Los espacios de opinión de la prensa en papel española resultan muy variados el 4 de junio de 2012. Es tal la cantidad de temas tratados que hasta nos encontramos en La Vanguardia con un Quim Monzó indignado por lo delgadas que preparan las tortillas francesas en los bares catalanes —En busca de las dos dimensiones— y un Manuel Jabois que se deja caer en brazos de una señora llamada frivolidad para contarnos lo atractivas que le resultan las mujeres que, caminando sobre unos taconazos, disfrutan del whisky sin llegar a emborracharse —Mujeres que beben–.
Pero, por supuesto, otros columnistas optan por temas más ajustados a la actualidad o a las cuestiones que pueden interesarle al lector medio de los periódicos.
Las dos columnas más destacadas del ABC en esta ocasión tratan de cultura y política al mismo tiempo. Hermann Tertsch firma Boabdil y el maquis, dedicado a la oposición de los partidos de izquierdas andaluces a que se conmemore la toma de Granada por las tropas cristianas el 2 de enero de 1492.
Las «fuerzas del progreso» de Granada, en alianza con la Junta de Andalucía, han puesto el pie en pared y dicho que ya basta de querer celebrar una victoria en nombre de la cristiandad, vinculada encima a la consumación de la unidad de España. Cristo, España, unidad, victoria… Ustedes me entienden.
Sostiene que los ahora «furiosos antifranquistas, para compensar haberlo sido antes con extremo disimulo» ejercen una vigilancia «extrema» que ve «confabulación falangista» en cuanto alguien habla de la unidad de España».
Ante el argumento del director general de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, Luis Naranjo, de que celebrar la toma de Granada puede ofender a los musulmanes, Tertsch ironiza:
Imagínense que los norteamericanos celebraran el Día de la Independencia el 4 de julio. ¡Cómo habrían de ofenderse los británicos! O los turcos si Viena celebrara el levantamiento del asedio. En Europa habría que prohibir, para satisfacer a la izquierda granadina, toda fiesta y fecha significadas de nuestra identidad. Y después demoler todos los monumentos, que nos recuerdan a ellas, catedrales incluidas. Y quemar los libros.
Concluye:
Aún no nos han sugerido que, si queremos celebrar, lo hagamos con el 711, cuando llegan las primeras tropas del islam a acabar con el reino visigodo y sojuzgar a la población cristiana. Pero todo se andará. En realidad, el Frente Popular granadino combate, valiente, al franquismo que no hay. Y ahora toca que el franquismo sean los Reyes Católicos. Los paralelismos los hacen ellos. Y la mentira del Al Andalus y el islam tolerante de antaño es el mismo embuste de la República idílica, impoluta y democrática. Todo sería una payasada más de una izquierda que no tiene mayor fobia que las ideas de España y la cristiandad. De la izquierda española, la más ignorante y desnortada de Europa. Lo sería, si el islamismo, el político y agresivo, fuera sólo historia en Granada. Pero ya no lo es. Y los desmentidos a las ridículas leyendas de la izquierda andaluza sobre armonía y tolerancia ya nos llegan por la vía de los tristes hechos. Presentes.
Ignacio Camacho mira hacia centroeuropea y una de las piezas musicales más populares en fiestas navideñas. Firma Radeztzky, en referencia a la celebre marcha musical compuesta por Johann Strauss padre y que hace las delicias de los asistentes a conciertos (no sólo en Viena), que acompañan a la opera marcando el ritmo con las palmas. Pero Camacho no habla del ritmo de la obra del disfrute de quienes, desde sus asientos, se convierten por unos minutos en parte de la orquesta. En absoluto, le sirve para hablar de Europa y la canciller alemana:
Para entender el pensamiento de Angela Merkel -no, no es un oxímoron- conviene ver el concierto de Año Nuevo en Viena, ese elegante y apastelado escaparate de valses y polskas que la televisión ha convertido en una liturgia planetaria de la cultura de masas. Hay en él un ideal de liderazgo simbólico que se manifiesta en el célebre momento en que el director de la orquesta pone al encopetado público a marcar con palmas el compás enérgico y rutilante de la marcha Radetzky, una inflamada exaltación musical de nacionalismo austrohúngaro (palabra de irresistible sonoridad que tanto divertía a Berlanga).
Alemania es ahora la orquesta que hace sonar la melodía comunitaria al ritmo que marca la batuta de su canciller, y al resto nos toca el papel de comparsas. El armónico vals de la estabilidad monetaria acaba entre soberbios redobles a mayor gloria de la tradición germánica.
Concluye:
Merkel dirige, Alemania y Austria interpretan y el resto batimos palmas contentos de estar presentes, aunque sea pagando una carísima entrada, en el privilegiado salón decorado con las rosas frescas de una Europa metódica y orgullosa.
Tampoco hay otra alternativa. Para formar parte de esa prestigiosa orquesta son menester rigurosos exámenes de selección y además mientras los músicos ensayaban con orden y perseverancia su concierto triunfal nosotros estábamos celebrando un despendolado botellón en la puerta.
