Por una vez, con la excepción de La Vanguardia, todo lo referido a Cataluña pasa a un segundo plano en las columnas de opinión de la prensa de papel española. Este 2 de noviembre de 2012 hay más artículos dedicados a la tragedia de la macrofiesta del Madrid Arena que a otra cuestión. Incluso este asunto es tratado por el director del periódico del Conde de Godó y Grande de España. La palma se la lleva El Mundo, donde tres columnistas escriben sobre ello. Pero, con la venia de los lectores, comenzaremos con otro tema.

Joaquín Leguina
El ex presidente socialista de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, publica en La Gaceta ‘De la ocurrencia al disparate’, en el que se muestra muy crítico con el funcionamiento interno de su partido. Arranca fuerte:
El PSOE parece dispuesto a abrir un debate sobre su organización interna (plagada de endogamia e inoperancia; repleta de amiguismo y falta de un sistema de selección decente) y sobre su discurso político.
Pues bien, ya empiezan a aparecer llamativas aportaciones que, desgraciadamente, recogen lo que con tanto empeño sembró Zapatero: aquellas ocurrencias que en su segunda generación ya han mutado en auténticos disparates.
Repasa las «Ideas para un PSOE útil» propuestas por el portavoz socialista en la Comisión de Sandidad del Congreso, centradas en reclamar una nueva república, una «modificación profunda del Concordato» y el cobro del IBI a la Iglesia. El artículo de Leguina termina de forma más contundente todavía que su arranque:
Parece una broma, ¿verdad? Pues no lo es. Por lo que se ve, a los hijos del zapaterismo les importan una higa el paro, que más del 90% del IRPF lo paguen los asalariados o que muchos -mientras arruinan sus empresas y se hartan de echar trabajadores a la calle- se embolsen por su «duro trabajo» (Cebrián, por ejemplo) 13 millones anuales… Nada de lo que tenga que ver con la igualdad de oportunidades les quita el sueño a estos sedicentes socialistas. Reclaman la III República (¿para que acabe como las dos precedentes?) y, eso sí, les gusta tocar las partes blandas de los obispos.
También en el periódico del grupo Intereconomía, Javier Quero publica ‘La moral y el morral’, donde repasa la hipocresía de ciertos famosos de izquierdas y los líderes sindicatos. Arranca mirando al villano cinematográfico de moda:
Bardem es un gran actor que en las películas finge ser malo y en la vida real finge ser bueno. El más rico de su estirpe tiene el corazón en Marinaleda y la cuenta corriente en Hollywood. Y con esa perspectiva de las cosas que da el desahogo, de vez en vez, se permite el lujo de decir memeces como la de que al Gobierno de Rajoy le viene bien que haya paro.
Añade:
Casi todos los que se arrogan la licencia de adoctrinar al populacho suelen tambalearse entre la moral y el morral, para acabar decantándose por el segundo.
El morral no es otro que el de la subvención pública, nos recuerda Quero. Compara además a Cáritas con los sindicatos:
La inauguración de este centro [un economato de Cáritas para las familias con menos recursos] ha servido para que el secretario provincial de CC OO en Córdoba, Rafael Rodríguez, afirme que la ONG de la Iglesia actúa como la mafia. Y eso lo dice un dirigente de un sindicato que no cesa de remitir damnificados a Cáritas por la vía del despido a razón de 20 días por año, con arreglo a la reforma laboral contra la que braman. Mientras, siguen guardando celosamente su secreto mayor guardado: cuánto cobran sus mandamases. ¿Cómo se puede representar a los trabajadores desplazándose en coche oficial? ¿Ustedes se han cruzado en el Metro con Toxo y Méndez a eso de las siete de la mañana cuando van a trabajar? Yo no.
Recuerda también los ataques de Lucía Etxebarría por donar 20 millones de euros a Cáritas. Añade que si el destinatario hubiera sido «Amnistía Internacional, Greenpeace u otros colectivos más del gusto de la progresía oficial», le habrían aplaudido. Concluye:
El atrevimiento del dueño de Zara de dar dinero a una organización vinculada a la iglesia católica ya ha sido respondido en Barcelona. Allí, un par de individuos que participaban en una manifestación sindical asaltaron un comercio de esta firma, sacaron un maniquí a la calle, le quitaron la ropa y le prendieron fuego. Eso le pasa a Amancio Ortega por dar dinero a los pobres en lugar de a los sindicatos. El dueño de Zara acumula pecados y delitos entre los que destacan la creación de puestos de trabajo, la generación de riqueza para nuestro país y la caridad cristiana. Y tales defectos en una sociedad moderna son imperdonables.
