Lo más jugoso, para bien y para mal, del espacio opinativo en la prensa de papel española de este 18 de octubre de 2012 lo encontramos en las dos principales cabeceras de Barcelona. La madrileña anda muy sosita.
Es verdad de en los periódicos capitalinos encontramos alguna columna de altísima calidad, pero son de esas escritas para los muy interesados en cuestiones consideradas más espesas o especializadas, como fiscalidad o ciertos aspectos de política internacional. Y también hemos topado con otra sorpresa, que puede hacer las delicias de muchos y crear un enfado considerable a Juan Luis Cebrian.
¿Sabía usted que eso de simular atentar contra la vida del Rey y pegar tiros en la rodilla de un periodista no tiene nada de censurable? Al contrario, ahora parece que es algo propio de un «programa excelente, transgresor, incomodo, inteligente y sensible». Eso es al menos lo que defiende Ernest Folch en su artículo La entrega de ‘Bestiari’ publicado en la contrapartida de El Periódico de Cataluña.
¡Qué inteligente y sensible debe de ser el señor Folch, capaz de percibir las virtudes de uno de los capítulos más negros de las televisiones públicas de toda España! O del Estado español, no vayamos a herir sus nobles sentimientos.
Y, dotado de una sensibilidad por encima de la media, abronca a aquellos catalanes que han considerado un exceso lo emitido por El 33 de la televisión autonómica controlada por el Ejecutivo de Artur Mas. Y lo hace poniéndose épico, transportándonos a un mundo de caballeros de luciente armadura, damiselas desvalidas y bestias vomitadoras de fuego:
No se equivoquen: el sujeto de este cuento medieval no es la princesa del Bestiari que parte de la sociedad catalana ha corrido a entregar vergonzosamente.
Y si los catalanes que no salieron a defender la infame bromista por cobardes, peores son otros personajes. Personajes caracterizados como bestias sedientas de sangre que viven en Madrid y denunciaron la emisión de la ‘bromista’ del gafapastas que jugaba a ejecutor de reyes y periodistas:
El sujeto es el dragón de los medios ultras de la Península, capitaneados por Pedro J. Ramírez, que viven de fabulaciones que permiten a los verdugos hacerse pasar por víctimas. El sujeto es la portada de El Mundo, porque fue allí y en ningún otro lugar donde se creó la polémica.
Folch personifica el mal en el director de El Mundo, al que atribuye ni más ni menos que la capacidad de «condicionar todo lo que hace el PP» y marcar «la agenda catalana».
Sorpendente, no sabíamos que Rajoy y Mas consultan a Ramírez cada mañana antes de tomar decisión alguna. Igual hasta le llaman para preguntarle qué tomar como almuerzo. A ese «dramón rabioso», y a través suyo a todos esos «medios ultras de Madrid», le ha entregado en sacrificio a la bella damisela una «aldea» que «cada día está más atemorizada y agobiada por la ofensiva».
Está preocupado el Señor Folch, teme que las siguientes víctimas propiciatoria sean el programa Polònia o los mapas del tiempo. Se refiere, aclaremos, a aquellos que en la televisión pública tan querida por él dilata las fronteras catalanas para abarcar otras dos comunidades autónomas y un trocito de Francia. Concluye:
Mientras esperamos que el caballero san Jorge nos libre del dragón, haríamos bien en dejar de traicionar a nuestras princesas y en no equivocarnos de enemigos.
¿Qué quieren que les diga este insensible (en casi segura opinión de Folch) y humilde lector de columnas? Tanta referencia a Pedrojota Ramírez como dragón y esa apelación que un San Jorge «nos libre de él», le pone a uno los pelos de punta. Recordemos que el gran mérito de ese caballero fue precisamente acabar con la vida de la bestia lanzadora de fuego. Esperemos que se trate tan sólo de una broma transgresora, incomoda, inteligente y sensible, y no una invitación a algo mucho peor.
Todavía reponiéndonos del susto, nos lanzamos a la lectura de La Vanguardia, territorio de papel normalmente libre de dragones insensibles a los nobles impulsos del señor Folch. Las páginas de opinión del periódico del Grande de España y Conde de Godó suelen ser de una ortodoxia independentista absoluta, pero hay días que rompe esa tendencia, como para despistar. Esta es una de esas jornadas.
