El periodista Ramón Lobo reflexiona, días después de su despido en El País junto a otros 128 compañeros, sobre el futuro de la profesión periodística y qué es lo que le espera al redactor que pierde su trabajo.
Lobo cuelga sus reflexiones en JotDown y asegura que quedarse sin ocupación es lo más parecido a estar muerto en vida:
Resuenan en mi cabeza frases-látigo de la película El Dilema: «Soy Lowell Bergman, de 60 Minutos. Si quitas 60 Minutos de la frase, nadie devuelve las llamadas». Ya no podré decir: «Soy Ramón Lobo, de El País». Tendré que reordenarme, usar poco el teléfono y encontrar un nuevo estribillo; quizá ser solo yo, sin rimbombancias.
Perder el trabajo es un tipo de muerte. Sin empleo no hay profesión, identidad, tarjeta de entrada, etiqueta, pertenencia a un grupo, apariencia, seguridad en el pago de deudas. Sin trabajo desaparecen los nombres y apellidos, te reduces a una estadística.
Han sido tantos los mensajes de ánimo, fuerza y acompañamiento que aún me siento aturdido, incapaz de responder a cada uno, devolver el cariño. Han sido tantas las palabras amables recibidas desde el deceso laboral que me imaginé dentro de un féretro abierto con las manos cruzadas sobre el pecho escuchando simpatías y desmemorias.
Recuerda Lobo que:
Parece el fin del mundo, de mi mundo, de la rutina de la línea 5 de Metro de Madrid hasta la parada de Suances, de los saludos mañaneros a mis compañeros, de un blog que se quedó mudo, ya veremos por cuánto tiempo, de las comidas en Las Guapas, como las llamamos, de sentirse parte de una maravillosa aventura periodística colectiva que desde hace algunos años ha empezado a dar muestras de agotamiento, o algo peor. Soy un número del ERE que afecta a 129 trabajadores de El País; solo somos parte de una limpieza étnica que ha liquidado a 8.400 periodistas en España desde 2008. Somos otra tribu, los sin trabajo, los sin red junto a casi seis millones de parados.
El periodista considera que dentro de esta crisis periodística ha faltado autocrítica:
Lo llaman crisis de la industria periodística, culpan a Internet, a su gratuidad, al desplome publicitario, a los viejos de 50 años poco polivalentes. Nadie hace autocrítica. En la cúspide de los medios se instalaron los gerentes disfrazados. Se recorta en reporteros, viajes, información.
Se afirma que las exclusivas están obsoletas por culpa de la Red. No hay paciencia ni dinero para proteger una historia, a un periodista que hace su trabajo, en lograr una primicia. El objetivo no son las noticias, jerarquizarlas, dar los contextos, la esencia del oficio; el objetivo es abaratar costes, recortar, recortar, recortar. Se recorta también en inteligencia ambiental.
Y concluye que:
Los periodistas-gerentes han arruinado el negocio porque nadie va a pagar por un corta y pega, por declaraciones vacuas, repetitivas, de dirigentes mediocres, de vendedores de champú que aparcaron ideas, valores y utopías.
Los medios de comunicación nos hemos subido a los coches oficiales, hemos dejado de ver, oler, tocar, de mancharnos los zapatos de polvo. Los medios están inundados de ese periodismo declarativo, acrítico, barato, publicitario e inútil. Nadie comprueba. Nadie piensa. La vida reducida a una cascada de tuits que apenas da tiempo a leer. Ser copiloto del coche oficial no ahorra gasolina, no te convierte en poder paralelo, no te transforma en amigo. Ser copiloto mata lo único que nos puede mantener a flote en el océano de Internet: el prestigio.