La culpa de todo la tienen la extrema izquierda y la extrema derecha. Sí, sí. Lo ha dicho María Antonia Iglesias, a la que a partir de ahora, por su fervor monárquico, más que María Antonia habría que llamar María Antonieta -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
Fue el sábado noche –el de las fibres– en el febril programa de Jordi González. Dios salve al Rey por sus desvelos en pro de los intereses españoles. Dios salve a Corinna Larsen si ha coadyuvado a tan trascendental misión de Estado. “¿A quién ha perjudicado?”, se desgañitaba María Antonieta Iglesias.
A esta mujer “le vendría bien el nombramiento de jefe del piquete de alabarderos”, anota Manuel Ortega en El Semanal Digital. Y añade el periodista: “Esos mismos, por cierto, que ante la huida del abuelo del actual Rey no movieron ni un dedo”. Puñalada de pícaro. Lo cierto es que el “tema Corona” –así lo llaman en algunas redacciones, por homofonía con Corinna– se ha convertido ya en carne de columna y este fin de semana eran muchos los que metían el colmillo en tan suculento manjar.
Jorge M. Reverte se ponía trascendente en El País y apuntaba: “Se ha dicho muchas veces que España no es monárquica, sino juancarlista. Ese carácter tan accidental fue una transacción de consenso para un momento de especial delicadeza, la transición de la dictadura a una democracia”. Ah, vaya. Todos pensábamos que Don Juan Carlos estaba ahí porque lo pusieron las cortes de Franco, pero se ve que no, que fue cosa de consenso.
Bien. ¿Y por qué siguió en el trono? Reverte el Chico lo explica: “Lo que pasó es que Juan Carlos I fue capaz de demostrar el 23 de febrero de 1981 que la idea no había sido mala”. Vale: el 23-F de marras. ¿Y qué pasa ahora? “Ahora –dice Martínez Reverte– el mismo personaje, y su comportamiento, han dado alas a la tesis contraria, porque la primera autoridad del Estado se encarna en una persona que no tiene que estar siempre a la altura del papel que se le ha asignado. En otras palabras, que el propio Rey es quien tiene que ganarse a pulso, día a día, su puesto de trabajo”.
El argumento es muy semejante al que Carmen Rigalt exponía en El Mundo. Todo español bien informado conocía las cosas raras que había en torno a la Zarzuela en los años 80, pero “La Monarquía estaba entonces protegida por un muro defensivo a cuya edificación habíamos contribuido los periodistas tras el 23-F”. Bien: aquí al menos hay un cierto tono de mea culpa. Continúa la Rigalt: “Siendo cierto que la autocensura funcionaba, lo que se imponía era la convicción de que al Rey teníamos que estarle siempre agradecidos porque había colaborado en el asentamiento de la democracia”.
Eso se habría acabado hoy entre Corinnas y Urdangarines. Hoy se ha levantado la veda. Lo cual no quiere decir –concluye Carmen Rigalt– que haya una “causa general” contra la Monarquía, como señalan algunos “papanatas”. ¿Papanatas? ¿Por quién irá eso? Sin duda por Francisco Marhuenda, que el sábado, en La Razón, soltaba incienso a la Corona sin reparar en los gastos: “No cambiaría ni a Don Juan Carlos ni a Doña Sofía por cualquier otro soberano o por un presidente de la república. El balance de estos años es abrumadoramente positivo y cualquier error, algunas veces exagerado o sacado de contexto, queda eclipsado por la sucesión de aciertos”.
Eso de cambiar a Don Juan Carlos –o a Doña Sofía– por otro es un ejercicio que, la verdad, nunca se me había ocurrido. ¿Cambiaría usted a Juan Carlos I por Felipe II, por ejemplo? El ejercicio es de una riqueza inagotable. ¿Por quién cambiaría Marhuenda a Corinna? Este asunto de las coronas y las corinnas anda también bullendo en el ámbito bolchevique, donde, como decía María Antonieta Iglesias, se acusa a la extrema derecha de estar enredando.
Almudena Grandes –sí, otra vez ella– quiere poner fuera de la ley a Manos Limpias, la asociación de Miguel Bernat. ¿Por qué? Porque es de “extrema derecha”, claro. Dice así la hermana pequeña de la pasionaria: “La insólita tolerancia mostrada por el Estado hacia una organización de extrema derecha, como Manos Limpias, podría desarrollar, por ejemplo, notables consecuencias. Si el sistema judicial consintió que una asociación que sería ilegal en cualquier otro país de nuestro entorno demandara a un juez, si sigue consintiendo que ejerza la acusación particular contra el yerno del Rey, ¿a quién le extrañaría que se presentaran, cargados de medallas, a las próximas elecciones?”.
Lo de esta señora es la recaraba: pase lo que pase, siempre quiere prohibir a alguien que piense diferente. Menos mal que Antonio José Chinchetru responde a la miliciana sudorosa en Periodista Digital: “Con independencia de lo que se opine de Manos Limpias (…), se trata de una organización que no ha cometido ningún delito.
Por lo tanto, la “tolerancia” estatal hacia este grupo no es “insólita”, es obligatoria. Insólita es la tolerancia con Bildu, una organización como poco ideológicamente comprensiva con ETA. Y la misma Almudena Grandes que quiere que Manos Limpias sea ilegal, celebraba en un artículo del 9 de mayo de 2011 que esta formación pudiera presentarse a las elecciones”. Toma del frasco, Carrasco.
A propósito de ETA y sus “comprendedores” bolcheviques, la otra noche pasó en La Sexta Noche –L6N, programa de la cadena sixtina– algo casi sobrenatural: se nos apareció en voz mortal nada menos que Xavier Vinader, aquel periodista –no le negaremos el título– que en los ochenta se dedicaba a señalar “fascistas” que luego, oh, casualidad, eran asesinados por ETA.
Vinader intervino como invitado en un programa que L6N dedicó a Jordi Évole, el simpático gamberro con el que todo político de derechas desea cohabitar para parecer más progre. Nota para esas almas de cántaro: Vinader fue presentado en el programa como “mentor” de Évole. O sea que Évole es la “segunda generación” de los Vinader y compañía. Bien, todo aclarado.
Un último apunte sobre La Sexta: resulta que el PP, dentro de su inteligentísima política de comunicación, ha decidido vetar la presencia de representantes populares en los programas de La Sexta. La última perjudicada ha sido Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid. Otros dicen que el PP la ha vetado por ser, precisamente, Cristina Cifuentes. Ya hablaremos, ya, de las riñas de señoras en la calle Génova