Arrancamos con Fernando Ónega, que suele jugar en ese periódico el papel de no catalán comprensivo con el nacionalismo y equidistante. De hecho, La consulta arranca con una declaración de dicha equidistancia, como si fuera lo mismo defender el cumplimiento de la legalidad que promover su violación:
La posición de este cronista es: ni envolverse en las leyes como muralla inexpugnable, ni el sí o sí del presidente Mas. Si el debate sobre una consulta al pueblo catalán para que decida dónde quiere estar se plantea en esos términos de intransigencia mutua, es inevitable la confrontación.
Sin embargo, después cambian las cosas, como si ese arranque fuera una petición de excusas preventiva ante el posible enfado de algunos:
Para el señor Mas: guste o no guste, Catalunya es todavía una comunidad autónoma de España, y él es el representante del Estado. Si construye un Estado propio, podrá y deberá construir la legalidad que corresponda. Mientras, está sometido como los demás ciudadanos al imperio de las leyes vigentes. Está incluso más obligado que nadie, dada su responsabilidad. Esa es la norma básica de la convivencia. El resto es insumisión.
Tras poner en duda que se deba celebrar «un referéndum en un clima tan pasional como el que vivimos», sostiene que la forma de «conocer la dimensión de la corriente independentista: preguntando al pueblo».
Esto es tan evidente, que ruboriza decirlo. Pero también son evidentes los riesgos de ir a esa meta desde el desafío a la legalidad, usando esa legalidad para amenazar con la cárcel, o invocando los tanques y los cañones. Por eso pido, reclamo, exijo una vía de encuentro que evite el conflicto. Ya sé que eso supone renunciar a posturas y principios, pero eso es la política. Lo contrario es obstinación.
Al final, vuelve la equidistancia.
El catedrático Francesc de Carreras firma Las 24 horras de Mas, toda una crítica al presidente catalán. Sostiene que no hay «nada más alejado de la realidad» que la afirmación de Artur Mas en el sentido de que una Cataluña independiente entraría en la Unión Europea en 24 horas.
Critica el victimismo catalanista:
Uno de los problemas que más obstaculiza el desarrollo normal de la vida política catalana es el desprecio por el derecho. Ello condujo al fracaso del nuevo Estatut, obviamente inconstitucional; se manifestó en la bochornosa manifestación contra la sentencia del TC, y ha frustrado la reforma de la financiación autonómica al empeñarse la Generalitat en utilizar la vía del concierto vasco, aun sabiendo de antemano que es constitucionalmente imposible.
Tantos errores no son casualidad, quieren perder pleitos para hacerse las víctimas, utilizan el derecho como arma política y de enfrentamiento en lugar de instrumento para la justicia y la concordia. Con esta mentalidad destruyen la misma esencia del derecho, exactamente su razón de ser.
Tras un largo análisis sobre el derecho internacional y los mecanismos de entrada de un país en la UE explica:
Todo este proceso, aun en el caso de que ningún Estado se opusiera a la entrada de Catalunya [en la UE], es lento y trabajoso, no menos de tres o cuatro años. Y si algún Estado quisiera añadir condiciones adicionales a la admisión, como es frecuente, el proceso se alargaría todavía más. En el entretanto, Catalunya tendría la consideración de Estado tercero y sus fronteras con España y Francia se habrían convertido en fronteras exteriores de la Unión Europea.
Los dos últimos párrafos no habrán gustado, sin duda, ni en la Generalitat ni en las casas de otros columnista de La Vanguardia:
No dudo que un Estado independiente catalán, con el tiempo, acabará integrándose en la UE. Pero no serán las 24 horas previstas por Artur Mas, ni siquiera 24 meses, sino tres, cuatro o cinco años, si todo va bien. Tras este periodo, la situación económica y social de Catalunya habrá cambiado, seguramente a peor, y algunos mercados, justamente los más próximos, se habrán perdido, quizás para siempre.
El pasado viernes Mas declaró a La Vanguardia que el camino sería duro, muy duro, y que estaba dispuesto para el sufrimiento. Me pregunto: ¿entonces para qué emprender el camino?, ¿para alcanzar la «plenitud nacional», ese insoslayable y peligroso misterio?
