Ni el anuncio de la renuncia de Benedicto XVI consigue expulsar de los espacios de opinión de la prensa de papel la corrupción política. Por supuesto, la actualidad papal acapara gran parte de los artículos, sobre todo en ABC y La Razón, pero este humilde lector de columnas centra su repaso de las columnas del 12 de febrero de 2013 en aquellas que tratan sobre cuestiones en las que el Espíritu Santo tiene mucho menos que ver.
Hay quien se lanza desde El País a hacer quinielas sobre quién caerá del Gobierno en fechas próximas y quienes optan por mostrar su enfado porque se considere un ejemplo a seguir el de la ministra alemana que dimite por haber cometido plagio hace treinta años. No falta un antaño director de periódicos que quiere dejar claro que sólo quiere que se saque a Rajoy de Génova, pero desea su continuidad en La Moncloa.
Comenzamos con El País, donde Miguel Ángel Aguilar publica Estado de la nación y el acontecimiento. Dice del debate sobre el estado de la Nación –resulta llamativo que en el texto ‘Nación’ está escrito con mayúscula inicial mientras que en el título aparece en minúscula–:
Todo parecía indicar que el foco estaría centrado en la corrupción, pero en ayuda de Mariano Rajoy se ha movilizado el Papa Benedicto XVI con su renuncia al solio pontificio, que será formalizada el 28 de febrero en una ceremonia sin precedentes desde hace seis siglos. Así que la atención sobre el caso Gürtel-Bárcenas quedará desplazada por los preparativos del cónclave, donde habrá de ser elegido el sucesor.
Aguilar predice que Rajoy, «si esa fuera su pretensión», hará coincidir con el debate una remodelación del Gobierno:
Semejante empresa puede llevarse a cabo mediante la sustitución de quienes, instalados ya dentro de la unidad de quemados de La Moncloa, ofrecen un diagnóstico más desfavorable, o también abordando un cambio de mayor amplitud que diera idea de un impulso político más ambicioso. En el primer caso, todo se limitaría a reemplazar a la ministra de Sanidad, Ana Mato, que nunca debió ser nombrada para esa ni para ninguna otra cartera, porque nada se ha descubierto ahora que no fuera de general conocimiento ni en cuanto a vehículos, ni en cuanto a fiestas, viajes y confetis.
Pero el columnista cree que Rajoy irá más allá:
Todo indica que Mariano Rajoy envolverá su salida con otras adicionales que podrían ser las de los titulares de Hacienda, Cristóbal Montoro; Empleo, Fátima Báñez; y Educación, José Ignacio Wert. Otro candidato que se ha ganado limpiamente la destitución es el de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón.
Como casi segura incorporación tan sólo da un nombre: Javier Arenas.
Sin embargo, para el de El País, lo de menos son los cambios en el Ejecutivo:
Parece que ahora todo se juega en la continuidad o en la remoción de Pedro Arriola, erigido en consejero áulico en los tiempos difíciles de la travesía del desierto. Queda también por despejar el frente del partido, donde Luís Bárcenas -que no pasaba de ser un testaferro, un fiduciario, con manejo en cuentas millonarias- puede terminar como único titular de las mismas, una vez que el terror se ha apoderado de los dirigentes de Génova para gritar a coro que nada tienen que ver.
Pasamos ahora a ABC, donde nos quedamos con dos artículos con tonos muy diferentes. Juan Carlos Girauta se muestra muy crítico con el partido en el Gobierno. Lo hace en Aguirre y el PP:
¿Qué pueden afearle a Esperanza Aguirre sus compañeros? No creo que pensaran en ella como fuente de ‘El País’ cuando ese diario reveló los entresijos del último comité de dirección madrileño. Habría que ignorarlo todo sobre las relaciones de Prisa con la ex presidenta, los linchamientos y bulos, la sistemática presentación de una liberal como siniestra representante de la derecha extrema o del ‘cristianofascismo’, según vertió Haro Tecglen. Un hombre que escribió «sin solución de continuidad a favor de los totalitarismos más nefastos de la historia del siglo XX», como bien recordó la afectada.
