Antes de comenzar a leer las columnas de la prensa de papel este 24 de enero de 2013 nos preguntábamos qué cuestión sería la más tratada: la corrupción o la declaración soberanista del Parlamento catalán. Comparten protagonismo.
A este humilde lector de columnas le ha salido su vena malvada y ha pensado que posiblemente esto haya molestado en CiU y ERC, que seguramente querrían haber sido los protagonistas absolutos. Y, por qué no, también habrá supuesto un disgusto para los jefazos de Génova y Ferraz, que hubieran preferido que al menos por un día no se hablara de los tristemente ‘sobrecogedores’ y de la Fundación Ideas.
Empezamos con La Vanguardia. En el periódico del Conde de Godo y Grande de España manda la euforia con la declaración soberanista. Tan acostumbrados están los columnistas de ese diario a silenciar las corruptelas que no osan ni a hablar de las que no afectan a los partidos catalanes. Tan sólo Fernando Ónega, gallego afincado en Madrid, entra en esta cuestión con un artículo titulado El castigo social. No esperemos, eso sí, ninguna referencia a altos vuelos en Swiss Air con origen en El Prat o referencias a Pallerols o Palaus. Para nada, los únicos partidos que se citan son el PP y el PSOE, como si el nacionalismo fuera impoluto.
No es que diga nada original o nuevo Ónega, tal vez lo más destacado es el párrafo final:
Y así van: trampeando. Vendrá otra corrupción y tapará esta. No se han dado cuenta de que el nivel de cabreo del país sólo se calma con algún escarmiento. La única que se salva es Esperanza Aguirre, que al menos tiene el genio de decir «caiga quien caiga». Que es lo que está pidiendo este país: que alguien pague algún plato roto de una puñetera vez.
Como decíamos, es la declaración del Parlament lo que ha alegrado a las musas de la mayor parte de los columnistas del diario del Conde de Godó y Grande España. Se nota especialmente contenta a Pilar Rahola, que titula con un muy estadounidense «We the people». Arranca:
Los descreídos dirán que es una declaración solemne pero simbólica, sin ningún valor jurídico. Los contrarios dirán que es una pérdida de tiempo, porque la legalidad no contempla hacer efectiva la declaración. Y los más aguerridos del bloque del no asegurarán que el Parlament se sitúa fuera de la legalidad. Y probablemente todos tendrán razón.
Pero todo lo anterior le da igual:
Y, sin embargo, con todas estas razones, ninguna tiene el peso de la única razón que puede cambiar el destino de un pueblo: su propia voluntad. Como dicen las primeras palabras de la Constitución norteamericana, que Obama acaba de citar varias veces en su address presidencial, «We, the people». «Nosotros, el pueblo», esa es la única realidad jurídica y política que puede definir a una nación. La cuestión, por tanto, no se sitúa en la legalidad o no del derecho del Parlament de Catalunya a proclamarse soberano.
Olvida, o prefiere olvidar, la columnista que si una institución considera que, en democracia, está justificado que la Ley le coarte en sus actuaciones ante el Estado, puede considerar igual de legítimo no someterse al imperio de la ley en sus relaciones con los ciudadanos. Y ahí se abre un peligro cierto para la libertad de todas las personas.
Concluye:
Por ello es importante la declaración del Parlament, porque apela a esa larga historia de siglos, porque dribla cualquier situación legal y porque recuerda que la legalidad de las naciones se sustenta en la voluntad de sus pueblos. «We, the people», nosotros, el pueblo catalán, gentes que hemos creado una identidad colectiva a lo largo de una densa historia, somos quienes debemos ser preguntados. Y si la legalidad de un Estado niega ese derecho fundamental, el problema lo tiene el Estado. Porque será legal, pero no es legítimo.
Dijo Abraham Lincoln: «Ningún hombre es lo bastante bueno para gobernar a otro sin su consentimiento». Tampoco puede hacerlo una nación sobre otra.
En fin, uno pensaba que quienes eligen a los gobernantes son los ciudadanos, incluidos los catalanes, no las naciones. Con independencia de que se considere o no que Cataluña lo es, claro está.
