La noticia de la renuncia de Benedicto XVI inundó desde el mediodía de ayer todas las redacciones de todo el mundo -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
En España, algunos hicimos la machada de sacar una edición extraordinaria, vespertina, para contar la noticia: enhorabuena a los chicos de LA GACETA, que sacaron un periódico en cuatro horas. Otros se limitaron a colgar contenidos especiales en sus webs.
Donde más carnaza había para cortar era, naturalmente, en la orilla izquierda, que lleva años intentando derribar al Papa como sea… y al final se ha marchado él solito, para decepción de quienes no han cesado de arrojar sobre los anchos hombros de Ratzinger todo género de porquería. Pero vayamos por partes.
Empecemos por El País, casa madre de la “teología alternativa” –lo cual ya da una idea de en qué consiste esa teología–. El amigo Juan Arias, teólogo progresista de la Gregoriana, largo tiempo corresponsal de Prisa en Roma (ahora está en Río de Janeiro), primer director de Babelia y autor de El Dios en quien no creo (ficha completita, ¿eh?), se lanza sobre la presa como mosca sobre la miel: “Los lobos han ganado la partida, pero su renuncia, meditada para evitar un segundo calvario en directo como el vivido con la interminable agonía de Wojtyla, sitúa a Joseph Ratzinger como un pastor derrotado y coherente que, harto de luchar, se retira a la clausura antes de ser devorado por los buitres”.
O sea, a ver si lo hemos entendido: en Roma hay una gente muy mala y muy corrupta que son, por supuesto, los “ultras”, o sea, Legionarios y Opus. El Papa Ratzinger, al que antes Arias consideraba otro “ultra”, se ha dedicado a perseguir ultras, los cuales ahora consiguen echarle, para desdicha de los progres… que antes insultaban a Ratzinger. ¿Usted lo entiende? Yo tampoco.
No encontraremos más claridad si acudimos a otra de las fuentes doctrinales de El País, el teólogo (de sí mismo) Juan José Tamayo, que piensa que Benedicto XVI no era progre, sino muy ultra: “Este Papa –escribe– ha sido el gran Inquisidor de la fe cristiana, no ha sido abierto y tolerante, como un teólogo de formación debería haber sido”. O sea, abierto y tolerante como el propio Tamayo, ¿verdad? Hay gente que lleva muy mal el no haber sido nombrado cardenal.
No busque usted respuestas en la prensa de izquierdas, que unánimemente repite el mismo esquema: a ellos les habría gustado que Benedicto XVI fuera un papa facha y reaccionario, amparador de todo género de corrupciones y, más aún, que su nombre hubiera salido en los papeles de Bárcenas. En vez de eso, les ha salido un señor tan conservador y ortodoxo en lo litúrgico como inteligente y profundo en lo doctrinal y, sobre todo, recto y justo en lo terrenal, y eso la izquierda no lo puede entender.
En Elplural, el singular Enric Sopena intenta una explicación: Ratzinger primero fue progresista, pero luego se hizo reaccionario para dirigir la “policía ideológica del Vaticano”. Ah, claro: será eso. Dice Sopena que “El tiempo de Benedicto XVI ha sido tormentoso. Los encontronazos internos han estallado con gran tremendismo y han sucedido episodios que han contribuido a hundir más y más a la barca de Jesús de Nazaret.
He aquí la situación de la Iglesia católica: obsesionada por el sexo, los homosexuales, las familias no tradicionales, la renuncia a la doctrina social de algunos pocos papas, el odio a los condones y, de manera permanente, el desprecio a los partidos de la izquierda”. Hombre, no sé yo si a lo mejor tendría que haber incluido algunas otras “obsesiones”: la libertad ideológica en la enseñanza, la censura de los excesos del capitalismo, la defensa de los derechos humanos y de la dignidad de la vida… ¿No? Más que nada para que el cuadro parezca algo más objetivo.
Por cierto que Sopena termina su artículo así: “Escrito en El Quijote: ‘Con la Iglesia hemos topado’”. No, Enric, vamos a ver si leemos El Quijote: lo que Cervantes escribió fue “con la iglesia hemos dado”, y no porque se encontrara con un cardenal, sino porque Sancho y don Alonso, en su periplo, daban en efecto con una iglesia. Y como eso, todo lo demás.
A propósito de los “partidos de izquierda”, esos que, según Sopena, sufren en silencio el desprecio de la Iglesia, ayer mismo Elena Valenciano, la mueca del PSOE, se permitía una bromita sobre la renuncia de Benedicto XVI. Estas son sus palabras: “En fin, respetamos la dimisión del Papa, si quieren una repuesta, es que no hay una posición política sobre la dimisión del Papa, no está en nuestro programa. Respetamos profundamente la dimisión del Papa, aunque no es la que pedíamos… Esto es una broma”.
Pues qué gracia, ¿no? Vamos ahora a la orilla derecha, porque el Gobierno español, por boca de su ministro de Exteriores, García-Margallo, expresaba su “respeto absoluto” por la decisión del Papa. Bonita fórmula: “Respeto absoluto”. ¿Y bien? ¿Se imagina alguien al Gobierno español diciendo que no respeta la decisión del Papa? En realidad lo interesante no es tanto la frase como la boca: porque el Gobierno del PP ha ido a elegir como portavoz al ministro de Exteriores, lo cual es tanto como hacer ver que la Iglesia, para el Gabinete Rajoy, es un Estado extranjero. ¿Y no lo es? No: la Iglesia es la Iglesia. El estado extranjero es el Vaticano.
Y ya es significativo que el Gobierno español haya acentuado lo segundo por encima de lo primero. Vamos ahora a uno que no ha mostrado “respeto absoluto”: Salvador Sostres, en El Mundo. Dice así el lenguaraz sobre la renuncia de Benedicto XVI: “Su renuncia es coherente con su carácter cerebral y reflexivo, ¿pero es esto lo que realmente esperamos de un Santo Padre? Juan Pablo II nos iluminó con su modo de morir, con su compasión entendida como una exigencia consigo mismo para poderlo dar todo, hasta el último suspiro, a los demás. Ratzinger se va al sentirse sin fuerzas para no menguar la fuerza a la Iglesia.
El razonamiento es impecable, pero ¿se puede estar al completo servicio de Dios sólo con el cerebro, sólo a través de la inteligencia? (…) ¿Dónde queda la promesa de no desfallecer jamás, dónde el amor que mueve al Sol y a las otras estrellas?”. Eso, Salva, di que sí: si es que ya no hay pundonor.