El Mundopublica el 20 de febrero de 2013 una columna de Carmen Rigalt sobre los escándalos que implican a la Casa Real titulada Tal para cual.
El caso Urdangarin es un barómetro estupendo para medir los sentimientos de la gente. Sobre todo, los sentimientos respecto a la familia real (sin Urdangarin dentro: por muy empalmado que esté, el yerno no pertenece a ella). Con el devenir de los meses, esos sentimientos han sido cambiantes y han atravesado diferentes fases. Todavía quedan españoles que defienden a la primera familia del país, pero no hay que interpretarlo como un acto de fe monárquica.
Tras defender que la infanta Cristina, «por una cuestión de simetría matrimonial» debería de estar imputada, habla sobre su marido y su socio:
A priori, el yerno tenía muchas papeletas para gozar de ventajas judiciales. Digamos que en el maniqueo reparto de papeles, Urdangarin partía como el bueno de la película (un bueno pervertido, pero bueno al fin) mientras que Diego Torres aparecía como el mismísimo Lucifer, con el tridente en una mano y el rabo entre las piernas. A Torres, en ningún momento se le ha concedido (ni de boquilla) la presunción de inocencia. Es el traidor y se debe a las felonías.
Concluye de forma contundente:
Pero aparte está el Rey, ya digo. El Rey contaba con el afecto popular, y seguiría contando si no fuera porque los hechos se empeñan en llevarle una y otra vez contra las cuerdas. A España le duele el Rey, pero no está tan claro que al Rey le duela España. Él ha sido el principal consentidor. Los dos ángeles exterminadores de la Monarquía no son Torres y González-Peeters sino Corinna y Urdangarin, dos buitres en la corte del Rey Juan Carlos. Tal para cual.