En La Razón encontramos a un Pedro Narváez que, en El villano, que también escribe sobre Javier Bardem y, de paso, le compara con el creador de Inditex:
Tiene todo el derecho a estar contra el PP, faltaría más, incluso probarse el estilismo de manifestante, pero decir que al Gobierno le interesa que haya más parados es de una villanía tal que supera todas las que podria encarnar en la ficción. El malo de la película haciendo de justiciero. No es país para viejos eslóganes.
Empieza el público a estar cansado de este personaje que viste de Armani y se desnuda antisistema mostrando la verguenza ajena y haciendo el ridículo guay. Si quiere ser rico y ayudar a los pobres, podría aprender de Amancio Ortega. El buen actor haciendo de mala persona. El icono pijiprogre relamiéndose la herida ajena.
Termina, eso sí, con una crítica al Secretario de Estado de Cultura por los últimos premios nacionales concedidos a personajes de izquierdas:
Sólo falta que Lasalle le conceda el Nacional de Cine para decorar la vitrina roja que tanto gusta al Ministerio de Cultura y de nuevo nos escupa caviar podrido.
Sobre una cuestión muy diferente escribe José María Marco, que nos alerta en Sueño americano sobre los Gobiernos que aprovechan cualquier cosa, incluyendo las tragedias, para inmiscuirse de forma creciente en ámbitos donde no deberían estar. Arranca, eso sí, con una crítica a los propios ciudadanos:
Nos hemos vuelto tan sensibles, tan delicados que nos resulta difícil aguantar el menor contratiempo sin quejarnos y, lo que es más significativo aún, sin pedir la intervención del Estado o del gobierno de turno para protegernos, arrullarnos y dormir seguros, que allá arriba, en la Administración, un alma buena y rebosante de empatía vela por nosotros.
Pasa a hablar sobre Estados Unidos:
En Norteamérica, el Estado a la europea, nuestro querido y previsor Leviatán, todavía no existe, aunque por poco tiempo ya. Allí siguen teniendo «agencias», «agencias federales», que es un concepto distinto. Hay una en Washington D.C. especializada en catástrofes.
«Sandy», la tormenta que iba a destruir Manhattan, traerá más y más intervención gubernamental. Sin duda ha sido una tormenta violenta como pocas. Ha afectado a una región en la que vive un 30 por ciento de la población norteamericana, responsable de casi un tercio de la riqueza nacional. «Sandy» no ha sido una broma, por tanto. Aun así, las expectativas sobre su potencial destructivo eran desorbitadas, como desorbitada ha sido la dimensión que se la ha querido dar. Se comprueba una vez más que prima sobre todo el afán de espectáculo. Mas que nunca, necesitamos distraernos -divertirnos, se decía antes-, aunque sea a costa del miedo y del padecimiento de los demás.
Concluye:
Ya hay quien anda argumentando que «Sandy» justifica una subida de impuestos y, cómo no, un incremento en las competencias del Estado central para que pueda responder con eficacia a situaciones como ésta. Los norteamericanos se encaminan, sin remedio, hacia un mundo gobernado por el poder político y las burocracias administrativas. Salieron de Europa para ser libres y al cabo de los años Europa les ha vuelto a atrapar. «Sandy» habrá desatado el estruendo y la furia de la naturaleza sobre la tumba del sueño americano.
En El País Juan José Millás nos regala uno de esos artículos con los que el autor consigue desfogarse pero tiene poca utilidad más, excepto excitar los bajos instintos de lectores con ganas que se los exciten. Es uno de esos textos prescindibles, con los mismos argumentos pocos profundos que docenas de columnas que otros ya han escrito antes y que algunos escribirán después. Achicando agua arranca de forma soez:
¡Vaya engendro de mierda, la patera laboral a la que el Gobierno llamó reforma y en la que embarcó a los currantes de este país jurándoles que si se dejaban arrastrar por las corrientes alcanzarían la tierra prometida!
