El viernes llega flojo en materia de columnas en la prensa en papel. No es que no encontremos alguna salida de tono, eso nunca falta, ni que no haya algo interesante, siempre hay al menos un artículo cuya lectura le reconforta a uno. Pero el nivel medio del 26 de octubre de 2012 es más bien bajo y bastante aburrido. De todos modos, aquí trataremos de mostrar lo más jugoso de la jornada.
Arrancamos en Barcelona, en el diario del Conde de Godó y Grande de España. Pilar Rahola escribe De locura, una bronca en toda regla al PSOE y el PSC. Arranca diciendo:
Que la voz progresista más sensata en el debate Catalunya-España sea la del Gran Wyoming dice mucho de cómo está la cosa. Y no por desmerecer al gran humorista, cuyo mordiente se ha convertido en el discurso crítico más certero de cuantos se producen, sino porque entiendo que algo deberían decir los líderes de la izquierda.
Sale en defensa de la eurodiputada socialista María Badía, una de las firmantes de la carta a la vicepresidenta de la Comisión Europea pidiendo ayuda ante un supuesto riesgo de intervención militar española en Cataluña. Ya saben ustedes, esa mujer que dicen que dimitió pero que en realidad tan sólo lo hizo de uno de sus cargos y sigue en su escaño con su estupendo sueldo y demás prebendas propias de los miembros de ese Parlamento Europeo que no sirve para casi nada.
Lo que ha ocurrido con la eurodiputada Maria Badia, obligada a dimitir por haber firmado una carta que denunciaba las veleidades bélicas contra Catalunya, es algo más que un desafine. Es una pesada, burda, alucinante vergüenza. ¿Qué le ocurre al socialismo español, se ha vuelto definitivamente loco?
La democracia, para Rahola, pasa por el apoyo incondicional al nacionalismo:
El PSOE debería ser el primero en combatir las voces de la caverna bélica, y dar la mano a la democracia, y lejos de ello denuesta a la única voz que les da un poco de dignidad. Si Maria Badia no es la regla, sino la excepción del socialismo español, entonces el socialismo español está muy podrido. De ahí que los socialistas catalanes naveguen en tierra de nadie. ¿Cómo van a ser una opción creíble si no son ni capaces de defender a Maria? Al contrario, justifican la dimisión y de paso se dejan acariciar el lomo. Luego se preguntarán porqué se dan un batacazo. Quizás será porque ni ellos mismos saben en qué se han convertido.
En el mismo periódico Antoni Puigverd escribe sobre uno de esos personajes que sacan de quicio por igual a socialistas y nacionalistas, José María Aznar. Titula el artículo con un latinismo, Divide et impera.
Siempre que Aznar habla, la España de matriz castellana reencuentra el hilo conductor y las seguridades esenciales.
No puede evitar mostrar una evidente admiración por el ex presidente del Gobierno:
Cualquier observador que no se deje llevar por los prejuicios y por las caricaturas, capta la fuerza y la profundidad con que Aznar sintoniza con las clases medias españolas. Cuando mandaba, partiendo de la indiscutible fuerza moral de la lucha contra ETA, logró que la derecha (a pesar de haber sido fundada por exministros de Franco) apareciera como la abanderada de la causa de la libertad. Halagando el capitalismo popular, conquistó asimismo el corazón de las clases medias urbanas, que abandonaron para siempre el PSOE.
Sostiene que el responsable de la primera derrota de Rajoy es Aznar, por su empeño en decir que los atentados del 11-M fueron obra de ETA. Pero, añade, «la hegemonía ideológica del PP persistió:
A pesar de las dos legislaturas de Zapatero, el aznarismo había cuajado: no hay, en España, un relato alternativo (UPyD es aznarismo al cuadrado). Se trata de un liberalismo que sintetiza las herencias de José Antonio y Azaña. Refunde el nacionalismo español de raíz romántica con el republicanismo cívico.
