Hay días en los que uno se divierte en estas labores de escarbar en los espacios de opinión de la prensa de papel. Pueden ser jornadas ricas en salidas de tono y ajustes de cuentas entre medios o, por el contrario, en las que uno disfruta con artículos brillantes e inteligentes. En otras ocasiones, sin embargo, uno tiene que escarbar mucho para encontrar más de una columna que merezca la pena ser reseñada. Este 17 de enero de 2013 pertenece a este triste segundo grupo de días. Pero no salte usted todavía a otra página, estimado lector, que hemos encontrado para usted algunas perlas periodísticas –entiéndalo usted en el sentido que quiera– que pueden interesarle.
Empezamos en La Vanguardia. No vamos a centrarnos en un Quim Monzò que ha vuelto a su linea habitual tras las elecciones autonómicas catalanas de noviembre de 2012. Desde aquellos comicios, este humilde lector de columnas se imagina a Monzó sentado cada día frente al ordenador pensando algo así como ‘¿sobre qué tontería escribo hoy para no tener que tocar en mi columna la situación política catalana?’.
Y claro, un día se centra en el nombre que se ha de poner a un esqueleto de ballena expuesto en un museo de Barcelona, otro se lanza a comentar el grosor de las tortillas francesas en los bares catalanes y uno más, como en esta ocasión, reflexiona sobre por qué sería mejor que en los restaurantes nos sirvieran robots en vez de camareros de carne y hueso —Karel Capek–. Visto lo visto, no nos imaginamos a ningún inquilino de la Diagonal diciendo a su mujer por la mañana: «Montserrat, bajo a por La Vanguardia, que estoy deseando leer el artículo de Quim».
La columnista del periódico del Conde de Godó y Grande de España que no evita escribir sobre política es Pilar Rahola. En esta ocasión firma Agua al vino, un texto en el que critica al PSC por no apoyar de forma clara el referéndum independentista.
¿Tiene realmente el PSC la voluntad de llegar a un consenso sobre la consulta, o se dedica al triste arte de marear la perdiz? Sinceramente, ni parece ni hace grandes esfuerzos por aparentar que a la hora de la verdad formará parte del bloque de la consulta. Y los síntomas son, en este sentido, bastante demoledores.
Se pregunta:
¿Qué piensa realmente el PSC? ¿Tanto le cuesta responder a la pregunta simple de si quiere o no una consulta al pueblo catalán?
Porque los únicos que hablan claro del clan socialista dicen no. Y después, cuando se rasca un poco, salen con el eufemismo de la «legalidad», en unos términos que más bien parecen una trampa mortal.
Porque si la legalidad es el Parlament catalán, tenemos campo para correr, pero si es el Congreso, sería bonito que dejaran de tomarnos el pelo.
Tiene razón Rahola en que los socialista catalanes no les gusta hablar claro sobre esta cuestión y en realidad se ponen de perfil. Pero, con todo el respeto a Doña Pilar, la «legalidad» no es ningún eufemismo. La «legalidad» no es tampoco ni el Parlamento catalán ni el Congreso de los Diputados. En absoluto, ambos legislativos deben estar sometidos también a la «legalidad», que no es otra cosa que el imperio de las leyes. Y, en este caso, la Constitución es bastante clara. Un referéndum independentista no es legal. Si se quiere cambiar la Carta Magna, que se haga, pero respetando las normas.
Saltamos ahora a Madrid, pero para leer lo que escribe un periodista catalán sobre un político catalán. Eso sí, la columna no tiene nada que ver con Cataluña. Arcadi Espada firma El ministerio de Dios, un demoledor texto contra Fernández Díaz. Tras poner en duda la eficacia de guerras como las de Afganistán y Mali, así como la legitimidad del uso que hace EEUU de los drenes para matar a terroristas, dice:
De lo que, por el contrario, estoy seguro es de que la guerra contra el yihadismo se pierde en la retaguardia. Es decir, en términos locales, por el lado del ministro Fernández Díaz y no por el del ministro Morenés. Las renuencias españolas a excederse en el apoyo militar a la invasión francesa de Mali pueden preocuparme desde el punto de vista ético. Pero la decisión del ministro del Interior de privar al ciudadano paquistaní Imran Firasat de su condición de refugiado político me repugna y me aterra.
Cuenta que Firasat está reconocido como refugiado político desde hace ocho años, pero que al Ministerio del Interior le ha molestado, por ser una «actuación desestabilizadora» que haya filmado una película crítica con Mahoma. Ahora, le han retirado los permisos de trabajo y residencia y amenazan con deportarlo a Pakisán, «un lugar donde opinar en determinados términos sobre Mahoma se castiga con la pena de muerte».
Concluye Espada:
Este es el momento procesal adecuado para recordar que Interior está dirigido por un militante en el integrismo católico, caído un buen día del caballo de Damasco, y que pregona que la Virgen de Fátima fue decisiva en la ruina del comunismo. Un hombre profundamente religioso. O sea, un hombre que, a diferencia de ateos como el que escribe, cree que todas las religiones son iguales y verdaderas y cuyo verdadero enemigo, no lo olvide usted, Firasat, no es el creyente sino el blasfemo. Uno, en fin, de estos peligrosos quintacolumnistas que están reduciendo la libertad en Occidente, el único lugar donde la libertad existe y donde debe ser defendida con leyes, con drones y cuerpo a cuerpo.
