OPINIÓN / Afilando columnas

Sostres: «Canal 9 era una intolerable horterada y aunque sólo fuera por motivos estéticos su cierre estaba más que justificado»

David Trueba: "Nadie quiere apiadarse de los trabajadores que levantaron la cadena autonómica valenciana"

Pasado el día de gloria de Wert —Manuel Jabois: «El primer erasmus es Wert, aterrizado en el Gobierno con ganas de aprender el idioma, amoríos incluidos»–, prácticamente ha desaparecido de los espacios de opinión de la prensa de papel española. El 7 de noviembre de 2013 nadie ha escrito algo relevante u original sobre el ministro Eras-menus. El gran tema de la jornada es el cierre de Canal 9, la televisión pública valenciana. Como complemento, en la contraportada del diario de la ‘disciPPlina’ nos encontramos con que uno de sus columnistas estrella anuncia en un artículo que deja Twitter mientras que, justo a su lado, otro articulista escribe sobre por qué le gusta mucho esa red social. Tras tocar una vez más nuestra armónica de afilador, pasamos a contar lo más jugoso entre las columnas de los periódicos impresos.

Empezamos en esta ocasión en ABC, donde Gabriel Albiac titula Distracciones caras. Tras una profunda reflexión sobre los orígenes y la evolución del llamado Estado del bienestar, el filósofo dice:

España llegó a la democracia en el momento más alto de esa euforia europea. Y pareció lo más normal adoptar estilos de nuevo rico. A costa del erario público. Lo de la multiplicación exponencial de las televisiones públicas, en la loca espiral de las autonomías, pasó muy de lejos la raya del delirio. ¿Qué es la televisión? Un aparato de entretenimiento.

Añade:

Pero alguien se había ya inventado el fantástica negocio de dar por sentado que la televisión era «un servicio público». ¿Y por qué no los conciertos de rock and roll o las partidas de petanca, dominó o tute…? Y que, como tal, sus gastos debían correr a cargo del Estado, o sea, de todos los ciudadanos a través de sus impuestos. Y, como los mini-estados llamados autonomías no iban a ser menos que «Madrid», cada cual compitió por tener la televisión más cara y fastuosa. Donde, por supuesto y siguiendo el modelo universal de la política española, fueron con mimo colocados los camaradas y amigos del partido y sindicatos dominantes en la zona.

Continúa:

Y nos hicimos a la alucinada idea de que la seguridad social podría quebrar, las universidades caerse a pedazos, pero a las televisiones públicas no podía tocárseles un céntimo.

Eso mismo ha pensado este afilador de columnas al ver las noticias de la huelga de farmacias en Cataluña por el impago de 416 millones de euros por parte de la Generalitat. El Gobierno de Mas pone en peligro que los ciudadanos puedan recibir sus medicamentos mientras que dilapida millones en seis canales televisivos públicos a su servicio.

Concluye:

¿La lógica de eso? No es difícil entenderla: quien controla los televisores, tiene en sus manos la mayor máquina de propaganda hasta hoy inventada. En manos de una administración o un partido político, eso se llama votos. Los televisores han garantizado el triunfo electoral de quienes los pagaban.

Sólo que ahora no queda ya dinero. Y bien está que Fabra lo constate. Síganle otros.


Salvador Sostres.

Pasamos ahora a El Mundo, donde Salvador Sostres comenta el cierre bajo el títular de Os quedaréis sin nada:

La decisión de Alberto Fabra de cerrar Canal 9 es prudente y adecuada, y una imprescindible lección para tanto juez sindicalista y justiciero que quiere hacerse el héroe con sus sentencias obreristas. Que se dé cuenta Su Señoría del desastre que ha causado. Si no nos dejáis trabajar dentro de la realidad y del mercado, os lo vamos a cerrar todo.

Sostiene:

Canal 9 era una intolerable horterada y aunque sólo fuera por motivos estéticos su cierre estaba más que justificado. Pero incluso TV3, que pese a su sectarismo es una televisión mucho mejor acabada, vive por encima de sus posibilidades, con periodistas convertidos en funcionarios soviéticos y comités de empresa que funcionan como profesionales del chantaje, tolerados e incluso patrocinados por unos políticos cobardes que huyen de cualquier enfrentamiento para no perjudicar sus expectativas electorales. Ello constituye una flagrante dejación de funciones y una monumental estafa al ciudadano.

