El desayuno se le ha debido atragantar a Juan Luis Cebrián este 11 de octubre de 2012 si tiene la costumbre de leer su periódico mientras toma la primera comida del día.
Una jornada antes, el día 10, era Elvira Lindo la que clamaba su indignación por la decisión de El País de prescindir de sus periodistas más veteranos, aunque con mucho cuidado para no utilizar en ningún caso el nombre del diario ni el de su consejero delegado —Elvira Lindo se enfrenta: «¿Por qué dicen que los periodistas están acabados con 50 años?–. El 11 de octubre llega ración doble, dos columnas, una con unas evidentes críticas a Cebrián, aunque tampoco se le llama por su nombre es evidente que hablan de él, y otra en la que se cita de forma explícita a la cabecera.
Pero hay más temas además de los problemas internos de El País. En la prensa de papel siguen ocupando un lugar destacado Cataluña, ahora a colación de las penúltimas declaraciones de Wert, la clase política y las elecciones vascas.
Pero vayamos al mal desayuno de Cebrián. Los churros, el croissant o aquello con lo que guste de acompañar el café, se le habrá atragantado con el artículo de Maruja Torres, escrito en tono irónico desde el propio título: Los pobres. Eso sí, la misma que no duda en dar nombres y apellidos cuando habla e insulta a quienes no militan en la zurda, sea caviar o no, –¿recuerdan aquello de que Cristina Cifuentes es «ejemplar de mitad madrastra, mitad monja»?– evita señalar de forma explícita a aquel del que cualquiera sabe que estar hablando.
Una cosa es ir de rebelde y otra cosa es escupir en la cara al gran jefe, suponemos.
Tras lamentar que nadie se compadezca «de los jefes», dice:
A mí se me encoge el corazón cuando pienso en esos ejecutivos que vuelan en business o en primera -algunos, incluso, en el pavoroso aislamiento de su jet privado, propio o de alquiler-, y que no pueden hacer otra cosa, entiéndanlo bien. No pueden sino aceptar el horror que les ha tocado ejecutar, y emprenderlo con la misma responsabilidad con que, cuando se trata de sacar una media de sueldos por trabajador, y con objeto de disimular lo poco que cobran muchos, arriman sus emolumentos a la suma total, logrando así que salga una cifra presentable y decente, que legitime la carnicería ante los ciudadanos lampantes.
Termina de forma contundente:
No me digan nada de los trabajadores. Piensen en los jefes. Y en todo lo que han tenido que traicionar un día tras otro. Los pobres.
David Trueba titula su columna como El país, así, con la pe en minúscula. Hay que disimular o jugar a los dobles sentidos. El país al que se refiere suponemos que es España, pero también el periódico donde escribe.
Tras las consabidas críticas a los recortes e incluso al ahorro y la defensa de un keynesianismo al que no se le cita de esta manera –tal vez ni tan siquiera sabe que se trata de eso, o puede que sí pero no considera necesario decirlo– llega, escondida casi al final del texto, las referencias al periódico de PRISA:
Hasta las empresas que deberían dar ejemplo de progresismo y dinámica inversa aceptan como irremediable esta década de dolor. Llegan los despidos a este periódico, cuya paradoja dramática es que tiene que señalar al Gobierno conservador que hay otro camino posible.
Pero hay que disimular y congraciarse con los jefes. Así que nada mejor que terminar con un ataque al candidato republicano a la Presidencia de EEUU y un llamamiento a arrimar el hombro por un «el país» que no queda claro si es España o el periódico:
Frente a tanto Romney, que con Dios en la boca todo el día carecen de piedad para hablar de España, hemos de estar nosotros, más empeñados que nunca en salvar el país.
Eso sí. Llama la atención que la rebelión, discreta y con la boca pequeña, de los columnistas de El País llegue cuando ya no se puede recortar más plantilla en el diario. Que se produzca cuando es evidente que los próximos afectados ya sólo pueden ser los articulistas. ¿Dónde estaban las Lindo, las Torres y los Truebas cuando los empleados de El País y otros medios de PRISA se manifestaban contra los despidos ya hace meses? No se les vio nunca.
Hay que medir muy bien cuando se indigna uno, sobre todo para proteger los propios intereses intentando hacer creer que se está de parte de aquellos a los que se ha ignorado. Será legítimo, pero queda un poco feo.
Saltamos a otro periódico que no pasa ni de lejos por su mejor momento, El Mundo. Santiago González es el autor de Una campaña etérea, que trata de una cuestión de fondo de las elecciones vascas más allá de las previsiones de la aritmética electoral en el País Vasco:
Hay algo mágico en la campaña electoral vasca, que ha permitido hacer evanescentes el terrorismo y a sus víctimas, por una parte, y a los presos etarras, por otra. No es improbable que el lehendakari escogiera con intención la fecha del 21 de octubre. Los vascos (y naturalmente las vascas) vivirán la jornada de reflexión en el primer aniversario del comunicado en el que ETA anunció que no iba a hacerlo más.
