El integrismo se impone. Y con la educación y las finanzas a salvo, ¿para qué descender a los problemas mundanos?
El señor Casanova debería, tal vez, salir de su despacho de la universidad y sus propios prejuicios y mirar quién atiende a muchos que en la actual crisis lo pasa realmente mal. ¿Qué mayor descenso a los problemas mundanos que la innegable labor de muchas organizaciones católicas a través de sus comedores sociales o el reparto de ropa en las parroquias? Eso sí es atender a los ciudadanos.
Claro que, tal vez, lo que este catedrático pretende es que se acepte como válida la Teología de la Liberación y, de paso, veamos las manifestaciones ante el congreso llenas de sotanas negras y solideos púrpuras.
Terminamos nuestro repaso diario con dos columnas de El Mundo sobre el 25-S y la cobertura mediática que se le ha dado, incluyendo la petición de Mayor Oreja de que no se emitan las cargas policiales. Manuel Javois firma Mayor sin censura, texto crítico con el ex ministro:
Mayor cree que llaman a la protesta; llaman a la protesta y llaman a darse de alta en antidisturbios, matizaría yo, porque no son pocos espectadores los que se excitan con los porrazos.
Concluye:
Ahora bien, tengo para mí que la ocultación de imágenes neutrales al segmento de audiencia de los canales generalistas haría un flaco favor al orden establecido, pues grabaciones de sobra circulan por internet entre inflamados, y en ésas la sintaxis sí se aviene más fácilmente a la trampa. Y de la misma manera que Mayor está en su derecho de decir lo que quiera, los periodistas estamos en nuestro derecho de publicar lo que dice, aunque sus declaraciones alienten la manipulación más tranquila, que es la censura. Y aún por encima explicando por qué.
La de Aracadi Espada, en El 25-S, San Fermín, es una postura muy diferente:
Una editora de TVE fue apartada recientemente de sus responsabilidades después de que un consejo asesor criticara el lugar que había ocupado en un programa informativo la manifestación del 11 de septiembre en Barcelona. No he oído que ese consejo ni nadie, salvo el eurodiputado Mayor Oreja, criticara la cobertura que la televisión pública realizó la otra tarde de la manifestación de Madrid, que incluyó largas y frecuentes conexiones en directo y el desarrollo, ¡completo!, de la protesta en rtve.es.
Es puramente extraordinario que la retórica resultante fuera la del encierro. Me estoy refiriendo al encierro de San Fermín, potente fiesta navarra que la televisión pública retransmite todos los años. Es ocioso decir que el ganado de Madrid eran los policías que arremetían cada tanto contra los mozos, siguiendo las indicaciones de su oscura casta. A las acometidas, igual que en Pamplona, les seguían algunos minutos de tensa espera. Y vuelta a empezar. De vez en cuando algún mozo era cogido.
Concluye:
La televisión debe meter su cañón en el centro de los problemas democráticos. Y desde luego también en la manifestación de Madrid. Pero esa información ha de editarse. Para eso están las editoras. Para el periodismo. El directo sólo es electricidad. Como el cerebro adolescente, tampoco necesita distinguir entre un morlasco y un antidisturbios.
Claro que no pide censura, tan sólo edición. Pero a veces, cierto es, se corre el riesgo de convertir la segunda en lo primero. Mientras no se caiga en eso, bienvenida sea.