Concluye:

Los empresarios tampoco tienen que aguantar la premeditada injusticia de estos jueces que hallan improcedente cualquier despido, y lo que ha hecho Fabra con Canal 9 lo van a acabar haciendo muchos emprendedores si la persecución continúa. Y sin empresarios no hay economía, ni derechos, ni empleados; y sólo quedan jueces estrella y sindicalistas trasnochados haciéndose el héroe en tu nombre, cuando ellos fueron los que te mataron.

En el periódico que traía miga –parece que ha durado poco eso de regalar una barra de pan a los compradores de La Gaceta–, Josep María Francàs habla de TV al servicio de la propaganda:

Si el Gobierno autonómico no rectifica, y no parece que vaya a hacerlo, puede desaparecer una de las televisiones autonómicas más significativas, más sobredimensionadas y más deficitarias de nuestro país, lo cual supondrá desgraciadamente un duro golpe para los profesionales y sus familias. Me solidarizo con ellos, al igual que con los millones de españoles que se hallan igual, mientras compruebo que, una vez más, unos políticos deciden dilapidar y otros pagan el pato.

Cuesta entender que en un país que ha rozado la quiebra, que ha estado enviando al paro diariamente a miles de trabajadores, sigan existiendo esos órganos de propaganda política como, casi por definición, son los medios de comunicación públicos.

Concluye:

Aunque fueran perfectamente rentables, ¿tendría sentido en una democracia real que el que debe ser controlado, el poder político, dirija al que debe actuar de controlador, al medio de comunicación? Sin libertad de prensa no hay democracia digna de este nombre y, ¿qué libertad tiene un medio que depende directamente y en todo del poder? El cierre de Radiotelevisión Valenciana sin duda es una mala noticia para los que en ella trabajaban, pero es muy buena noticia para la libertad de prensa tan necesaria en nuestro país.


David Trueba.

A estas alturas usted, estimado lector, puede pensar que sólo se ha escrito a favor del cierre de Canal 9 o que este humilde lector de columnas ha decidido tratar exclusivamente las que van en esa línea. Lo cierto es que apenas nadie ha escrito en contra de la desaparición de la cadena autonómica valenciana. Quién si lo ha hecho es David Trueba, en una de las pocas ocasiones en las que el crítico televisivo trata algo que tiene que ver con la televisión. Su artículo en El País se titula Trampilla:

El cierre de Canal Nou ha aproximado a nuestro país a Grecia. La tristeza por la desaparición de un medio de comunicación no cabe en un panorama en el que todo se acepta como un signo de fatalidad. La crisis, dirán algunos. Como si la crisis fuera un ente mediterráneo que funciona como las olas del mar.

Añade:

Nadie quiere apiadarse de los trabajadores que levantaron la cadena autonómica en la sede de Burjassot. No tienen el derecho a la solidaridad o al menos la simpatía de otros despedidos en empresas reconocidas. Aquí todos consideran que las cosas se han hecho tan mal que responden con indiferencia.

Concluye:

Paralela a la carrera valenciana hacia el agujero negro, la televisión madrileña está inmersa en un turbio proceso de regulación de empleo. Ambas son las más elocuentes muestras de que no había un alma liberal detrás de los mandatarios autonómicos, sino intervencionistas radicales, entregados a una inepta manipulación que a la larga hunde el invento. Seria penoso olvidar el inicio de ambos canales, con periodismo joven, diverso, esmerado y atrayente. ¿Dónde están? ¿Qué se hizo de ellos? La crisis abre la trampilla al almacén del olvido. Claro que las televisiones públicas son necesarias y eficaces, hay que decirlo hoy más que nunca, son políticos los que han provocado su destrucción. Por supuesto, no pagarán por ello.