Sobre las palabras que se atribuye a la presidenta en el encuentro de la dirección del PP madrileño, dice:
Esperanza Aguirre habría lamentado la falta de energía de Cospedal al enfrentarse al llamado «caso Bárcenas» (factoide que habría que ir rebautizando como «caso El País»). Pues sí, faltó energía y sobró el «no me consta» inicial. Y unas cuantas querellas prontas, empezando por Bárcenas, habrían evitado no pocos disgustos al PP. Admitamos lo inapropiado de que un cargo de partido haga esa reflexión en público. Pero la reunión, repito, era a puerta cerrada.
Tras recordar que Aguirre habría dicho que ella habría destituido a Ana Mato y que no le ha gustado la gestión de Botella en la tragedia del Madrid Arena, concluye:
El problema del PP no es Aguirre, su voz más firme por la regeneración, sino la manía de ver conspiraciones en la crítica interna.
Muy distinta es la columna de Edurne Uriarte, siempre presta a defender al PP en particular pero a la clase política en general, en el diario madrileño de Vocento. Se llama La ministra plagiaria. Sostiene de los españoles:
Un país que elogia a una plagiaria y la utiliza como ejemplo de coherencia política tiene que hacérselo mirar. Pues eso es lo ocurrido con la dimisión de Annette Shavan, ministra de Educación de Angela Merkel, que ha suscitado numerosos elogios entre nosotros y, aún peor, ha sido valorada como ejemplo de lo que se debería hacer en la política española.
Proclama que la alemana se ha visto obligada a dimitir «nada menos que por el mayor delito de la creación intelectual, el plagio». Algo, por lo que se ve, que a Uriarte le resulta mucho más grave que la corrupción generalizada, que de los ERE a las Amy Martin socialista a los Gürtel ‘populares’ pasando por las ITV y Paluas de CiU, plaga la actualidad política española –que no se entienda que este humilde lector de columnas quiere mininizar la gravedad de algo tan feo y deshonesto como el plagio, pero hasta en las conductas reprobables hay gradaciones–. Y hay algo que indigna todavía más a la catedrática medita a columnista y a comentarista de una televisión pública cuando era pareja de un ministro:
Y con la guinda del cinismo con eso de que primero es el país, después, el partido, y después, ella misma, como si una plagiaria merecedora del menosprecio público estuviera en condiciones de presumir de sacrificios por la patria. Y, por si faltara algo, con las lamentables palabras de aliento y admiración de Angela Merkel el día de su marcha.
Será por palabras de aliento y admiración. En España estamos acostumbrados a oirlas cuando dirigentes políticos se las dedican a sospechosos de corrupción que casi nunca dimiten.
Añade:
Entre las falsas comparaciones, la peor es la que presupone una crisis de la imagen de los políticos propia exclusivamente de España, cuando se trata de un problema generalizado de todas las democracias.
‘Mal de muchos, consuelo de tonto’, solíamos oír algunos en nuestra infancia.
Y la traca final:
Y aún son peores algunas de las propuestas populistas para la regeneración democrática. ¿Impedir las donaciones de las empresas a los partidos? Cuando el problema es precisamente la rigidez del sistema de financiación. ¿Listas abiertas? Cuando las del Senado no han dado solución alternativa alguna. ¿Mayor proporcionalidad del sistema electoral? Cuando eso llevaría, entre otras cosas, a la cuasi desaparición de la representación de algunas provincias. ¿Obligar a la democracia directa en los partidos? Cuando eso invalidaría la democracia indirecta propia del mismísimo sistema democrático.
España necesita nuevas medidas para combatir la corrupción. Pero no precisamente esta explosión de propuestas populistas que nos invaden últimamente. A no ser, claro está, que queramos dejar el país en manos de minorías radicales, o de oportunistas, o de vendedores de crecepelos.
Queda claro cuál es la solución de Edurne Uriarte: que todo siga igual. La culpa es de los españoles por querer que las cosas mejoren.