Tras señalar una propuesta de nueva ley de víctimas del terrorismo presentada en Navarra por los nacionalista vascos donde no se habla ni una vez de ERA y donde el concepto «violencia terrorista desaparece», añade:
Es un estado de ánimo y una norma de urbanidad. En la mesa no se habla de según qué cosas. Y si se habla, ha de ser con eufemismos. Recordarán la polémica que vivimos a propósito del caso Bolinaga. Los otros 14 presos enfermos servirán para hacer campaña, pero será después de la publicidad. No antes del día 21 en ningún caso.
Y para terminar, una reflexión interesante y un dato aterrador:
También ha dejado de hablarse de las víctimas, que ya constituyen una causa más antigua que la Guerra Civil. Puede mover a cierta perplejidad el hecho de que pocos discutirán la necesidad de seguir investigando los muertos de una guerra tan lejana, para dar a los nietos de aquellos fusilados el consuelo de adjudicarles tumba propia. Mientras, está empezando a olvidarse a víctimas mucho más recientes, muertos sin remedio y sin fosa, por decirlo con palabras de Hernández. Y sin esclarecimiento. De los 858 asesinatos etarras están sin aclarar 326, el 38%. Sus asesinos no serán castigados: unos por prescripción, otros por desconocimiento. Algunos de ellos ejercerán responsabilidades institucionales y cobrarán sus sueldos del dinero público. En eso estamos.
Sin salir del periódico de Pedrojota Ramírez encontramos uno de los pocos elogios a Wert que se hayan podido leer desde que es ministro. David Gistau dice, en relación con famoso «españolizar» dicho por el titular de Educación, en Wert versus Cataluña:
El ministro Wert tiene el desparpajo de quien sabe que podría encontrar trabajo al margen de la política. Eso lo convierte en un polemista formidable, pues carece del instinto de supervivencia del político profesional, que siempre procurará no abrasarse discutiendo lo tabú. La otra excepción en el Gobierno puede ser Gallardón quien, al igual que Wert, y mientras Rajoy permanece abducido por el monotema económico, ha asumido discursos políticos y morales francamente volátiles. Creo que son los dos únicos ministros capaces de manejar conceptos que trasciendan la mera gestión, la cotidianidad burocrática. Eso los arrastra a las pendencias parlamentarias más sabrosas para el periodismo.
Pero no todo es elogio:
Sin embargo, la propuesta de Wert es la consecuencia de una frustración: el Estado pretende inyectar dinero para compensar artificialmente, no ya el incumplimiento de una ley acerca de la educación bilingüe, sino una inercia social ya consolidada.
En La Vanguardia Fernando Ónega también reflexiona sobre la expresión «españolizar a los alumnos catalanes». Lo hace en un artículo firmado ¡Pobre España!, en el que deja claro desde el principio que su lengua materna no es el castellano (él es de Lugo) y toma una aparente equidistancia que no le imparte ver algo como negativo una cosa si la practica el Gobierno de España pero no si lo hacen los nacionalistas.
En su llanto dice:
¡Pobre España, para unos necesitada de imponerse, para otros sinónimo de imposición! ¡Pobre España, que todavía conserva su integridad territorial, pero cada día tira por el suelo jirones de la idea que sustenta su unidad!
Y aquí esa supuesta equidistancia:
Y es que el mensaje, el proyecto o la intención que confesó Wert ha tenido el efecto de un latigazo. Seguro de que no lo quiso ser, pero sonó así. ¿Le falta razón al ministro cuando denuncia que la descentralización educativa hizo crecer el independentismo? Naturalmente que no. Si la educación fuese uniforme y dictada desde su ministerio, ni los niños catalanes ni los gallegos tendrían una idea diferente de su patria. Pero ésa no es nuestra realidad histórica ni cultural. Izar la bandera de la españolización supone gobernar con una idea de misión, comparable al objetivo de evangelizar un país.
Queda claro. Si se adoctrina en la escuela para crear nacionalistas catalanes o gallegos, está bien. Si se hace para crear conciencia de españoles, está mal. ¿Y si no se utiliza la educación pública para adoctrinar ni en un sentido ni en otro? Suena raro en un país plagado de ingenieros sociales, pero sería posible.
Cerramos este repaso con La Gaceta, donde Román Cendoya publica un artículo titulado ‘Políticos y campañas’, donde reflexiona sobre el voto del PP, PSOE e IU contra la reducción de las campañas electorales a siete días para ahorrar gastos:
La excusa para que las cosas permanezcan como están es poner enorme interés en hacer una gran reforma general y así no asumir ningún cambio porque es menor.
Dice:
Sí que es verdad que los políticos deben de necesitar esos 15 días para ver la calle y sus gentes, una vez cada cuatro años, en esas burbujas turísticas que son «los paseos electorales» rodeados de fieles.
Concluye con una andanada contra el actual presidente del Gobierno:
Ahora bien, yo recortaría las campañas en lo de explicar los programas y propuestas. Después de ver cómo gobierna Rajoy puedo asegurar que los ciudadanos no necesitamos 15 días para saber que con nuestro voto van a hacer exactamente lo contrario de lo que han dicho. Queremos democracia, no partitocracia.