Terminamos por esta jornada con el tema extra que anunciábamos en el arranque de este afilando columnas, las dos posturas enfrentadas sobre Twitter de dos de los principales columnistas de La Razón. Alfonso Ussía titula Cobardes e inmundos, y arranca con algo que no tiene que ver con la redes sociales pero sí con las malas formas de algunos desaprensivos en internet.

Llevo más de diez años padeciendo la humillación de ser felicitado por insensibles cretinos por un artículo que no es mío. Se trata de Almodóvar. No siento simpatía alguna por Almodóvar y me considero incapacitado para criticar, favorable o desfavorablemente sus películas.

Añade:

He intentado por todos los medios desmarcarme de la humillación de ese engendro. El autor de la porquería ha conseguido su propósito. Avergonzarme. A mí, porque algunos piensan que soy capaz de escribir semejante estupidez vestida de indecencia. Y a muchos lectores -y algunos amigos-, que insisten en felicitarme por ese vómito asqueroso.

Tiene razón Ussía para quejarse, todavía algunos le atribuyen el artículo de marras por mucho que haya quedado claro que él no es el autor —El falso artículo atribuido a Alfonso Ussía sobre Pedro Almodóvar–.

La red, o sea Internet, o sea la indefensión, o sea, el anonimato, o sea, la cobardía, permite este tipo de ultrajes e ignominias.

Pasa a anunciar su salida de una de las redes sociales más populares:

Llevo algo más de un año con una cuenta de «Twitter», en la que opino de cuando en cuando, doy la cara y firmo con mi nombre y apellidos. Voy a abandonarla. No por otro motivo que por la inmunidad de los cobardes, de los que insultan, amenazan y humillan escondidos en la miseria del anonimato. O se regula con urgencia la obligación de identificarse en este tipo de redes sociales, o esto se va al carajo.

Dice:

He conocido a personas maravillosas en este chisme. Por lo normal, dan la cara y ofrecen su identidad. Pero hay una mugre extendida de cobardía y de odio que sólo es admisible si está admitida. Y lo está, segura, inmune, poderosa, repugnantemente libre y asquerosamente amparada.

Concluye:

Con anterioridad a la modita del «Twitter» o el «Facebook», Internet se convirtió en el paraíso de los cobardes. Se puede escribir un esputo con el nombre de otro y hacerlo recorrer millones de kilómetros durante el tiempo que la ignominia sobreviva. Admito la dificultad -aunque no la comprenda-, de la identificación y la responsabilidad privada de los usuarios. Pero no la estupidez. Vuelvo al principio. Almodóvar me parece una anécdota. Pero el que piense que puedo insultar durante diez años con esa grosería a una anécdota, es un gilipollas.

Frente al muy argumentado enfado de Ussía, José Luis Alvite se muestra encantado con Twitter –su cuenta es @alvitejos— . Lo hace con el título de Banderas sin aire. Dice:

Naturalmente, hay de todo enTW, desde enlaces a noticias, hasta referencias musicales, sin olvidar que a muchas personas les sirve para vencer la soledad o hablar con cualquier desconocido mientras muere la tarde, eligen a sus víctimas los miserables o ablandan en el agua las lentejas, de modo que corre un aire de codeína arrastrando la sana epidemia de la libertad.

Añade:

En realidad TW es la jaula angosta para que la que siempre hemos tenido listo el pájaro flaco y resignado en cuya vida incluso sería un riesgo el aire en el que volar. A mi me gusta teclear pensamientos en ese modelo restringido por la misma razón que antes de conocer TW me apasionaba la idea de ser capaz de describir una mano retratándola literariamente en el espacio de una uña.

Concluye:

Me entretiene y hago amigos, eso es todo. Aunque no lo parezca, ciento cuarenta caracteres dan para mucho si se acierta a condensar. Parece fuera de toda duda que muchas confesiones parecen más creíbles a medida que el tamaño de su explicación se parece más al de su silencio. En definitiva, me gusta el desafío de Twitter porque es una manera de que -sin aire, sin mástil y sin doctrina- pueda ondear una bandera.

Por si a alguien le interesa, a este humilde lector de columnas le encanta Twitter, a pesar de la cantidad de trolls que pueblan ese espacio virtual.

 

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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