Pilar Rahola en esta ocasión escribe sobre el sistema educativo, y lo hace en sentido muy crítico en El tobogán escolar. Tras lamentar los malos resultados que muestra España en los informes europeos, dice:
Y en un territorio como Catalunya, donde la tradición pedagógica ha sido históricamente muy importante, las cosas están igualmente mal. Es decir, aquí no hay hecho diferencial. Los habrá que dirán que la culpa son los años del Florido pensil, que contaminaron el sistema educativo. Pero niego la mayor, porque creo que los malos frutos de ahora no vienen de las podas del pasado, sino de los pésimos injertos que le hemos hecho al árbol de la educación durante la democracia.
Sostiene que lo primero que sobre en la educación es «experimentación», con nuevos planes de estudios con cada gobierno y el abandono de «aspectos troncales en el aprendizaje que vienen de una larga tradición». El segundo problema que apunta, en opinión de este humilde lector de columnas de forma muy acertada, es la ideología:
A la experimentación se le ha sumado una hiperideologización, generalmente del lado progresista, que ha convertido al alumno en una especie de delicada crisálida que ni debía esforzarse demasiado, ni sufrir demasiada autoridad, ni frustrarse con un mal resultado. Lejos de tratarlos como seres humanos que debían adquirir conocimiento, con el esfuerzo que ello conlleva, los hemos tratado como coleguillas que se iban de picnic a la escuela. Y así, por la vía del buenismo paternalista, nos hemos cargado conceptos tan fundamentales como autoridad y esfuerzo.
Dentro de este problema incluye «la actitud de algunos sindicatos que usan la enseñanza como último reducto de la revolución permanente».
Concluye:
En este país, respecto a la educación, ha faltado rigor y han sobrado prejuicios, ideologías, experimentos e improvisaciones. Es decir, ha habido más política que pedagogía.
Llegamos a Madrid, donde nuestra primera parada está en el buque insignia del Grupo PRISA. Ahí nos encontramos un largo artículo de Fernando Savater, titulado Nuestros trastornos, con regalo envenenado a Juan Luis Cebrián. Tras pintar un panorama sombrío de la actualidad española y criticar muchísimos aspectos de la política del Maniano Rajoy en diversas materias, añade: «A la angustia de la situación social se une el desconcierto intelectual, del que solo se libran los que predican sus deseos como si fueran soluciones a las necesidades, es decir los tontos».
Acto seguido, como escondido, pero presente, todo un tiro de cañón contra los directivos de El País:
¡Cómo no hundirse en un mar de dudas cuando vemos que los medios de comunicación más críticos con los recortes gubernamentales y la flexibilización laboral adoptan en sus empresas medidas no menos drásticas para capear la crisis! Es imposible creer que unos hacen para seguir siendo virtuosos lo que Rajoy comete por capricho o torpeza servil…
También critica a uno de esos movimientos sacrosantos para la izquierda periodística española. Si antes lo fue el 15-M, ahora lo es el 25-S, que no deja de ser otra marca para la misma cosa. No acepta ni tan siquiera la «pereza mediática» a la hora de tratar la cuestión –¿Otra crítica a El País o esta es más generalizada?–:
Su síntoma más evidente es lo ocurrido el 25-S: si escuchamos a los demagogos, el único problema del día fueron ocasionales excesos policiales magnificados hasta la estatura de anuncios de una nueva dictadura. Pero en cambio no les parece nada preocupante que un número considerable de gente acuda a una convocatoria que pretende cercar el Parlamento, sitiarlo hasta que dimita el Gobierno y reformar allí mismo la Constitución, de acuerdo a parámetros callejeros que piadosamente se nos ahorran.
Sin especial entusiasmo por buena parte de los parlamentarios en ejercicio, no tengo por qué suponerles más venales, peor informados o menos capaces que quienes gritaban contra ellos en Neptuno. Más bien lo contrario, considerando algunos lemas que allí se exhibieron o el estrafalario teórico que se podía leer en los medios digitales que les apoyaban con mayor ahínco. El derecho a manifestarse contra la política gubernamental es indiscutible y su ejercicio de lo más lógico, en vista de cómo estamos. Pero no sirve para establecer una barrera mucho peor que la policial, una barrera mental entre ellos «los malos» y nosotros «los puros y buenos».
