La corrupción sigue marcando la actualidad informativa en España, y eso tiene su reflejo en los espacios de opinión de la prensa de papel del 23 de enero de 2013. El caso Bárcenas sigue siendo el asunto que manda, pero hay otros escándalos que también son tratados por algún columnista. Otros articulistas optan por hablar de la corrupción o de los partidos en general sin centrarse en algún chanchullo en concreto.
Antes de entrar en materia, querido lector, le contaremos además que el ladrillo del día nos lo ofrece El País con la firma de Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo –dado el correcto, que no brillante, modo de redactar tan sólo nos atrevemos a señalar que el texto va con el nombre de ambos. Que ellos hayan tenido algo que ver con su escritura es algo que no osamos entrar a valorar–. Se titula La verdad revelada o la falsa promesa. Como hemos hecho en otras ocasiones con artículos de algunos políticos, desde aquí le advertimos que si usted quiere perder su tiempo leyéndolo es exclusivamente su responsabilidad.
Pero entremos en materia y veamos unos cuantos artículos que, para bien o para mal, merecen la pena ser leídos. Arrancamos con Alfonso Merlos, que no rompe la ‘disciPPlina’ impuesta por Marhuenda para no criticar al PP por el caso Bárcenas desde La Razón. En una columna titulada La libertad tiene límites, muestra su entusiasmo con un Aznar que quiere llevar ante los tribunales a El País —Aznar demanda a ‘el País’ por atribuirle inventar el pago de sobresueldos en negro–.
Arranca el texto de forma contundente:
Se han terminado las bromas. La libertad de información y expresión goza de la máxima protección constitucional. Pero como todo derecho a ejercerla tiene sus límites.
Al margen del comentario de ‘las bromas’, no todos compartimos tan optimista visión de la libertad de expresión en España. Algunos, entre ellos este humilde lector de columnas, consideramos que son tales sus límites constitucionales que la situación real es de un preocupante déficit —España, déficit constitucional de libertad de expresión–.
Dice Merlos:
Es la propia ley de leyes la que tasa en su artículo 18 que todo ciudadano -también si ha sido expresidente del Gobierno, también si se apellida Aznar- tiene derecho a la salvaguarda de su imagen. Y eso es simplemente lo que busca una querella anunciada en tiempo y forma contra los que atribuyen al mejor mandatario que ha tenido la España democrática nada menos que ser el cerebro de un sistema de pagos irregulares cuando no de haberse beneficiado del mismo.
Concluye:
Para poner a cada uno en su sitio. Para que ni salga gratis ni pueda quedar impune una mancha generada por un irrefrenable torrente de calumnias. El poder, de otro lado, inviste a aquel que es capaz de transformar las palabras en hechos consumados. Y Aznar, en estado puro, marcando un antes y un después, vuelve a demostrar cómo y por qué entiende los sagrados engranajes poder.
Si Aznar está convencido de su inocencia tiene todo el derecho a defenderse, que haga las declaraciones que quiera poniendo verde a El País. La legislación incluso le ampara para presentar la demanda, pero algunos nunca aplaudiremos que se lleve a los tribunales a un periódico por algo así. Sea cual sea el medio y sea quien sea el demandante.
Saltamos ahora a ABC, donde Manuel Martín Ferrand escribe sobre los Nuevos servilones. No sea usted malpensado, querido lector, no se refiere a periodistas que se dedican a aplaudir a los políticos con los que se sienten identificados. Trata de algo más de fondo, del funcionamiento de los partidos y cómo este le aleja de los ciudadanos. Tras recordar que en el convulso siglo XIX español los ‘servilones’ eran los partidarios del absolutismo, añade:
Son servilones, en la nueva acepción que propongo, los militantes de los partidos políticos, independientemente de sus ideologías, que ocupan plaza en los órganos representativos -muchos, demasiados- que integran la estructura del Estado, desde el mínimo municipio rural al Congreso de los Diputados. Los culiparlantes que decíamos antes.