En la contraportada de Unidad Editorial, junto a las voluptuosas formas de una bailarina del vientre que se ha convertido en la principal opositora al presidente islamista de Egipto, nos encontramos con la columna de Raúl del Pozo. Tiene por título un provocador Dar por saco. Comienza con un lamento referido a internet, lo cual no es raro entre los periodistas del papel:
Vivimos el siglo de oro del insulto. Los bates de béisbol y los puños americanos de la Transición son ahora los mensajes en los blogs, en los periódicos on line o en las redes sociales. La ideología del odio se traslada a los ordenadores de millones de ciudadanos, una gran parte de ellos chusma de calumniadores al servicio de los partidos. Son las fuerzas de choque del marketing del rencor.
Pero no es una columna contra internet ni contra los exaltados que dejan sus insultos en blogs y periódicos digitales –cualquiera que lea los comentarios de este mismo periódico, o de cualquier otro digital, verá como hay mucho exaltado suelto que no parece tener mejor cosa que hacer que desahogarse aporreando un teclado–. También se refiere a otros que insultan a diestro y siniestro:
En la batalla de infamias yo creí que el, por ahora, frustrado intento de independencia de Cataluña iba a convertirse en una guerra de insultos. No ha sido así, a pesar de que Artur Mas culpa del envenenamiento del debate a la gente con mente enferma que calumnia. «No podemos erradicar la difamación». ¿Es difamación que se haya publicado la noticia de las cuentas en Suiza y en otros paraísos fiscales?
Concluye:
Tal vez tenga razón Mas cuando ha comentado que esta vez desde el Estado «van a saco». ¿Y qué esperaba? ¿Que lo trataran como un buen ciudadano? Entrar a saco es una derivación de saqueo, asalto y pillaje. En 1527 Roma despertó por última vez como la ciudad más rica del mundo cuando 25.000 mendigos con el santo y seña España dejaron al Pontífice sin tiara. Pero también entraron al saco y al botín los catalanes en Grecia al grito de «Aragó, Aragó y Sant Jordi».
En los dos saqueos se cortaron cabezas y en algunos países del Mediterráneo aún se dice como maldición: «Venganza catalana te alcance». No hablemos de saqueo. Si nosotros les damos por el saco, ellos nos dan pel saco. Dar por el saco es un eufemismo de dar por el culo, de ojalar. Lo que ocurre es que el saqueo ahora no se hace con espadas y cuchillos, sino con cuentas opacas.
En La Razón, César Vidal relata una conversación que mantuvo con uno de los afectados por el ERE en Telemadrid. El artículo se titula ¡Gracias, compañeros!
Me lo cuenta un trabajador de Telemadrid a la vez que realiza esfuerzos para no romper a llorar. «Es que le doy vueltas y no me lo puedo creer», me dice destrozado. «La dirección estaba dispuesta a darnos 34 días por año trabajado a los 850 trabajadores que hemos ido a la calle esta semana». «No está mal para los tiempos que corren…», apunto. «No. Nada mal, pero los de los sindicatos, como siempre, iban a lo suyo. Sólo querían mantener sus privilegios y sus trinques y sus enchufes y así la negociación se fue a hacer gárgaras. ¡Si únicamente hacían el bestia sin respetar los servicios mínimos!
Vidal relata más lamentos del trabajador contra los sindicatos, y además cuenta que trató de consolarlo diciéndole que al menos hay menos despidos. Su respuesta, dice que fue:
«¿Menos? ¡Todo lo contrario! Por culpa de esos mostrencos, hay cerca de cuatrocientas personas que van a la calle y que podrían haber conservado el empleo». Guardo silencio. El dato resulta escalofriante. «Y no acaba ahí todo», sigue, «es que además la empresa iba a recolocar a unos ciento cincuenta trabajadores en otros puestos de la Comunidad de Madrid y varias decenas se habrían prejubilado en unas condiciones extraordinarias». «¿Tampoco eso se ha podido salvar?», indago. «Pero ¿cómo se va a salvar si los sindicatos han hundido la empresa con los paros salvajes? La boca se les llenaba de televisión pública. ¡Pues ellos la han destruido!».
Termina:
«Los jefes de los sindicatos y los periodistas más sectarios y la gente como ellos han conservado su puesto. A la calle hemos ido los que siempre pagamos el pato de los enjuagues sindicales, los que sólo queremos trabajar y que no nos usen como tienen por costumbre… Mira es que le doy vueltas y… y me faltan las palabras para decir lo que pienso». Me callo. Es obvio que, tras este desastre que empuja a centenares a la miseria, quizá lo único que no se pueda decir jamás a los sindicatos es «¡Gracias, compañeros!».
Terminamos conABC, donde Ignacio Camacho escribe La cruz blanca, referido a las cuentas bancarias en Suiza.
De repente ha empezado a aparecer en los papeles una escogida pléyade de españoles que no viajaba a los Alpes sólo para esquiar en sus lujosas estaciones: desde cajeros del PP a miembros de la oligarquía nacionalista catalana. Bajo esas primeras ramas que asoman a la vista hay un enorme bosque fiduciario enterrado en la nieve a orillas del lago Leman.
Concluye:
Montoro, el ministro de la sonrisa sardónica, se frota las manos. Es un político pragmático, un socialdemócrata de derechas, y además está tieso de efectivo; necesita guita urgente, cash para tapar el agujero del déficit. A un pragmático tieso -lo demostró con la amnistía fiscal- no le interesa tanto la justicia como el dinero. Pero la lista Falciani [con el nombre de numerosos españoles con cuentas secretas en Suiza] tal vez esconda un arma de destrucción masiva de muchos megatones capaz de reventar el sistema dirigente español. Por eso el poder se anda con mucha cautela; en la era twitter, ese pen drive descifrado puede ser como la caja de Pandora.
Lo que queda claro es que en España hay políticos de altos vuelos, de esos que se hacen en aviones de Swiss Air con origen en Madrid o Barcelona.