El discurso político es imposible cuando las cartas semánticas están marcadas. Es casi imposible, en la era de la prisa y de los argumentos en 59 segundos, desmontar todas la carga de emoción y costumbre que pesa sobre términos y expresiones para preguntarse qué quieren decir realmente -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
Si de repente tuviéramos, como en algunos juegos de mesa, explicar lo que creemos sin usar los vocablos y frases hechas que ya han tomado una vida propia, buena parte de la izquierda –sí, y de la derecha– quedaría súbitamente muda.
La sanidad y la educación públicas, intermintentemente en lucha, tiran lo que pueden de las connotaciones emocionales de las consignas para que nadie se pregunte lo evidente.
“¡Religión fuera de la escuela!” es el grito de la “campaña, impulsada por Europa Laica, que reclama que la religión salga del horario lectivo y denuncia el retroceso histórico que supone el anteproyecto de ley presentado por el Gobierno”, y también el titular con que la presenta el sitio de Cadena SER en Internet. Leo: “Tres son los aspectos incluidos en el borrador de la Lomce (la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa) que preocupan especialmente a Europa Laica.
Por un lado, las concesiones crecientes a la escuela concertada, mayoritariamente en manos de confesiones religiosas, con el aumento de la duración mínima de los conciertos.
En segundo lugar, la financiación con fondos públicos de aquellos colegios que separan a niños y niñas en las aulas. Y en tercer lugar, la supresión de Educación para la Ciudadanía mientras se recupera una alternativa a la asignatura de Religión, tal y como reclamaba la Conferencia Episcopal”. ¿Qué concepto falta en todas estas solemnes protestas? El que casi siempre falta en las reivindicaciones de la izquierda: libertad.
Nadie, leyendo el párrafo anterior e ignorante de la realidad española, podría imaginar que la Religión es una asignatura optativa. “Aseguran que el PP pretende hacer un traje a medida a la Iglesia católica que le garantice en las aulas la influencia que está perdiendo a marchas forzadas entre la sociedad”.
Pero si está perdiendo influencia en la sociedad, los padres no elegirán la asignatura para sus hijos, ¿no? A no ser, claro, que piensen que los católicos somos ciudadanos de segunda categoría que debemos entregar a nuestros hijos para que les inculquen los principios contrarios a aquellos en los que creemos.
Lo mismo va por los colegios concertados y la separación de niños y niñas en las aulas: ¿no te gustan? ¡Genial: no lleves a tus hijos a uno de esos colegios! Sencillo, ¿no? “La marea blanca insiste en la defensa de la Sanidad pública madrileña” es el titular que abre Eldiario.es de Nacho Escolar en Internet. “Bajo el lema ‘La sanidad no se vende, se defiende”, las batas blancas han salido a la calle por segunda vez en lo que va de 2013.
Miles de personas se han manifestado este domingo en una marcha desde la plaza de Colón hasta el Ministerio de Sanidad, en el paseo del Prado, para protestar contra las privatizaciones aprobadas por el Gobierno madrileño”.
De esta marea hay un hecho que me llama la atención, y me sorprende que nadie haya llamado la atención sobre él, a saber: que está convocada y abrumadoramente protagonizada por médicos.
Ahora, los médicos de la Seguridad Social tienen tanto derecho como el que más a reivindicar lo que les parezca oportuno pero, ¿es muy creíble que un colectivo profesional se manifieste y luche por mis derechos en lugar de hacerlo por sus propios intereses? ¿No tendría más sentido que nos manifestáramos los supuestos beneficiarios de la sanidad pública? No hay grupo humano que no sea capaz de identificar sus intereses con los de la sociedad, de defender lo propio con argumentos de bondad universal.
Lo siento, pero la sanidad pública no existe para los médicos, sino para los ciudadanos. Mientras sean los médicos los que hagan huelgas por la sanidad y los maestros quienes marchen por la educación, habrá que verlo como protestas gremiales, tan válidas como si se manifestaran los notarios.
Mientras, por cierto, los enfermos en cuyo nombre se manifiestan se quedan sin el servicio. Y la culpa es, naturalmente, del Gobierno. Algo similar sucede con el olvido de las discriminaciones distintas de las favorecidas por la elite. “Niño o niña: Alteza Real” es el titular de una columna en El País sobre la reforma propuesta en Gran Bretaña para que herede el trono el mayor de los vástagos, sea varón o hembra. Concluye el texto: “Suprimir esa preeminencia del varón responde a nuestros tiempos.
Con estos cambios, Isabel II y su Gobierno impulsan una transformación que debería haberse llevado a cabo hace tiempo. Y dejan en incómodo lugar a la monarquía española, la más retrasada en Europa en cuanto a la igualación de la mujer frente al varón. Aunque en este país solo hablamos de nietas, el tiempo vuela”.
Eso de achacar las ideas a “los tiempos”, como si los seres humanos fuéramos marionetas impotentes para decidir qué es bueno o malo, conveniente o perjudicial, con independencia de esa difusa tiranía del Zeitgeist, es otra de las maldiciones de… nuestros tiempos. Imagino que al redactor no se le ha pasado por la cabeza que decidir por edad es tan discriminatorios como hacerlo por sexo.