Dice de ellos que anteponen los intereses de sus partidos a cualquier «demanda social».
Es una democracia de mala calidad a la que nos hemos ido acostumbrando, en buena medida, adormecidos por el runruneo repetitivo y vano de los líderes y sus discursos huecos y en la inercia maligna de las dos Españas que ya no tienen razón de ser.
Concluye:
Pero España está viva, muy viva, aunque mal maquillada y peor vestida. El déficit se acerca al propuesto y la demanda en los mercados financieros internacionales cubre con creces la oferta del Tesoro que, según contó ayer Luis de Guindos, nunca en la historia había tenido tal volumen de sobredemanda. Además, en un castizo barrio capitalino, una revista minoritaria -Ilustración de Madrid- y castiza dirigida por un viejo periodista, Enrique de Aguinaga, presentaba su número 26 en el que escritores tan admirados como Javier Villán jugaban con la memoria de Benito Pérez Galdós y Antonio Rouco explicaba la devoción de La Almudena. Poliédrica. Esa es España, la que existe. La aparente es el tinglado de la nueva farsa. La oficial y dizque representativa es una ensoñación. Son los nuevos servilones.
Ignacio Camacho, por su parte, se centra en el intercambio de cuchilladas que se vive en el partido que gobierna España. Lo hace en Guerra de plantas.
Al ataque de pánico se ha sumado una crisis de recelo. El Partido Popular se ha convertido en un campo de minas en el que nadie se atreve a dar un paso. Sobre el temor viscoso al alcance de los manejos opacos de Bárcenas se ha comenzado a extender un clima de desconfianza mutua sobre el origen de las filtraciones, un ambiente de sobresaltos en el que no es difícil percibir trazos de una guerra de poder. El largo pulso soterrado entre la dirección nacional y la regional de Madrid, las plantas 1 y 7 del edificio acristalado de la calle Génova, flota entre sombras de ajustes de cuentas internos.
Tras contar que desde el ‘marianismo’ se acusa a Aguirre y los suyos de las filtraciones relativas a los sobres, analiza la actitud del registrador de la propiedad metido a gobernante:
En medio de esa agitación casi histérica Rajoy ha optado por afianzarse en lo que más que su estilo es su estrategia. Aguantar, esperar, ganar tiempo. Mientras el asunto de los sueldos en B sea sólo una amenaza fantasma, una acusación genérica sin nombres propios, cree tener margen para recuperar una cierta iniciativa y, sobre todo, una mínima calma.
Dice también:
Su confianza pasiva en Bárcenas le ha provocado el mayor problema de su mandato, una crisis de credibilidad que afecta a la honradez corporativa, y será difícil que no aprenda la lección. Ahora no es sólo el líder de una organización sino el jefe del Gobierno de un país en peligro de fractura social, territorial y financiera. No se puede permitir titubeos.
Concluye:
El Bárcenas tesorero es un problemón pero el Bárcenas «Luis el Cabrón» puede constituir una bomba en los cimientos de un partido que, de ser ciertos los indicios, tenía al frente de sus dineros a una especie de contable de los Soprano.
En El Mundo encontramos varios artículos dignos de ser reseñados. Lamentamos decir que uno de ellos no es el de nuestro muy apreciado Manuel Jabois, al que le entra una melancolía impropia de su edad y se pone a recordar La última nevada.
Santiago González debió de disfrutar, se le nota, cuando escribió Amy y la negritud, dedicado a la escritora fantasma –por supuestamente inexistente, no por el hecho de que ‘ghost writer’ sea la expresión en inglés equivalente al ‘negro’ literario en español– de la Fundación Ideas —La fundación socialista IDEAS para 3.000 euros por artículo a una ‘fantasmal’ escritora–. Arranca ya con cierto cachondeo:
La negritud no es ya en tiempos de Obama el movimiento abanderado por el presidente senegalés Leopold Sédar Senghor, el primer negro en la Academia Francesa que tanto cautivó a Alfonso Guerra. Hoy quiero hablar del negro, del escritor que presta su mano (la mano que mece la pluma) a propósitos ajenos, aceptando cambiar la gloria posible por un poco de pasta cierta.