Tomamos el puente aéreo y aterrizamos en El Mundo. Como aperitivo, este humilde lector de columnas recomienda leer el divertido artículo sobre la Misteriosa Amy que nos ofrece Manuel Jabois. Y, como platos fuertes, otros dos. Raúl del Pozo, por seguir con la declaración soberanista de marras, firma Cataluña: ópera bufa:
El Parlament aprobaba (por 85 a 41) la declaración soberanista y no se abrieron los cielos, entre otras cosas porque el derecho de autodeterminación de Cataluña no existe, es un desvarío de los nacionalistas. Para lograr la independencia es necesaria una insurrección pisoteando las leyes, no burlándolas. Se quedaron tan corridos y en ridículo que Pujol II, el delfín de Andorra, dijo minutos antes de la votación que el texto no era más que una declaración política, no una hoja de ruta ni una declaración de independencia.
Del presidente catalán dice:
Ayer vi a Mas solo en su delirio personal, que ha acabado en una propuesta fallida y una nueva frustración para los catalanes. Interpretó su papel de antihéroe en un proscenio de madera clara, al lado de una botella de agua mineral. Su intervención podría haber resultado sublime para los partidarios de la independencia pero quedó ridícula, provinciana y cercana a la cursilería. Fue una ópera bufa de sobreactuación y declamaciones vulgares. Mas ha vivido unos meses de gloria en la calle pero acabó en una función mediocre, de bulevar, escenificada en un Parlament inspirado en la ópera de París.
Concluye con una referencia al PSC y a CiU:
Los socialistas, de pronto, han recordado que la patria es el mundo y el patriotismo el último refugio de los evasores fiscales, y han dejado solos a los separatistas provocando un divorcio entre Convergència y Unió después de 35 años de matrimonio cristiano con separación de bienes en paraísos fiscales.
Aunque también habla de Cataluña, Salvador Sostres trata otra cuestión. Escribe un artículo en defensa de Javier de la Rosa. Comienza con una confesión de parte:
Me cae bien Javier de la Rosa y es un honor ser su amigo.
Añade:
Ahora está de moda ponerle de ejemplo de lo peor, pero los que le desprecian no son ni remotamente capaces de su generosidad.
Más bien lo contrario: los dos periódicos más importantes de Barcelona, El Periódico y La Vanguardia, que ayer de un modo más abyecto procedieron a su linchamiento, son los que más dinero han recibido de él, tanto sus empresas como sus editores personalmente.
Justifica los chanchulleos de De la Rosa con el partido de Pujol y Mas:
Si De la Rosa financió en su momento a Convergència fue porque hubo un tiempo en el que en Cataluña no se podía trabajar sin pagar la mordida.
También «la familia» le atracó durante la construcción de Port Aventura. Un íntimo colaborador de Pujol le llamó pidiéndole 1.000 millones de pesetas. Pujol le dijo que no hiciera caso de la llamada hasta que al cabo de unos días, cuando supo que quien estaba detrás del escandaloso atraco era su hijo mayor, le pidió por favor que pagara.
Concluye:
De la Rosa se jugó su dinero para construir Port Aventura y la clínica Teknon, para reflotar el Tibidabo, para salvar de la quiebra a la química Cros, y para traer a Barcelona las sedes sociales de empresas tan importantes como Explosivos Río Tinto o Grupo Ebro, la mayor azucarera de Europa. De la Rosa fue el último empresario catalán, el último que arriesgó su capital. Ahora, los que tanto se proclaman «sociedad civil catalana», son cuatro fantoches avaros y arruinados. Javier Godó, el primero. El conde más deficitario de la Historia de España.
Javier de la Rosa cayó en el exceso de quien se cree impune, pero dejó el mundo mejor de lo que estaba y eso es mucho más de lo que pueden decir los que le insultan y difaman.
Pasamos a ABC. Aquí nos quedamos con una artículo sobre el nacionalismo catalán y otro sobre el caso Bárcenas. El primero de ellos, titulado Yonkis de la queja corre a cargo de Ignacio Camacho:
SI España no cumple el déficit, la culpa la tiene el Gobierno. Si Cataluña no cumple el déficit, la culpa también la tiene el Gobierno de España. Esa es la tesis esencial de un nacionalismo que consiste en culpar de los males propios a los demás porque la ficción del pueblo cautivo necesita el complemento de un chivo expiatorio. El gran fracaso de las autonomías no ha sido su quiebra por derroche sino la imposibilidad de evitar que el autogobierno acabase con la coartada del victimismo.
Sobre el nacionalismo catalán, dice:
Una Cataluña independiente encontraría en el pasado reciente o remoto el argumento exculpatorio para seguir depositando sobre España el peso de un presunto débito histórico. El punto de partida de la reclamación identitaria está siempre en la exigencia de quedarse con lo propio y repartir lo ajeno. Lo mío es mío y lo tuyo, de los dos.
