La estrella del día en los espacios de opinión de la prensa de papel el 18 de enero de 2013 es, para su desgracia, Luis Bárcenas. El nombre para el que las siglas PP parece que significaban algo así como ‘Pilla el Parné’ es el protagonista de las columnas a diestra y siniestra, sobre todo en los periódicos de la derecha. Hay, por supuesto, una excepción.
Quien se asome a las páginas de La Razón no encontrará un sólo artículo dedicado al personaje. Las únicas referencias a la política de altos vuelos en aviones de Swiss Air procedentes de aeropuertos españoles en el diario dirigido por Francisco Marhuenda las encontramos en las viñetas del siempre brillante Borja Montoro y de Esteban.
Comenzamos el repaso a las columnas con una publicada en el periódico del Conde de Godó y Grande de España que realmente ha sorprendido a este humilde lector de columnas. La firma Antoni Puigverd y se titula Bárcenas y el ojo ajeno. Arranca, algo de esperar si tenemos en cuenta que es un texto de una La Vanguardia que ha evitado hablar sobre los trapos sucios de CiU, criticando la actitud de la secretaria general del PP ante la corrupción. Sobre todo ante la que presuntamente salpica a los nacionalistas catalanes:
El problema de Cospedal no es que Bárcenas sea un pícaro. El problema es que ella se aprovechó sin asomo de escrúpulo de medias verdades e infundios periodísticos, basados en informes falsos, sobre supuestos tejemanejes de Artur Mas, Jordi Pujol y sus hijos. Cospedal prueba ahora su medicina.
Lo sorprendente llega más tarde:
Por supuesto: no son los problemas de Cospedal lo importante de esta historia, ni las cuentas de Bárcenas o las del padre, ya fallecido, de Mas. Lo importante es que no hay día sin que los medios aireen un nuevo capítulo (verdadero o falso, tanto da) de saqueos y corrupciones.
La víctima de este diluvio de excrementos es la democracia. Cabalgando sobre acusaciones de diarios afines, los partidos creen estar hundiendo a sus rivales.
Se ve que lo grave, para Puigverd, no es la existencia de corrupción o la sospecha de que pueda existir. No, lo que hay que denunciar es que existe quien se atreve a hablar de ella. Concluye:
Pero no es aireando la mierda de los otros como se combate la peste de la corrupción; sino reparando los puntos ciegos de la democracia. La corrupción perdurará mientras los partidos proyecten sobre las instituciones que controlan su funcionamiento interno: son máquinas de cooptación, despóticas estructuras verticales en las que la discrepancia está penalizada, la crítica está mal vista y sólo la fidelidad feudal obtiene premio.
Y este humilde lector de columnas se pregunta ante estos argumentos finales. Si no se le cuenta a la opinión pública que la corrupción existe, ¿qué incentivos tendrán los partidos para combatirla? Nos tememos que, en muchos casos, ninguno.
En las antípodas del artículo de Puigverd se sitúa el que firma Pedro Cuartango en El Mundo. Se titula Del pelotazo y la cleptocracia. Apunta en primer lugar contra los dos grandes partidos políticos españoles:
Lo primero que hay que desmontar es el tópico de que los partidos pretenden combatir la corrupción. Eso sólo es cierto cuando se trata de la ajena. No hay ni una sola formación política que haya denunciado un caso de cohecho en sus filas. Cuando era evidente que Luis Bárcenas había cobrado comisiones de Gürtel, Rajoy puso la mano en el fuego por su ex tesorero. Y el PSOE siempre ha reaccionado igual -veáse el caso de los ERE- cuando había indicios fundados de comportamientos iregulares de sus militantes.
No se queda ahí:
La corrupción en España es un fenómeno transversal en el sentido de que afecta a los grandes partidos, entre los que incluyo a CiU, y que además se extiende a las instituciones públicas, al sistema financiero, los sindicatos, la patronal, las mayores empresas del país y un largo etcetera.