Tras recordar un episodio de falsas identidades literarias durante el franquismo, sigue con su tono jocoso:
Hay una novela en esa historia, pensé, y he vuelto a acordarme de ello al tener noticia de Amy Martin, la misteriosa columnista estrella de la Fundación Ideas. «Una mujer que es una estepa sola», escribió Miguel Hernández de ‘Pasionaria’. Eran otros tiempos.
Tras recordar que la tal Amy es una marca registrada de una empresa administrada por la mujer del director de la Fundación Ideas, ironiza:
Luego dirá el PP que la izquierda trata de socavar los valores familiares. Ahí están para desmentirlo los generosos pagos de la fundación a la traductora Valenciano. «Es legal y es moral», como dijo la portavoz socialista en el Congreso. «Nosotros no tenemos dinero negro», ha dicho Rubalcaba, que es el presidente del invento. Lo que tenemos es una negra que nos cuesta buen dinero. Negra o afroamericana, como gusten.
Concluye:
Ella escribe artículos que luego son publicados en la web de la Fundación Ideas y, ocasionalmente, en la web de Público. Me pregunto qué sentirán los columnistas del periódico que pudo ser y no fue cuando sepan que el agente literario de la razón Amy Martin facturó 8.880,33 euros por cuatro artículos suyos y comparen. Cobra por el texto y cobra por la versión en inglés. Nadie podrá decir que las facturas no detallan el trabajo realizado. Cada golpe de tecla en castellano son 0,16 euros; en inglés, 0,10. A menudo, ¡oh, prodigio!, el artículo en castellano tiene los mismos caracteres que su versión inglesa, un imposible radical. Un ejemplo: El cine como síntoma de desarrollo. La industria cinematográfica de Nigeria. Y Cinema as a symptom of development. Nigerian Film Industry. Ambos tienen 6.876 caracteres.
El título en castellano le ha costado 75 pulsaciones. En inglés, 58, no les digo más.
CUANDO POLÍTICOS Y PERIDISTAS COMPARTÍAN CAMA
Carmen Rigalt escribe Del desencanto a la cólera, artículo en que trata las relaciones entre políticos y periodistas.
Tras confesar que ha tenido alguna relación, pero poca, con políticos, relata:
Infinidad de veces se ha contado con cierto énfasis épico que durante la Transición, la dichosa Transición, políticos y periodistas fueron inseparables compañeros de viaje, cuando no de cama, y juntos compusieron suculentas páginas de la Historia de España. Era la conquista de la libertad y hasta los aspectos más prosaicos tenían un aire luminoso. Si la crónica de la Transición la hubieran escrito las periodistas que amaron a los políticos, hoy tendríamos muchas claves que nos ayudarían a descifrar mejor el presente.
Ella, nos dice, no estaba en aquello.
Tras recordar que los políticos de la Transición le parecían honestos, añade:
Hoy, la política ya no está revestida de aquella dignidad inicial, cuando los hombres y mujeres que se dedicaban a ella eran admirados como misioneros. El romanticismo de la libertad duró lo que duró. Luego vino el dinero fácil y muchos corrieron como ratas.
Concluye:
La palabra desencanto fue el primer síntoma de contrariedad al final de la primera legislatura socialista. Era una expresión tocada con cierto halo de tristeza: demasiado elegante, demasiado benévola. Ahora la tristeza se ha vuelto cólera. Cuadra más con la nueva situación.
Corruptos somos todos. Los años que vivimos peligrosamente causaron grandes destrozos morales. La euforia del 92 nos puso al borde del abismo; necesitaremos otra vida para sacudirnos las miserias y recobrar un gramo de romanticismo.
Desconocemos si en tiempos de ‘Cuéntame…’ los políticos eran honestos. Sí sabemos que muchos no lo son hoy en día.