En los espacios de opinión de la prensa de papel española encontramos este 4 de marzo de 2013 a quienes tratan de encontrar qué elementos son los que caracterizan a la política española frente a la de otros países, mientras que algún columnista nos explica por qué el auténtico líder de la Oposición no es quien ostenta tal cargo. Por supuesto, no falta quien se pregunta donde está la rubia, en clara referencia a Corinna, en todo el asunto de los AVE y las intervenciones poco claras de ciertas mujeres fatales.
Quien escribe sobre El jefe de la Oposición es Ignacio Camacho en ABC :
Si Rubalcaba pudiese teledirigir a su conveniencia la reacción del PP al escándalo de Bárcenas no lograría resultados más favorables que los que le están proporcionando a pachas entre Rajoy, Cospedal y esa ‘vieja guardia’ tardoaznarista que no se sabe si trata de proteger al presidente, al ex tesorero o a sí misma.
Analiza la división del poder interno en el PP propiciada por Rajoy, para que «nadie acumulase demasiado», ni Cospedal, ni Soraya ni los varones regionales:
Al final nadie toma decisiones y menos que nadie el líder, que se ha enrocado en torno a su propio perfil estatuario. Toda la iniciativa está en manos de Bárcenas, que maneja los tiempos con muy mala leche y parece empeñado en vengarse de la secretaria general que lo sacó del cargo.
Concluye:
Con el PSOE neutralizado por sus propios problemas y la calle ausente de un liderazgo que catalice sus protestas, Bárcenas se ha convertido en el auténtico jefe de la oposición, el único que de veras trae al PP cabeza abajo. Si conservase su escaño de senador podría incluso ocupar ese estatus; al fin y al cabo despacho nunca ha dejado de tener y ya ha demostrado que el ministro de Hacienda no le dura un asalto.
También en el diario madrileño de Vocento encontramos a una de las columnistas que indagan sobre la característica profunda del sistema político español. El titular de Isabel San Sebastián deja claro por dónde van los tiros: «Mentirópolis»:
Los italianos inventaron una palabra para definir el estado de su nación, corroída hasta los cimientos por la lacra de las comisiones ilegales: «Tangentópoli». Traducida y adaptada a nuestra realidad nacional, la expresión más correcta sería «mentirópolis»: la patria del embuste elevado a la condición de moneda de curso habitual.
Aquí gobierno y oposición hacen desde el poder exactamente lo mismo que condenaron cuando aspiraban a alcanzarlo, independientemente de siglas y colores políticos.
Muestra un pesimismo, o una indignación, profundo:
«Política» en España es sinónimo de engaño, cambalache, embaucamiento. El fin justifica los medios hasta el extremo de que cuando alguien es sorprendido en flagrante vulneración de los compromisos adquiridos (no subir los impuestos, no negociar con terroristas, no congelar las pensiones) ni siquiera se toma la molestia de reconocer una actuación reprochable y pedir perdón a la ciudadanía. Se limita a invocar la necesidad como coartada, en la certeza de que será comprendido por los suyos.
Tan arraigado está el fraude en nuestro ADN colectivo que nos hemos convertido en maestros del eufemismo a fin de poder expresarnos cómodamente trasladando al lenguaje los disfraces morales o intelectuales que vestimos con total naturalidad. Así, decimos «amiga» cuando queremos decir «amante»; «derecho a decidir» en lugar de «autodeterminación»; «proceso de paz» por «negociación con una banda terrorista»; «ajustes» en vez de «recortes».
Concluye:
A los españoles suele resultarnos pacata la mentalidad anglosajona que castiga implacablemente en las urnas las infidelidades matrimoniales de sus líderes. Tampoco terminamos de comprender que una ministra alemana dimita por haber falseado décadas atrás un dato de su curriculum. ¿A qué tanto escándalo? -nos decimos- ¡Si todo el mundo miente! En efecto. Aquí, en España, casi todo el mundo miente, y así nos va. Ése es el origen de buena parte de nuestros problemas. Porque no tener palabra es no tener honor y no tener honor es no tener sustancia, ser una ficción, un cascarón hueco, una mentira.
Lo que caracteriza a la política española es, para Almudena Grandes en El País, es algo muy diferente. Lo explica en El futuro. Tras lanzar loas a Izquierda Unida, dice:
Cada país tiene su propia tradición y en la nuestra nunca ha cabido un Partido Radical a la italiana. No surgirá por tanto ningún Beppe Grillo, pero podemos tener algo peor.
En esto último, puede tener toda la razón. Claro que para este humilde lector de columna es una pena que en España no haya habido espacio para un Partido Radical como el de Emma Bonino y Marco Panella. Hemos de confesar que nos cae bien y que, sin compartir todas sus propuestas e ideas, muchas de sus iniciativas y de las ideas que defienden merecen nuestro más firme apoyo. No se puede decir que los seguidores de Bonino y Panella no hayan intentado hacerse un hueco en estas tierras, lo han procurado, pero no han logrado cuajar con una presencia significativa.
Añade:
La insólita tolerancia mostrada por el Estado hacia una organización de extrema derecha, como Manos Limpias, podría desarrollar, por ejemplo, notables consecuencias. Si el sistema judicial consintió que una asociación que sería ilegal en cualquier otro país de nuestro entorno demandara a un juez, si sigue consintiendo que ejerza la acusación particular contra el yerno del Rey, ¿a quién le extrañaría que se presentaran, cargados de medallas, a las próximas elecciones?