Y si Edurne Uriarte ha perpetrado una defensa encendida de la clase política española, el artículo ‘disciPPlinado’ del día viene, una vez más, de La Razón. En esta ocasión su autor es Javier González Ferrari y lleva por título Un globo, dos globos, tres globos. Arranca con una firme defensa de la ministra sobre la que cae, una vez más, la sospecha de corrupción. Como continuidad del título, comienza:
Por lo visto no fueron muchos más los que llegaron a casa de la hoy ministra de Sanidad, Ana Mato, para la fiesta de cumpleaños de uno de sus hijos. Es igual, la ministra ya tiene la condena de lo que Felipe González, con una expresión que hizo fortuna, definió como «la opinión publicada».
Tras recordar algunos de los innumerables escándalos del felipismo, vuelve a defender a Mato:
Da exactamente igual que se haya demostrado que los 7.000 euros de confetis no se soltaron en el cumpleaños de marras, sino en plena Puerta del Sol y para celebrar que el Getafe había subido a primera división de la liga de las estrellas.
Pero ya se sabe que algunos siguen practicando aquello de no permitir que la verdad les estropee un buen titular.
Concluye:
No sé si al final el gran globo de los papeles de Luis Bárcenas, cuyos originales nadie ha visto, terminará por desinflarse, pero la irrupción del ex juez condenado en firme por el Tribunal Supremo por prevaricador y su apoyo a quien parece haber filtrado los papeles apócrifos de los presuntos sobresueldos, puede ser todo un síntoma de que quienes han unido su suerte a esos papeles, es decir los socialistas y los que llevan años practicando el «fuego amigo», empiezan a recurrir a los últimos cartuchos. Lo mismo con el reciente temporal la pólvora esta mojada.
Terminamos en El Mundo, donde Luis María Anson publica Luces y sombras de Mariano Rajoy. Es una artículo que parece una aclaración de aquel en el que proponía a Aznar como sustituto de Rajoy en Génova. El antaño lector de columnas quiere dejar claro que sólo quiere que el registrador de la propiedad medito a gobernante deje de liderar el PP, pero desea su continuidad en La Moncloa.
Tras contar la anécdota de una conversación entre Rubalcaba y Rajoy referida a la poca claridad del presidente del Gobierno, lanza una puya a Pedro Arriola:
Para la eminencia gris del PP, Mariano Rajoy debe permanecer en ninguna parte. Y no decir nada, callarse como un puta.
Señala que «Rubalcaba ha descuartizado la abulia marianita. Con su oscura mano izquierda, ha preparado un 11-M sin violencia pero con centenares de posibles cadáveres políticos». Después dedica nada más ni nada menos que 1.295 espacios a criticar la gestión de Rajoy en una gran cantidad de aspectos de la política interior, desde la reforma laboral a la falta de firmeza ante Mas y Junqueras, pasando por TVE. Concluye su listado negativo:
Muchas son las sombras que entenebrecen la gestión marianita porque la política de la suficiencia, el desdén y el verlas venir tiene sus límites. Como también, el desprecio por los medios de comunicación y por los profesionales que los pilotan.
Después llega el elogio. Frente a los 1.295 caracteres dedicados a la crítica, tan sólo 774 con argumentos positivos, y todos centrados en la política exterior o, mejor dicho, europea:
Resistió Mariano Rajoy todos los acosos internos y externos, se entendió con Hollande y Monti, desafió la prepotencia de Angela Merkel, aguantó la crecida abrumadora de la prima de riesgo, pagó intereses de usura, pero salvó al pueblo español del zarandeo de los tiburones internacionales y permitió que viéramos las luces al final del túnel de la crisis económica.
A pesar de lo desequilibrado entre lo negativo y lo positivo, el antaño director de periódicos quiere que Rajoy se mantenga en La Moncloa:
Ante la dimisión coreada por el PSOE y la extrema izquierda, lo positivo es, tal y como están las cosas, que Rajoy permanezca y que se dedique íntegramente a la gestión gubernamental, dejando la del Partido Popular en manos expertas, que podrían ser las de José María Aznar, el único dirigente con autoridad personal para limpiar la podredumbre y enderezar el rumbo de la nave popular.
Las últimas palabras siembran, eso sí, una duda. Una vez enderezado el rumbo del PP por Aznar, ¿quién cree Anson que debería asir el timón de Moncloa?