Señala incluso la complicidad de ciertos medios de comunicación, aunque no señala a ninguno en concreto:
La España de hoy no dista mucho de la Italia de los años 80 en la que buena parte de su clase dirigente acabó en la cárcel. Aquí esto no va a suceder porque el blindaje de los corruptos es mucho más sólido gracias a la estrecha asociación de intereses entre el poder político, el financiero y algunos grupos de comunicación.
Concluye:
Lo peor de esta España es que nuestros líderes fingen no enterarse de nada y se refugian en el consabido tópico de que las conductas de corrupción son aisladas. No es cierto. Lo que hay en los partidos y las instituciones es una bochornosa laxitud hacia este fenómeno que está provocando que España deje de ser una democracia para transformarse en una cleptocracia. Ésa es la causa fundamental de nuestro declive.
También en el diario de Unidad Editorial, Casimiro García-Abadillo ofrece un inmisericorde retrato de Luis Barcenas, titulado LB, el repartidor:
Luis Bárcenas (LB) se creía el dueño del cotarro. Actuaba con enorme seguridad en sí mismo y trataba a los miembros del aparato de Génova con abierta displicencia.
Siempre elegantemente vestido, presumía en el partido de su olfato como inversor en Bolsa y, de vez en cuando, se ausentaba durante días para practicar deportes de montaña.
Explica cómo le dejaron hacer:
Bárcenas era el hombre de los chanchullos. Todo el mundo lo sabía, pero alguna gente prefería mirar para otro lado. Otros eran beneficiarios directos de su particular operativa, heredada de otros tiempos, pero perfeccionada y reglamentada durante su mandato como gerente y, después, como tesorero.
Bárcenas vivió las etapas de Álvarez-Cascos, Arenas y Acebes como secretarios generales y nadie le puso un pero. Los que quieren atribuirle alguna virtud dicen que era «eficiente».
Relata lo que se encontró Cospedal al llegar a la Secretaría General del PP:
Cospedal consultó con Rajoy. Abolir el régimen particular de Bárcenas -con tentáculos muy poderosos- era labor que requería no sólo de coraje, sino del respaldo absoluto del presidente del partido. Rajoy le dio carta blanca a la númerodos para actuar según su criterio.
Durante mucho tiempo, Bárcenas había controlado la contratación de empresas que hacían trabajos y servicios para el partido. La nueva dirección comprobó que muchas de ellas le pagaban comisiones y otras pertenecían a amigos suyos.
Concluye:
Cuando Bárcenas fue imputado en el caso Gürtel y se pidió su suplicatorio, Cospedal le pidió que dejara el PP (hasta ese momento seguía manteniendo despacho, su escaño como senador y a su abogado también le pagaba el partido). Él recurrió a una frase de Cascos para negarse: «Aquí sobran mamones y faltan cojones». Así es él. Después esgrimió todo tipo de amenazas, desde contar lo que sabía de la financiación de la boda de la hija de Aznar, hasta revelar los sobres en B. Afortunadamente, el chantaje no le sirvió de nada.
Manuel Jabois deja de lado a Bárcenas y se centra en la vicepresidenta del Gobierno. En concreto, escribe sobre las Lágrimas de Soraya:
La vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaría decidió acabar el día de ayer llorando. Fue el broche a una jornada histórica y uno de los momentos álgidos de la legislatura. El Gobierno ha tardado algo más de un año en echarse a llorar delante de los ciudadanos, en la que ha sido la expresión más serena de su programa.
Finalmente, tras varios silencios dramáticos, Soraya explicó que había llorado. O que se había «emocionado», como se dice pudorosamente. Le reconozco poca ortodoxia en la acción, pero no dudo de ella. Ningún político de nivel, incluso en España, tiene la necesidad de ir por ahí haciendo el ridículo y tratar además de convencer a la gente de que lo ha hecho.
