Termina un año malo, muy malo, para España. Y eso se nota en los espacios de opinión de la prensa de papel este 31 de diciembre de 2012, donde varios columnistas hacen repaso de los últimos doce meses y todos coinciden en su pesimismo. Lo cierto es que la materia no da para más y todos los artículos se resumen en ‘ojalá 2013 sea mejor, aunque no pinta nada bien’. Así que veamos columnas que tratan de otros asuntos.
Empezamos el último ‘Afilando columnas’ del año con David Trueba y su artículo en El País sobre las Campanadas. El texto trata de explicar el motivo por el que TVE es la televisión preferida por una mayor cantidad de españoles para el celebrar el rito de tomarse las 12 uvas. Dice el crítico televisivo:
En las campanadas hay tanta telecercanía como cuando uno comparte la bañera con alguien o come de la misma cuchara o bebe de la misma pajita.
Por eso todavía se impone la televisión pública, por más que las cadenas privadas coloquen al rostro que mejor los representa, majo, cachondo, responsable, guapo o recurran a casos españolísima-mente entrañables como sucede este año en las preuvas de Neox con la restauradora del Ecce Homo de Borja.
Y ahora un alegato por la credibilidad de la televisión pública:
El reloj de la Puerta del Sol es más verdad en TVE, como la serie Isabel o la recreación del asesinato de Carrero Blanco son más creíbles por emitirse en la pública.
Menudo criterio crítico el del crítico de El País. Para este humilde lector de columnas una serie, sea ‘Isabel’ o la dedicada a hablar del asesinato del penúltimo presidente del Gobierno de la dictadura franquista, es merecedora o no de credibilidad una vez que hay elementos para juzgarla. Y que quien la emita sea una televisión pública no es una de ellos. Si me apuran, es hasta negativo. La desconfianza en todo aquello donde mete su mano lo público es lo más sano para una sociedad.
Saltemos ahora a esas columnas que no tienen nada que ver ni con las fiestas navideñas ni con el cambio de año. Comencemos con ABC. En el periódico madrileño de Vocento encontramos la única columna del día dedicada a la actuación del Gobierno español en todo lo referido a la condena a Ángel Carromero y la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepero. Lleva por nombre El juez y el carcelero. No va a gustar en La Moncloa ni en el Ministerio de Asuntos Exteriores español.
Y, una vez más, la dictadura caudillista de los caribeños hermanos Castro impone su arbitrio sobre una España siempre dispuesta a hacerle el trabajo sucio: siempre a precio de ganancia hostelera. Es la eterna historia.
Albiac explica los motivos por los que no ha escrito antes sobre esta cuestión:
He -hemos- guardado silencio durante estos meses en los cuales Carromero ha sido rehén de la dictadura. He -hemos- guardado silencio, porque sé -sabemos- lo que vale la vida en una cárcel cubana: cero. Y porque salvaguardar al secuestrado joven era prioritario.
Sostiene que, un a vez que Carromero está en tierras españolas, el Ejecutivo tiene una obligación democrática que cabe en dos puntos:
1) liberar de inmediato y sin limitaciones, a Ángel Carromero y rendirle homenaje por su esfuerzo de ayuda a las víctimas del castrismo y por el duro precio por ello pagado; 2) denunciar la barbarie del régimen castrista y exigir que una comisión internacional investigue el oscuro avatar que se cerró con la muerte de Payá y su compañero. Y, si a los empresarios turísticos españoles no les gusta eso, que se joroben. Un Estado democrático no puede envilecerse sólo para que una banda de hoteleros preserve sus beneficios.
Concluye:
Es lo que hay. Y en eso se juega la poca dignidad política que nos queda. Cada día en el cual el Gobierno español ejerza de ejecutor de la «justicia» cubana, será un día menos de democracia. En un país ya demasiado herido por sus políticos.
Saltamos a La Razón, donde Alfonso Ussía dedica a Rubalcaba La gran cumbre. Con el título de artículo, se refiere a la propuesta del líder socialista de convocar un gran encuentro de todos los partidos socialdemócratas europeos «para dar respuesta al fracaso de los gobiernos conservadores». Dice del secretario general del PSOE:
De no dedicarse a la política, Rubalcaba sería un formidable compañero de charlas y tertulias. Y lo será en el futuro, cuando la política pierda pasión por su persona y le haga ver que se ha enamorado de otro.