Con independencia de lo que se opine de Manos Limpias, sindicato o lo que sea que no cuenta ni de lejos con todas las simpatías de este humilde lector de columnas, se trata de una organización que no ha cometido ningún delito. Por lo tanto, la «tolerancia» estatal hacia este grupo no es «insólita», es obligatoria. Insólita es la tolerancia con Bildu, una organización como poco ideológicamente comprensiva con ETA. Y la misma Almudena Grandes que quiere que Manos Limpias sea ilegal, celebraba en un artículo del 9 de mayo de 2011 —Bildu–, que esta formación pudiera presentarse a las elecciones. Nos decía:
Yo, desde luego, celebro que Bildu participe en las elecciones. Porque es justo. Porque es normal. Y, sobre todo, porque es una victoria de la democracia.
Añade Grandes en su columna del 4 de marzo de 2013:
La extrema derecha sí es una esencia, y muy castiza por cierto, de la tradición política española.
Desde aquí recomendamos a Grandes que mire un mapa de Europa y se fije en los parlamentos de los diferentes países. España es uno de los pocos en los que la extrema derecha no tiene representación en el Legislativa, con lo que parece que la columnista ve fantasmas donde no los hay. No es tan siquiera algo «castizo» en el sentido de una tradición inexistente en otros países. ¿Fue acaso Falange la excepción en una Europa de Entreguerras en la que surgieron los Fascio de Combatimento, el Partido Naci, los Cruzflechada, la Guardia de Hierro…?
Antes de despedirnos del diario de PRISA, hemos de señalar que El País una vez más ha cedido sus páginas a un político para su ‘lucimiento’ particular. En esta ocasión el ladrillo corre a cargo del presidente canario, Paulino Rivero, que en Cerrar el senado propone medidas para regenerar la democracia. En realidad, sólo propone una, y va en sentido contrario al titular:
Como es necesaria también una reforma constitucional del Senado que lo convierta en una auténtica y útil cámara de representación territorial con funciones propias y exclusivas sobre las cuestiones autonómicas -estatutos de autonomía, leyes básicas, financiación, solidaridad interterritorial, etcétera- y donde las comunidades autónomas estén representadas en exclusiva.
Traduzcamos esto del ‘politiqués’ al español hablado por los ciudadanos. Lo que propone Rivero es que sea el Senado, sin que el Congreso pueda opinar al respeto, la única parte del poder Legislativo que pueda dictar normas que afecten a las comunidades autónomas al tiempo que propone que sean los poderes de estas, y no los ciudadanos, quienes elijan a los senadores. Dicho de otro modo, propone un blindaje absoluto de las comunidades autónomas frente a la ciudadanía por si esta se cansa del despilfarro y el abuso de poder que conllevan.
Hacemos una visita rápida a La Razón, para ver al siempre brillante Borja Montoro, alias Montoro el Bueno. En su viñeta del primer lunes de marzo nos muestra a un escritor de cierta edad, con una característica pashmina morada al cuello, que dice, bajo el encabezo de «algunos lo están pasando mal», dice:
A ver si eligen pronto un nuevo Papa, porque escribir y tronar contra un camarlengo es aburridísimo.
No vamos aquí a desvelar a quién se refiere Montoro el Bueno, pero añadiremos que una vez más ‘hace gala’ de su calidad.
Pero volvamos a aquellos que escriben sobre las características profundas de la política española, o incluso de España como País. Fernando Sánchez Dragó habla de ello en El Mundo. Su columna se titula ADN:
No sólo las personas… También los pueblos y los países tienen un núcleo duro que los vertebra, un corazón de hierro que los agarrota, un destino psicológico (y a veces psiquiátrico) que los condena a repetirse.
Pone ejemplos del «ADN colectivo» de varios países:
En Pequín mandan los mandarines de Mao. La primavera árabe ha entronizado en Egipto a otro Ramsés. Libia vuelve al tribalismo y el Sáhara al bandidaje. Putin es un zar con algo de Iván el Terrible (Koba el Temible llamó Martín Amis a Stalin en una crónica atroz) y mucho de Pedro el Grande. De Gaulle y Mitterrand fueron bonapartistas, y bonapartista, como Sarkozy, aunque de capa raída, es Hollande. Obama parece Lincoln. Fidel y Chávez son tiranos banderas. La Kirchner es Evita -¿será Garzón su Perón?- y Evo se cree Túpac Amaru.
De España dice:
Un patio de Monipodio: el de la política, las finanzas, las empresas, los sindicatos, los jueces. Una inmensa corrala: la telebasura, Twitter, los SMS de los medios audiovisuales. Un enorme café al que día tras día y noche tras noche acuden los tertulianos que sin saber de nada hablan de todo para competir en el deporte preolímpico de arreglar España.
Novelas de pícaros, sainetes, astracanadas, esperpentos… Miles de devotos pernoctan al raso, entre cartones, ante paellas precocinadas y haciendo surf sobre una ola de frío siberiano, para besar los pies a una estatua a la que piden que coloque a los parados, que nadie coja la gripe y que haya paz en el mundo.
Concluye:
No pataleemos. Nada cambia nunca. Todos los esfuerzos son inútiles. La culpa es del ADN: palabra de Dios.