Curioso. Si ya resulta difícil conciliar a Azaña con el liberalismo, hacerlo con el fundador de Falange resulta un total desatino.
Concluye:
Si el catalanismo persiste en el proceso de emancipación, Catalunya vivirá [según Aznar] «una ruptura como sociedad, como cultura, como tradición». Es evidente que está hablando de conflicto étnico, aunque disfrazado cuidadosamente de otro tipo de confrontación: la que opone una tradición obsoleta (catalanismo) a la libertad civil. Aznar ha dejado el camino marcado. La máquina de FAES ya está en marcha. El combate no será entre mentecatos que juegan a quién la dice más gorda. Será un combate entre dos formas de liberalismo nacional. Entre dos ideas de libertad. El objetivo de Aznar no es convencer a aquellos que ya están convencidos, sino articular políticamente a aquellos que, dentro de Catalunya, huérfanos del socialismo náufrago, no comparten las emociones del catalanismo. El mito de la unidad civil catalana tendrá por primera vez, no adversarios excéntricos tipo Vidal-Quadras, sino una fábrica de ideas dirigida por el campeón de la confrontación y de la estrategia amigo-enemigo. «Divide et impera».
Cambiemos ahora de ciudad, periódico y tema. Saltamos a Madrid, para leer El Mundo, y nos quedamos con dos artículos que no tienen que ver con el nacionalismo catalán. El primero de ellos es un largo texto de Rosa Díez titulado Bolinaga, un asesino sonriente. La líder de UPyD arranca comparando al terrorista con la más famosa de sus víctimas:
José Antonio Ortega Lara es un hombre inocente, un servidor público, cuyo único delito fue trabajar en una prisión y estar afiliado a un partido político comprometido entonces a dar la batalla contra ETA hasta su definitiva derrota.
Bolinaga es un asesino sanguinario, que forma parte de una organización terrorista y fue juzgado y condenado por el asesinato de dos guardias civiles y el secuestro de Ortega Lara.
Ortega Lara salió del agujero -en el que Bolinaga le tuvo encerrado 532 días- desorientado y asustado, cegado por la luz del día, sin apenas poder andar, sostenido por unos agentes de la Guardia Civil que empeñaron su vida hasta localizarle y ponerle en libertad.
Bolinaga salió del hospital -al que fue trasladado desde la prisión por una decisión política- acompañado por amigos y familiares, sonriendo y sin necesidad de apoyarse en nadie.
Ortega Lara tardó meses en poder salir a la calle y desenvolverse autónomamente y con normalidad.
Critica tanto al Gobierno como a quienes justifican la libertad concedida al etarra:
Les propongo que reflexionen fríamente sobre la situación en que se encuentran hoy la víctima y el verdugo; les propongo que se pregunten si cabe injusticia mayor que la perpetrada por el Gobierno de España contra Ortega Lara y las víctimas del terrorismo en general.
Hay muchas almas cándidas que nos dicen estos días que «nosotros no somos como ellos». Claro que no somos como ellos; pero, ¿acaso esas mismas almas cándidas proclaman la necesidad de poner en la calle a pederastas y violadores si se declaran en huelga de hambre y tienen una enfermedad irreversible aunque no esté en fase terminal? ¿Les parecerá bien ofrecer a Bretón, por ejemplo, un trato similar al que el Gobierno le ha dado a Bolinaga?
Sé que molesta que señalemos que los máximos responsables de que Bolinaga estén en la calle no son los jueces sino el Gobierno del Partido Popular, que decidió -siguiendo la estrategia de lo peor de la política de Zapatero- concederle graciosamente el tercer grado.
Concluye:
Otro asesino, orgulloso de lo que hizo, se pasea sonriente por las calles y los bares del País Vasco. Nada tengo que decirle a él, porque no es de los nuestros. Pero apelo a la conciencia de «los que se dicen buenos», que son quienes han hecho posible tal afrenta. Ojalá rectifiquen. Y si no es así, ojala les quede algo de vergüenza y no puedan dormir tranquilos; ojalá sus hijos y sus nietos se enteren de lo que han hecho y les pregunten algún día por qué lo hicieron, por qué se pasaron al lado oscuro, por qué no tuvieron la decencia y el valor de seguir del lado de la causa justa.