Por mucho que se empeñe Ignacio Camacho, no logrará terminar con el placer que algunos sienten al escuchar e, incluso, acompañar con las palmas la animada y magistral marcha de Strauss. Este humilde lector de columnas, a pesar de sus reducidos conocimientos musicales, es un apasionado de esa pieza.
Y de la cultura y la política saltamos a una actividad que suele politizarse en grado extremo, sobre todo en tierras catalanas. En el diario del Conde de Godó y Grande de España Pilar Rahola le quita importancia al fracaso que, en términos de público asistente, cosechó el partido amistoso entre la selección catalana de fútbol y la de Nigeria. Firma en La Vanguardia ¡Catalunya-Nigeria, uf!
Es evidente que el clamor por una selección nacional catalana es muy mayoritario y forma parte de las reivindicaciones más sentidas del catalanismo. Pero precisamente porque es un anhelo largamente expresado y porque el Estado torpedea su existencia con todos sus recursos, lo que no se tendría que hacer nunca es el ridículo. Y un partido con Nigeria al inicio del año, sinceramente no parece una opción de enorme atractivo. ¿La pregunta es, si deportivamente no se aguanta demasiado, hay que ir por militancia patriótica.
Sinceramente, me niego. Y todavía me niego más a considerar que la poca afluencia es una especie de síntoma de debilidad de un movimiento nacional que transciende ampliamente un partido de fútbol.
Concluye:
En cualquier caso, la selección sólo es un simulacro de normalidad en un país que vive en una profunda anormalidad. Hace, pues, lo que puede y lo hace buenamente, pero no nos estresemos más de la cuenta si a estas alturas no triunfa. Ya lo hará el día que seamos un país normal.
Volvemos ahora a Madrid, en concreto a El País. En la contraportada del diario de PRISA Juan José Millás publica Azotes, que arranca con duras palabras dedicadas al jefe del Ejecutivo:
En su última comparecencia, Rajoy se presentó ya como un presidente del Gobierno sin voluntad propia, externalizado hasta las cachas, por utilizar su jerga, o privatizado, por llamar a las cosas por su nombre. Se ha puesto a la venta.
Da la impresión de que Millás imagina un contubernio de señores gordos con sombrero de copa y puros que mueven al Gobierno como si fuera una marioneta:
Rajoy obedece órdenes de un consejo de administración que, a la sombra del Consejo de Ministros, SL, ha decidido obtener el dinero grande de la gente pequeña: funcionarios, enfermos crónicos, pensionistas, párvulos de la enseñanza primaria y secundaria… IVA, IBI, gas, luz, agua, recogida de basuras, multas de tráfico, recetas médicas, tasas judiciales, leyes, decretos, disposiciones transitorias o permanentes, todo lo que a usted se le ocurra, en fin, tiene un destino oscuro, como de paraíso fiscal, y unas víctimas claras.
Finaliza:
El futuro, por lo que pudimos entender a Rajoy, son seis millones de parados que garantizan el pánico y la sumisión esenciales en cualquier dictadura, económica o no. Cuando el proceso se perfeccione, el Ministerio de Trabajo, previo pago o copago de las tasas que imponga la ley, le señalará a usted quién es su dueño y cuántos azotes se merece por tener lo que tiene o por carecer de lo que carece. Feliz año.
Concluimos con una excelente columna de José Luis Alvite en La Razón sobre la profesión periodística. Se titula Sillón de peluquero (I) y ofrece una visión crítica que es muy poco común en los medios de comunicación españoles.
El periodismo impreso se desmorona en un momento en el que el escepticismo parece haberse adueñado de la sociedad. Ahora que el derroche tecnológico es arrollador, resulta que los periódicos se tambalean, los profesionales hacen cola en el paro y en las peluquerías de caballeros sólo leen revistas los miopes.
Por una vez, no se culpa de la crisis de los periódicos a internet ni a cualquier otra de las excusas al uso. Y es de agradecer. Veamos cómo concluye:
Lo malo es que nos hemos mezclado con el poder y con las finanzas y hemos olvidado a quienes esperaban nuestras noticias en el quiosco con el sueño en los ojos y una moneda en la mano. Curiosamente, las redacciones tienen ahora un aspecto más aséptico que cuando yo me senté por primera vez en una y lo primero que hice fue aplastar una cucaracha con el mazo de la baraja. En cualquier redacción hay ahora más limpieza que en la mejor perfumería de la ciudad y más higiene que en cualquier hospital. Pero, ¿y el entusiasmo? ¿Y aquella sagrada sensación de que la gente esperaría a primera hora por nuestro trabajo en el quiosco de la esquina? ¿Y qué ha ocurrido para que nos demos cuenta de que lo que las nuevas generaciones aprenden en las facultades no es en absoluto mejor que lo que habían aprendido aquellos otros periodistas sentados en el sillón del peluquero?