Añade:
Este proyecto de Rubalcaba, que es medido y abstemio, sólo se le puede ocurrir a uno de esos miles de ciudadanos que se ponen un gorro en punta en la Nochevieja, lanzan serpentinas, soplan matasuegras y desean al prójimo «feliz entrada y salida» en lugar de «feliz salida y entrada», que es de lo que se trata.
Rubalcaba sí es ingenioso. La mentira es consecuencia del ingenio, y nadie más mentiroso en los últimos decenios que Rubalcaba, que viene de los verdes enfrentados y bellísimos de la provincia de La Montaña, ahora Cantabria, y de soltera provincia de Santander.
Sobre la socialdemocracia, sostiene:
El gran fracaso político de muchas naciones europeas no ha sido otro que el producido por las empanadas mentales de la socialdemocracia, que han dejado sin un euro las haciendas públicas. Sin un euro, y con millones por pagar, que es situación más grave. Hasta el propio Zapatero, que ya escapado de la política ha recuperado algo de sentido común, reconoce que se equivocó con holgura y persistencia, y que su política económica fue desastrosa. El vicepresidente todopoderoso de aquel desastre parcialmente reconocido fue Rubalcaba, que ahora quiere dedicarse a organizar «grandes cumbres» para analizar el fracaso de los conservadores. No tiene buena memoria.
En El Mundo, Lucía Méndez escribe sobre los socialistas españoles en general, no sólo sobre su secretario general. Lo hace en El PSOE, como la ‘Saragoça’. El título del artículo hace referencia, según explica la propia autora en el texto, a la corbeta Saragoça, que se habría hundido de golpe y sin previo aviso por lo podrido que estaba su casco –no explica si la historia, recogida en un libro, es real o está inventada por el autor de la obra–. En cualquier caso, el libro donde se cuenta la historia recoge el estupor que produjo en un testigo. Añade:
En dos años, apenas un suspiro en un partido centenario, los socialistas se han sumido en las tinieblas como la corbeta Saragoça. Se han ido al fondo del mar de las encuestas y no hay forma de que salgan a la superficie. Los socialistas se palpan los bolsillos y ¡nada!, no hay forma de que se encuentren.
Recuerda una de las propuestas estrella de Rubalcaba, que no es otra que un estado federal. Añade:
Lástima que uno de los grandes intelectuales que ha tenido el PSOE, Ignacio Sotelo, ya haya dicho por escrito que esa propuesta no es realista ni posible en España en este momento, porque la esencia del federalismo es la igualdad entre los estados, cosa que ni Cataluña ni País Vasco aceptarían.
Así y todo, hacer propuestas está bien. Una pena que ese torrente de ideas coincida con una época en la que los españoles han dejado de creer hasta en los programas de mano del teatro.
Santiago González publica, también en el periódico de Unidad Editorial, Calimero Mas. Es un artículo dedicado al discurso navideño del presidente de la Generalitat . Se lo toma a cachondeo desde la primera línea:
Después de leer el mensaje de Artur Mas, cada discurso del Rey en Nochebuena me parecerá escrito por Spinoza y cada canutazo de Cospedal un texto de María Zambrano. No es improbable que el mensaje se lo haya escrito él, personalmente en persona.
El discurso de Mas son 800 palabras, cinco minutos de cháchara que encadenaban todos los tópicos imaginables, máximas que parecían sacadas del Calendario Zaragozano: cuando se acaba un año, las personas acostumbramos a hacer buenos propósitos, pues «los mismos buenos propósitos que nos hacemos las personas valen también para los países; en nuestro caso, para nuestro país, Cataluña». Quien lucha, puede ganar o perder. «Pero quien no lucha ya ha perdido». «No hay proyecto nacional sin proyecto social, ni proyecto social sin proyecto nacional». «Que la dureza de los tiempos actuales no dañe ni entierre nuestra esperanza». La esperanza, esa cosa con plumas. Emily Dickinson leída por Woody Allen. Y todo en este plan.
Concluye:
Este tipo se verá a sí mismo como Braveheart, pero ha hecho el discurso de Navidad de Calimero.
Y con esto, querido lector, este humilde lector de columnas se despide de ustedes por las pocas horas que quedan año. Y, de paso, les desea que 2013 sea mejor, mucho mejor, que 2012.