¿A qué medios digitales se refiere? No a Periodista Digital, está claro. Más bien pareciera que apuntara alguno de más reciente creación y a otro que dejó de estar en el papel para pasar de sobrevivir sólo en la red.
Y de paso, como colofón un llanto por la poca atención que le merece UPyD (aunque no cite a esta formación por su nombre o sus siglas) a los medios de comunicación, suponemos que también incluido El País:
Y no deja de sorprenderme el interés mediático que despiertan las convocatorias en la calle en contraste con el desinterés o la hostilidad que rodea a quienes, no menos disconformes con lo actualmente establecido que ellos, han propugnado en los últimos años la difícil formación de nuevas organizaciones políticas como alternativas a las existentes. Por lo visto apasiona el que se queja pero no el que se dedica dentro de nuestro sistema, con paciencia y determinación, a buscar representantes distintos en vez de abuchear a los existentes.
Terminamos con ese periódico cuya redacción Ernest Folch debe imaginar cual guarida de dragón llena de vapores y esqueletos de doncellas, pobres campesinos y caballeros de dorada armadura. Todos ellos, por supuesto, catalanísimos.
Nos referimos, por supuesto, a El Mundo. Leemos a Victoria Prego, que publica un artículo titulado La vanguardia. No se refiere al periódico del Conde de Godó, pero sí trata de lo mismo que una de las columnistas de dicho rotativo, a la educación.
Prego destaca, sin embargo, aspectos distintos que aquellos en los que Pilar Rahola centró su objetivo. Arranca, eso sí, de forma similar:
La educación española es un fracaso. Lo es por el bajísimo nivel educativo en que nos sitúa el informe Pisa, cuyos criterios ya se sabe que discuten algunos. Pero a esos mismos criterios se someten todos los demás países y los hay que obtienen espléndidas calificaciones.
Prego se sumerge en la ideología del Sindicato de Estudiantes, convocan de las huelgas en la Educación que vive España. Y lo hace a través de sus propios textos. La organización define así en su web las movilizaciones que ha convocado:
Un trabajo preparatorio para los grandes acontecimientos del próximo periodo histórico, en los que el SE ocupará un lugar de honor en la vanguardia de la lucha por el socialismo internacional.
La columnista nos cuenta cómo describe la organización revolucionaria-estudiantil las manifestaciones de finales de los 80 en los que se hizo tristemente famoso el ‘Cojo Manteca’:
Y así es como el Sindicato de Estudiantes describe hoy mismo la gesta: «Aquellos tres meses de movilización demostraron la viabilidad del programa del marxismo revolucionario, cuyas consignas e ideas se fusionaron en todos los momentos decisivos con la voluntad de millones de jóvenes […] supuso una gran escuela de táctica y estrategia revolucionaria […] y marcó el nacimiento de una organización que, veinte años después, se ha convertido en la referencia revolucionaria de la juventud de todo el Estado: el Sindicato de Estudiantes».
Concluye:
Éstos son los estudiantes de un sistema fracasado desde hace tiempo en su nivel de calidad. Un sistema que, año tras año, ha permitido que uno de cada tres escolares abandone los estudios para nutrir las filas del paro, la inactividad y la ausencia de futuro. Un sistema -éste ya el legal, no el educativo- que hace posible que la Policía no se atreva a intervenir para impedir una salvajada como la de ayer en Mérida porque los autores «eran menores y no podían cargar contra ellos». Un sistema que convierte en vándalos totalitarios a estos cachorros de la «vanguardia revolucionaria» y a los que, para mayor escarnio, se les reconoce una autoridad ética que, sin embargo, pierden a chorros en cuanto abren la boca o se leen sus escritos on line.
Si ésta es la cosecha, la conclusión inmediata es que la educación en España necesita urgentemente una profundísima reforma.
Y con esto se despide de ustedes, estimados lectores, este humilde lector de columnas. Si viven en Cataluña, no olviden mirar al cielo antes de salir de por si pasa por ahí un malvado que pueda atacarles. Los que vivimos en Madrid podemos estar tranquilos en ese aspecto.