Por eso la llamada «transición nacional», que Artur Mas y sus socios declararon iniciada ayer con su estéril declaración sobre el derecho a decidir -¿a decidir qué?-, no representa más que una formulación relativamente distinta de la misma matraca de siempre. Hasta ocho veces se ha pronunciado el Parlamento catalán a favor de una autodeterminación unilateral que no le reconoce la razón jurídica. Esta vez han introducido el concepto de sujeto soberano para arrogarse un derecho que no les corresponde, estrategia clásica de la mentalidad victimista: se trata de inventarse una presunción de legitimidad para luego declararla atropellada. De convertir una pulsión sentimental o emotiva en fundamento de una falsa facultad política.
Concluye:
Lo que les importa es la cantinela solipsista porque viven colgados de una perpetua reivindicación como yonkis de la queja.
Mayte Alcaraz, por su parte, publica La «X» de Bárcenas. Dice:
Un tufo de desconfianza mutua invade cada rincón de Génova 13. En el entorno de Rajoy ya nadie sabe si pesa más el miedo a los efectos que, sobre la opinión pública, pueda tener la autopsia que se le va a practicar a las cuentas del PP o llegar a la «x» de Bárcenas tras la que se esconde el filtrador que polinizó la irritación ciudadana contra su clase política con la tierra prometida de desvelar la identidad de un puñado de prohombres vendidos a un sobre de dinero negro.
Destaca algo que muchos parecen pasar por alto, todavía no se conoce la identidad de ningún ‘sobrecogedor’:
Porque la fuente que todo lo filtra parece haberse quedado sin agua y los sobres siguen sin el membrete de algún cargo despechado que quiera dar un paso al frente. Esperamos todos que no tarden en levantar la mano.
Se pregunta por qué ha salido a la luz todo esta asunto y no antes:
Los ciudadanos queremos saber de dónde salió el dinero, si su origen es irregular, si proviene de comisiones, si algún dirigente político se benefició de una contabilidad B pero también por qué el sobrevenido justiciero que lo ha divulgado, emboscado tras otra «x» sin despejar, no lo hizo durante los largos lustros en los que la tela de araña fue, parece, atrapando a tantos corruptos ante los ojos miopes de, entre otros, quien lo denuncia anónimamente hoy.
Concluye:
El estado de nervios en que vive la sociedad española por culpa de los manejos opacos de algunos de sus representantes públicos requiere más certezas que las que desprende una confidencia de café. Aunque el café tenga muy mala leche.
Terminamos este ‘Afilando columnas’ con un artículo de Fernando Díaz Villanueva en La Gaceta. No tiene nada ver con los asuntos que tratan otros columnistas, y se titula ‘Lenin en Hacienda’. Arranca recordando una cita del primer dictador soviético:
Decía Lenin que «la contabilidad y el control constituyen la principal misión económica de todo soviet de diputados obreros, soldados y campesinos, de toda la sociedad de consumo, de todo sindicato o comité de abastecimiento, de todo comité de fábrica, de todo órgano de control obrero». Resumiendo, que la contabilidad lo era todo.
Sostiene:
Aquí, en España, la contabilidad leninista, «prestada con entusiasmo revolucionario» para controlar a «los ricos, los vividores, los parásitos y los hampones» funciona mejor que en los tiempos de la Revolución rusa. Se extrae hasta la última gota a los que producen algo, para luego emplear ese torrente de dinero en «salvar a Rusia y salvar la causa del socialismo». Quien dice Rusia dice el Estado español, y quien dice socialismo dice socialismo, que esto último no ha cambiado, se ha perfeccionado hasta límites que hubiesen asustado al mismísimo Lenin.
Ahí tenemos a Montoro, más conocido en la calle como «el hombre del saco» que, entre la calva, las orejas de soplillo y el careto alargado cada día se parece más a Lenin. Físicamente quiero decir, en lo otro es casi peor que Lenin.
Ofrece datos para justificar su argumento:
¿Le parece exagerado? Pues no le parecerá tanto si le digo que España es el país de la OCDE que más ha subido los impuestos en los últimos 30 años. La presión fiscal se ha duplicado desde 1975. ¿A cambio de qué? A cambio de contar con una de las redes clientelares más densas del mundo.
Concluye:
Sin contabilidad leninista, es decir, sin expolio sistemático por parte de una clase política elefantiásica e hiperlegitimada no existe la corrupción. Por una razón simple: sin dinero no hay clase política o esta es tan pequeña que no constituye una amenaza. Eliminar el politiqueo y sus necesarias requisas fiscales es quizá el mejor pacto anticorrupción posible.