Un curioso fenómeno parece haberse apoderado de los articulistas de la prensa en papel madrileña. Cuanto más se acercan las elecciones autonómicas de Cataluña del 25 de noviembre de 2012, menos columnas se publican sobre dichos comicios y sobre el nacionalismo catan en general.
Desde aquí proponemos denominarlo ‘principio de catalagotamiento’, producto de un hartazgo generalizado después de esta cuestión haya prácticamente monopolizado la opinión de los periódicos impresos durante más de mes y medio tras la manifestación del 11 de septiembre. De hecho, y aunque en menor medida, esto ocurre incluso en los periódicos de Barcelona. Se sigue tratando esas cuestiones, pero menos que unas semanas antes.
El tema que domina este lunes 12 de noviembre de 2012 es la convocatoria de huelga general por parte de los sindicatos, y no recibe precisamente aplausos. También encontramos críticas a la reforma laboral… en el mismo diario que la acaba de aplicar en los términos más duros posibles con los trabajadores despedidos.
El País despidió, mediante correo electrónico, a 129 periodistas el sábado 10 de noviembre de 2012 con indemnizaciones de 20 días por año trabajado —Tras despedir por email a 129 trabajadores, ‘El País’ da por fin su versión oficial a sus lectores–. Son las mínimas que permite la actual normativa laboral por año trabajado.
Dos días después, Joaquín Estefanía, ex director del diario de PRISA y uno de los rostros más conocidos del periódico publica en ese mismo rotativo Contra toda esperanza, donde critica a la ministra de Empleo, Fátima Báñez, por pedir a los empresarios «sensibilidad» a la hora de aplicar la reforma laboral:
Pero la reforma laboral de Báñez tiene en su interior tanta sensibilidad como una tanqueta del Ejército de Tierra. Es la reforma más desequilibrada (a favor de los intereses de los empresarios y de los bufetes de abogados que han de interpretarla) de todas cuantas se han hecho en las casi cuatro décadas de democracia.
Tiene razón la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, cuando afirma que la reforma laboral está dando sus frutos. Los está dando y con mucha rapidez: el consenso de los servicios de estudio entiende que en el año 2013 se va a llegar al esplendoroso porcentaje del 26% de la población activa en paro.
¿Se refiere al ERE en El País? En absoluto, está hablando de los despidos anunciados en Iberia. Se ve que las lecciones para los demás no son aplicables al grupo PRISA.
Decíamos antes que cada vez son menos los artículos dedicados al nacionalismo catalán y las elecciones del 25 de noviembre pero algo hay. Ofrezcamos un par de ejemplos. Uno de ellos de Barcelona, en concreto de La Vanguardia. Quim Monzó se mete con Artur Mas, poniendo en duda sus credenciales independentistas en Por qué no dice ‘independència’.
Relata que Mas, preguntado por qué evita hablar de forma clara de este asunto, la pronunció sílaba por sílaba: «Mireu: in-de-pen-dèn-cia. I, a més, porta acent». Añade:
Independència no se silabea así. Se silabea in-de-pen-dèn-ci-a. En castellano sí es in-de-pen-den-cia, pero no en catalán, y era en catalán que se dirigía a aquellos empresarios y políticos. Las tres letras finales – «cia»- no forman una sílaba, sino dos: «ci-a».
Cuenta que en los últimos setenta hubo un debate por el modo de corear la palabra, y que al final todo el mundo sabía cómo hacerlo. Concluye:
Probablemente Artur Mas estaba por otras cosas en aquella época y no se enteró. Ahora ya sabemos por qué siempre rehúye decir la palabra: para no cagarla.
De vuelta en Madrid, Manuel Jabois dedica su columna A lo lejos alguien canta a Oriol Pujol, que ha lamentado que el Rey tome partido por la unidad de España —Oriol Pujol: «El problema para negociar sobre Cataluña es tener enfrente al Rey»–. Se permite ironizar tanto sobre el hijo del ex presidente catalán como sobre el monarca:
La Monarquía «ha tomado partido», lamenta Pujol, y no ha sido como él preveía, pues entre las actividades de ocio de Juan Carlos I se cuenta la unidad de su país, que empieza a ser una cuestión cinegética, y por tanto del máximo interés. Oriol Pujol empezó la campaña hablando de sodomías y va acabar, a este paso, descubriendo que el famoso Rey es de España.
Retrata a los nacionalistas casi como los personajes de un manicomio de tebeo:
El nacionalismo catalán corre por los pasillos con el embudo en la cabeza («ah, que no estaríamos dentro de la Unión Europea», «ah, que el Rey no va a ser neutral», «ah, que mi padre fue español del año») y se le reconviene con cariño como los maestros republicanos de Manolo Rivas, que acabaron sentados en un camión.
Concluye, todavía sobre Oriol Pujol:
Sus prisas juveniles con la independencia me recuerdan a la historia que contaba Robert Duvall en Colors sobre el toro padre y toro hijo mirando vacas pastando desde lo alto del monte. Dice el hijo: «¿Por qué no bajamos corriendo y nos follamos a una?», a lo que el padre, más sensato, responde: «¿Por qué no bajamos andando y nos follamos a todas?».