Manuel Jabois escribe sobre un tema muy diferente. Aunque no cita por su nombre al protagonista de su artículo, es evidente de quien se trata. Habla de Amancio Ortega y su donativo de 20 millones de euros a Cáritas. En realidad, lo que hace es criticar a todos aquellos que se han metido con el empresario después de que se hiciera pública su donación. No, hombre, no es una de esas columnas dignas de enmarcar:
HAY pocas cosas más dramáticas en España que convertirse en un hombre rico. Bueno, sí: convertirse en un hombre rico que empezó vendiendo batas por los pueblos. Lo amable hubiera sido mantener un pequeño comercio, con la señora cosiendo en la trasera mientras él envejece cogiéndole nota a Hilario, el de los cementos, para que le suban la basta.
Retrata al empresario de esta manera:
Un vendebatas descastado que se pone a dar de comer a 90.000 familias; una tragedia social.
Ironiza para compararle con otro conocido empresario, este del mundo de la comunicación, al que no cita por su nombre pero también resulta fácilmente reconocible:
De haber tenido inquietudes y querer salir a ver mundo podía haberse hecho millonario comunista, montar un periódico y dejar tirado en la calle al personal, pero en lugar de eso nuestro hombre aprovecha la crisis para ganar más dinero, reinvertir parte en empleo y, en el colmo de lo indecente, dar 20 millones de euros a una organización de beneficiencia.
Si tienen dudas ustedes sobre quién es eses millonario comunista, tan sólo tienen que preguntar a los antiguos empleados del diario Público. O eso supone este humilde lector de columnas.
Continúa con la ironía, esta dedicada a Lucía Etxebarría y otros que han criticado en Twitter a Ortega:
La verdad, le soluciona bastante más la vida a un sintecho un tuit comprometido que dinero para ropa. A ver, ¿qué quiere que hagamos con 20 millones de euros, si eso no tiene valor moral y no significa nada de su fortuna? Entréguelo todo, suba los sueldos, reduzca las jornadas laborales, pida perdón y empezaremos a creerle. Monte ERE como todo el mundo, desmonte el chiringuito de las camisetas y acabe en la calle, y empezaremos a creerle.
En El País siguen a lo suyo, que en los últimos días no es otra cosa que la profunda crisis que vive un PSOE avanza con paso firme de derrota en derrota hacia otra derrota todavía mayor.
En esta ocasión le toca a Fernando Vallespín, que titula su artículo La crisis de los cuarenta. Comienza enmendándole la plana, aunque no la cita, a Lucía Méndez por un artículo que publicó dos días antes también en el diario de PRISA y que aquí comentamos —Manuel Jabois al autor de 5.000 denuncias por rotular en castellano: «hasta los tontos tenéis un límite»–:
Por parafrasear a Mark Twain, las noticias de la muerte del PSOE son exageradas. Una serie de malos resultados electorales no tiene por qué significar que este partido haya emprendido ya el camino del Pasok griego. Es cierto que no se espera una revitalización de sus constantes similar a la que en poco tiempo consiguió el partido socialista francés, pero seguirá estando ahí.
Como hiciera la jornada anterior Odón Elorza, vincula la crisis del PSOE con la de la democracia, como si esta sólo fuera posible con un partido de Ferraz fuerte:
Es solo una intuición, pero creo que la crisis del PSOE es la crisis de la democracia española. A nadie se le escapa que, a punto de cumplirse cuarenta años desde la Transición, hay algo que no acaba de funcionar en nuestro sistema político, en la percepción que los ciudadanos tienen de la clase política, en la propia organización del Estado.