Este humilde lector de columnas no va a elogiar la política económica de este Gobierno, pero hay cosas que ya son excesivas. Y Millás es buen ejemplo de ello. Habla de «muertos» y «cadáveres» para referirse a los parados. Eso parece un poco excesivo, que empieza a mostrarse a un gobernante como genocida y no se sabe dónde se puede terminar. Acto seguido, le muestra como una marioneta:
Ya ha confesado, y en más de una ocasión, que es un mandado, que carece de libertad para hacer otra cosa. En eso ha sido sincero, ya que, como Zapatero en sus últimos meses, está a las órdenes de las mafias internacionales, esas mafias que se forran prometiendo a la gente un futuro mejor antes de invitarlas a entrar en barcazas metafóricas o reales.
Concluye:
Por un voto te saco del apuro. En lugar de sacarnos del apuro, Rajoy nos ha sacado la pasta y se la ha dado, entre otros, a ese nido de mafiosos llamado Bankia. Y usted y yo bebiéndonos la orina con el mismo vaso de plástico con el que achicamos agua de la zódiac.
Por cierto, ¿todos los despedidos de El País y otros medio de PRISA se cuentan entre los muertos de la reforma laboral? Si es así, la culpa es de Rajoy y las mafias internacionales en exclusividad o, por el contrario, Cebrián tiene algo que ver con ello? Una pena que Millás no lo comente.
Vayamos ahora con el triste tema que acapara más columnas, la tragedia del Madrid Arena. En La Vanguardia es el director, José Antich, quien trata esta cuestión. En Atmósfera tétrica dice:
El reclamo para la fiesta se ha convertido ya en una pesadilla en sí mismo: «Música electrónica y ambiente de terror». También decía: «Atmósfera tétrica». Una bengala o un petardo convirtió la fiesta en una tragedia.
Concluye:
Alguien debía haber vigilado para que la fiesta de la Casa de Campo no acabara como finalizó. Es verdad que no se puede evitar todo, pero la pregunta debe ser si se hizo lo suficiente para impedir la tragedia.
Como decíamos al arrancar este ‘Afilando columnas’, es El Mundo donde más columnas se han escrito sobre la cuestión, todas muy diferentes entre sí. Lucía Méndez, en La llave en la puerta se muestra en clave casi intimista, repasando los pensamientos de una madre que espera a la hija que ha salido de fiesta por la noche. Incluye alguna reflexión interesante:
Las cinco y al fin y al cabo tiene suerte. A ella nunca le ha pasado nada. Ha recibido una buena educación. Pero a estas horas y en una fiesta como las tres o cuatro que hay cada año en el Madrid Arena, nada bueno puede uno encontrarse. Ya se sabe cómo son esas fiestas, y los padres que no lo sepan deberían informarse.
Termina:
Las seis y se va acercando el momento crítico. Un poco más y escuchará la llave en la puerta. Todo en orden. Vendrás cansada, un Cola Cao calentito y a dormir. Por el pasillo, pensó en los padres que no han tenido tanta suerte y nunca llegaron a escuchar la llave en la puerta.
Manuel Jabois firma No cabía un afiler, donde dice:
El prestigio de lo macro hace tiempo que se instaló en el ocio como triunfo insalvable. Una sesión de música en la que no quepa nadie es una noche para recordar, pero a quienes observamos el fenómeno a distancia nos parece, muy a menudo, una trampa para conejos.
Plantea una cuestión que a este humilde lector de columnas le parece importante:
Hay que preguntarse por qué no falla una situación de emergencia prevista en un ascensor con dos personas dentro y sí en una sala con miles de chavales. Y en base a qué razón moral se da el lujo de continuar la fiesta tras sacar por la puerta de atrás tres muertas.
Salvador Sostres, en La muchedumbre es el crímen se muestra fiel a su estilo políticamente incorrecto, pero contenedor de llamamientos a la responsabilidad personal que nunca sobran:
Es nuestro deber decidir cómo formamos a nuestros hijos y dotarles de la arquitectura moral adecuada para que puedan resolver con honor los retos que se planteen. Y aunque luego ejercerán su libertad a su manera, podemos educarles en la observación de unos determinados preceptos, en el respeto a la vida y en el prestigio de la excelencia. Tú puedes hacer algo mientras este siglo XXI avanza aterrado de no haber reconocido que la muerte triunfa en la banalidad y en el relativismo.
El próximo padre eres tú y el próximo hijo, tu hijo, y en tus manos está educarle acertadamente; y también lo digo por ti, chica o chico, que tienes casi toda la vida por la delante y muchísimas decisiones -siempre cruciales- que tomar.
Hoy es viernes, sin ir más lejos. Esta noche, a ver adónde vas.