Y sin salir de El Mundo saltamos a la convocatoria de huelga general. Nos encontramos con que Fernando Sánchez Dragó lanza la suya propia, que no tiene que ver con la de GT y CCOO. ¡A la huelga!, proclama:
Soy yo quien llama a ella. No para agravar la crisis, ni para perjudicar a los trabajadores, ni para terminar de hundir a quienes están en el paro, ni para que la techumbre del templo de los fariseos se desplome sobre sus cabezas. Todo eso lo dejo para la del día 14.
Mi huelga, a la que sólo irían los banqueros, los políticos y los empresarios, metería en cintura a quienes achacan a los tres grupos citados la responsabilidad de lo que ocurre, abriría los ojos a quienes gimotean en las calles y desenmascararía a los sindicalistas, parásitos, agitadores y saqueadores (cuatro sinónimos) que, so capa de igualdad y solidaridad, predican la injusticia y la pobreza.
Sostiene que si los bancos cerraran la gente perdería sus ahorros, sería imposible comprar una casa por falta de hipotecas y nadie recibiría créditos para abrir o mantener empresas. También que si todos los políticos «se marchasen a casa» llegaría la dictadura y que, si los empresarios cerraran sus empresas, «se quedarían sin trabajo quienes aún lo tienen y seguirían en el paro quienes ya están en él».
Concluye:
La idea de la huelga que propongo no es mía. Es Ayn Rand quien la suscribe en la más importante novela filosófica, junto al Cándido de Voltaire, que jamás se ha escrito: La rebelión de Atlas. Suyo es también el calificativo de saqueadores.
Ministro Wert: le sugiero que declare la lectura de ese libro materia obligatoria en todos los sectores de la enseñanza. Quizá saliéramos así de apuros. No es ironía socrática, sino lógica aristotélica. En sus manos la dejo.
La rebelión de Atlas es una novela notable, y no sólo porque el día del año en que arranca coincida con el cumpleaños de este humilde lector de columnas. Pero es de dudar que a Wert u otro miembro del Gobierno de Rajoy le guste demasiado, la verdad. En cualquier caso, desde aquí recomendamos su lectura. Y como no queremos problemas con el mismo Wert, Lassalle, ni con la SGAE ni CEDRO, no vamos a dar un enlace para descargársela gratuitamente en PDF (si es que quiere leer en este formato más de 1.000 páginas).
Sobre la convocatoria de UGT y CCOO escribe Martín Prieto en El Mundo Los sindicalistas de Atapuerca. En realidad, más que sobre el llamamiento al paro laboral se refiere en el texto a quienes lo convoca:
Entre las capas mortuorias de la sima de los huesos seguro que yacen los restos de los delegados sindicales de la época, impuestos a sí mismos con la quijada de algún animal como dictadores de una correcta administración del trabajo. Poco ha debido de cambiar el procedimiento porque los dos grandes sindicatos, CC OO y UGT, son un poder fáctico, personalista y con una representación menguada.
Ya no se sabe si UGT es la correa de transmisión del PSOE o su salvavidas, y el gourmet o gourmand Cándido Méndez pasa la crisis alimentándose en el restaurante más caro de Madrid, que para algo el perito químico sólo ha trabajado para el socialismo. El denostado Fernández Toxo fue trotskista y como aprendiz de la «Bazán» pasó años en la cárcel hasta que fue amnistiado, y de la clandestinidad volvió a la vida pública ya como comunista irredento.
Añade:
Socialistas y comunistas, fracasados en las urnas, pretenden dictar la política a la mayoría parlamentaria, llaman a la huelga general cuando nos yugulan las cuentas y apoyan un referéndum ilegal que persigue la secesión catalana.
Concluye con un llamamiento a la democracia interna en los sindicatos:
Hartos de leyes, decretos y normas que cuadriculan al ciudadano, los sindicalistas se niegan a que se regule la huelga, hoy «far west» y Campo de Agramante para los oportunistas que desenfundan más rápido… : ¿Por qué no desempolvan las urnas para todos los afiliados?
También sobre los líderes sindicales y su convocatoria de paro general escribe Susana Burgos en La Gaceta. Su artículo se titula ‘Huelga general para dos’. Arranca crítica:
Ni forzar un giro de 180 grados en la política económica. Ni promover un absurdo referéndum sobre los recortes. Ni aprovechar una gran protesta de dimensión europea. Ni siquiera castigar a un Gobierno de derechas abocándole a pedir el rescate. El verdadero leit motiv del 14-N se llama instinto de supervivencia de los sindicatos.
Conscientes de que hoy alimentan el cabreo social en lugar de canalizarlo como antaño, su única estrategia pasa por hacerse notar.
Concluye:
Porque no lo fue, ni ellos mismos se atreven a evaluar como un éxito el 29-M, la primera huelga general que le hicieron a Rajoy. Cabe desear un seguimiento aún menor para el miércoles. «Nos dejan sin futuro. Hay culpables. Hay soluciones», reza el lema de la convocatoria. ¿Ve usted? En eso sí que vamos a estar de acuerdo.
Lo que está claro, es que ni Méndez ni Toxo, como tampoco Rajay, Zapatero, Rubalcaba o la inmensa mayoría de los miembros del Parlamento, han leído ‘La rebelión de Atlas’ o cualquier otra obra suya. De haberlo hecho habrían pedido que se prohibiera. La autora creía demasiado en el individuo y desconfiaba, con razón, de todos aquellos que recortan la libertad en nombre del bien común.