El PSOE fue el partido de España, el único entre los partidos nacionales con capacidad para obtener sólidos resultados en Cataluña y el País Vasco. De ahí que, en cierto modo, la crisis del PSOE es también la crisis del Estado; o a la inversa.
Concluye:
El PSOE padece una crisis de identidad que es, como antes decía, la misma que aqueja a la democracia española como un todo. Una crisis de proyecto, de identidad nacional, de capacidad para ilusionar, de pérdida de conexión con la ciudadanía. Y para salir de esta situación los socialistas siguen siendo fundamentales. Pero, como en toda crisis de mediana edad, lo peor es pretender aferrarse a la juventud perdida, en vez de reinventarse a partir de la nueva coyuntura. Necesitamos otro PSOE y otra democracia.
Resulta llamativo lo que le ocurre a algunos periodistas de izquierdas. Cuando le va bien al PSOE parece que no hace falta reformar nada en el sistema político, cuando pintan bastos para los de González, Zapatero y Rubalcaba cambian las cosas. Entonces, y sólo entonces, necesitamos «otra democracia». A otros, como a este humilde lector de columnas, nos parece que los problemas del actual sistema están ahí con independencia de quien viva en La Moncloa. Pero claro, para nosotros la democracia no es cuestión de siglas.
En la contrapartida de El País Juan José Millás nos descubre que estamos viviendo una guerra, y nosotros sin enterarnos. Pero no se equivoquen ustedes, queridos lectores, no es ese conflicto bélico que temen Rahola, la eurodiputada Badía y otros. No, Chusqueros habla de otro distinto:
Caen como moscas, pues los que no pierden el trabajo al pisar una mina antipersonal, pierden la casa o la salud o la cordura. A los caídos no se les entrega ninguna medalla al mérito, no se les rinden honores, no se habla de lo eficaces que fueron en su actividad, ni de su buena disposición, ni de su compañerismo. Nadie coloca una bandera sobre sus ataúdes al tiempo que una banda de música ataca un tema patriótico.
Tras retratar a los «generales» como unos señores que disfrutan de una copa de coñac en un despacho con moqueta, continúa su descripción:
Los generales de esta conflagración no llevan uniformes de campaña ni botas de montar ni gorra, tampoco hablan nuestro idioma, nuestros idiomas. Son gente vestida (o disfrazada) de civil cuyos cuarteles generales están en Nueva York, en Berlín, en Bruselas, desde donde, gracias a las nuevas tecnologías, nos ven a usted y a mí atravesando las pantallas de sus monitores, como hormigas camino del trabajo, y deciden liquidarnos económicamente o tendernos una trampa financiera mortal.
Concluye:
En la práctica, somos un país invadido por tropas extranjeras, un país cuyas autoridades locales, vendidas al ejército invasor, hacen el trabajo sucio del sargento chusquero en el ejército de siempre. Un teatro de operaciones, en fin, de apariencia democrática, en el que no corre la sangre ni se amontonan los cadáveres, pero en el que cada día son expulsados fuera del sistema, que es tanto como decir fuera de la vida, miles de inocentes.
Muy gráfico el artículo, pero hace aguas. ¿Para qué quieren matarnos esos generales? Al contrario de lo que sostienen Marx y otros, a ningún empresario le interesa que aumente la pobreza o que queden «fuera de sistema» miles de personas. Al fin y al cabo, ellos sólo pueden ganar dinero si existe una amplia clase media y una gran masa de seres humanos con capacidad de gastar dinero comprando los bienes y servicios que ellos ofrecen. Millás olvida decir algo que también resulta muy importante.
Quienes, desde Brusekas, Berlín o ¿Nueva York? tratan de imponer medidas concretas a nuestros políticos no son directivos del sector privado, como parece querer hacernos creer el columnista de El País. Son, al contrario, burócratas y políticos.
En todo caso, si no fuera por la calvicie que luce en su testa, este humilde lector de columnas diría: «Envían un avión no tripulado para asesinarme, y yo con estos pelos».