Concluye:
Cuando Cospedal dice que Bárcenas ya no está en el partido y dos segundos después culpa a Zapatero de los desastres económicos está llorando por dentro, como Soraya, sólo que no lo cuenta, porque el contexto ha de ser social. El verdadero drama es que no se sabe el día en que el Gobierno empezó a llorar de puertas adentro, ni peor aún, cuándo volverá a cerrarlas. Entre los párrafos de ayer de El mundo el último es de mucho llanto; la defensa de Bárcenas, para desligarlo del Gürtel, dice que tenía cuenta en Suiza desde 1990.
¡Coño, que cuando los del Gürtel iban, él venía!
En ABC, los columnistas también sacan su artillería pesada con la cuestión de Bárcenas. Sorprendentemente, en esta ocasión si les ha dado tiempo ha escribir sus artículos el mismo día en el que se conoce el asunto que van a comentar. Ignacio Camacho firma El contable, que casi parece un título más propio de una película que de una columna.
Mala, muy mala pinta tiene el asunto del tesorero Bárcenas. En pleno escándalo por las cuentas suizas del clan Pujol, al PP se le ha abierto un considerable boquete en la retaguardia. La plana mayor del partido ha encajado el golpe con una elocuente, incómoda perplejidad; no saben cómo gestionar este embarazoso contratiempo y, lo que es peor, ignoran hasta dónde se les puede colar el agua que entra en tromba por el agujero.
Camacho es de los pocos que se atreve a criticar al presidente del Gobierno:
La corrupción es una excrecencia inevitable de la política pero el nivel de tolerancia de los dirigentes se mide por su capacidad de reacción ante la sospecha. Con su estilo contemplativo, tardón, Rajoy demoró demasiado tiempo la inexcusable depuración de un colaborador bajo sospecha. Y antes de eso, avaló su elección como contable sin disponer de un retrato claro del personaje y de su naturaleza. Bárcenas, simplemente, estaba allí, era un hombre del aparato, de la casa. Es extraño que el presidente, tan receloso, tan escéptico, tan poco inclinado a confiar más que en un círculo estrecho y contrastado, abandonase la caja de la organización en manos de un profesional tan opaco.
Concluye:
Cuando el poder exige durísimos sacrificios en forma de impuestos y recortes, necesita respaldarlos con una imagen de impoluta honestidad corporativa en la que no encaja de ningún modo un trasiego de cuentas en Suiza. El daño está hecho pero la reacción, la respuesta, queda pendiente. La reputación del liderazgo exige algo más que silencio y espera.
Carlos Herrera, en Mal rollo, también se muestra indignado con este nuevo episodio de presuntas corruptelas políticas.
La noticia que conocimos ayer según la cual el ex tesorero del PP Luis Bárcenas poseía una cuenta de 22 millones de euros en Suiza no ayuda, precisamente, a aplacar los ánimos. Al parecer, el también ex senador popular retiró la cuenta y dispersó esos millones -suyos en totalidad o en parte- al saberse investigado por los tejemanejes de Gurtel, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿cómo es posible que el tesorero de un partido político disponga de una cuenta en Suiza por valor de veintidós millones de euros? A esa pregunta se suceden otras que son, en sí mismas, absolutas sospechas: para qué, de qué, con quién…
Dice de Bárcenas:
Explicaciones dará y veremos si convence a alguien, pero antes se habrá llevado por delante a más de uno y habrá puesto en serias dificultades a algunos -o alguna- que afirmó que si se demostrase que un miembro ejecutivo del PP tenía cuentas en Suiza debería dimitir inmediatamente.
Curioso que Herrera recuerde esas promesas preventivas de dimisión por parte de ‘algún o alguna’ alto dirigente del PP. Es un recordatorio que suena a exigencia, algo especialmente llamativo cuando no muchos días antes el mismo autor reclamaba salvar a Duran i Lleida de su propia promesa de dimitir si se demostraba corrupción con el caso Millet. ¿Acaso debe exigirse una mayor honestidad a los dirigentes del PP que al democristiano más conocido en el lujoso Hotel Palace de Madrid? A este humilde lector de columnas le parece que no, que en ambos casos la exigencia ha de ser la misma.