“La enfermedad derrota a Chávez” (El País); “Chávez, muerte del caudillo’ (La Razón); “Muere Chávez” (ABC); “Maduro convierte la muerte de Chávez en un asesinato imperialista”. La gran noticia del día, caída como una bomba con el anuncio por el vicepresidente y sucesor designado Nicolás Maduro en la tarde noche del martes, la recogen con notable parsimonia las portadas de la prensa diaria –CHÁVEZ, MÁS GRANDE QUE LA VIDA (SIGA LEYENDO EN LA GACETA)-.
Parsimonia, digo, comparada con el pandemónium que se montó en cuestión de segundos en las redes sociales (eufemismo para Twitter; las otras son para colgar fotos de gatitos y el viaje a Cancún). Suele decirse de muchos personajes que “no dejan a nadie indiferente”. En el caso de Chávez, la expresión se queda corta.
La muerte de Chávez ha funcionado como un gigantesco, exagerado test de Rorschach, nos ha retratado a todos. A la civilizada izquierda de acá se le ha visto el plumero caudillista, salivando con sus impulsivos “¡exprópiese!”, su retórica del azufre y ese gobernar a golpe de decreto.
Y la derecha no sabe cómo minimizar su popularidad o tragar su tolerancia de los signos democráticos –Parlamento, medios opositores, partidos, elecciones–, llamando “dictador” a un presidente electo o “totalitario” a quien consentía, cuando menos, a Capriles hablando en su contra y llevándose una buena parte del Parlamento. Desde “Hasta siempre, Comandante” y las líricas lágrimas de un Gaspar Llamazares o un Alberto Garzón hasta los “¡ahora sí vas a oler a azufre!” de mucho anónimo.
En momentos así, El País no nos vale: muy blando. Su editorial- Una huella desmedida– es aún más previsible que de costumbre, desde la primera frase –“La muerte de Hugo Chávez tras una intensa batalla de dos años contra su enfermedad pone un punto y aparte en la historia reciente de Venezuela, más allá de su condición de jefe del Estado hasta el momento de su fallecimiento”– hasta el final en el que dice –bostezo– que su sucesor lo tiene bastante más crudo. Nada que ver aquí, sigan circulando.
No, hay que ir a la izquierda fetén. A Público, por ejemplo, con titulares como “Marea chavista en Caracas” (abriendo), “América Latina honra al líder bolivariano”, “Muere Chávez, el mito vive”, “Está más vivo que nunca”, “Una vida bolivariana y revolucionaria”, “El niño que creció vendiendo papaya”, “Estará acompañado por todo el pueblo”, “Chávez: un legado de dignidad para un continente” o, mi preferida, “Antiimperialista e inmortal”.
Por cierto, que hay mucho misticismo de este en la izquierda atea, en plan “te has ido para quedarte para siempre” o –Evo Morales dixit– “Chávez está más vivo que nunca”, una retórica que quizá consuele a los revolucionarios pero que no creo que convenza a los seres queridos del extinto presidente. Y es que la muerte les confunde, como la noche a Dinio, porque es un fenómeno universal para el que la Revolución no tiene respuesta.
En la izquierda no hay otro norte fijo que la adscripción a la tribu, que puede usar el mismo argumento para atacar y para defender, para criticar como para elogiar. Hablará de espadones con desprecio si la cosa es de los otros, pero se derrite al paso de un comandante tanquista y le priva su Che de verde olivo. La religión puede ser el opio del pueblo y el cristianismo causa de todos los males, pero cuando el difunto comandante habla –como hacía con irritante frecuencia– de Cristo y de la Virgen, pues se corre un piadoso velo y a otra cosa. Y así.
Y así, aunque la izquierda se ha hartado de jugar al me-discriminan-por-ser-mujer sea o no plausible, Rosa Montero, en “Esas caras”, ridiculiza a Corinna por intentar exactamente la misma coartada: “Que una rubia se queje de que por ser rubia la consideran tonta me parece una prueba de necedad. Es como lo de la excusatio non petita, accusatio manifesta.
A qué viene resaltar con ñoño mohín lo de su rubiez, si no es porque justamente ha utilizado siempre esa rubiez como cualidad profesional más destacada”. No sabe la princesa que para usar esa carta se requiere un certificado de limpieza de sangre izquierdista expedido por algún santón rojo como, por ejemplo, la propia Montero.
No sé si es síndrome de Estocolmo de tanto pasear por las páginas de El País, pero Elvira Lindo me gusta cada día más. Tiene una columna en el diario de Prisa, “Perspectiva”, que debería ser lectura obligada de todos los revolucionarios quincemeros que pasean guillotinas de cartón por las plazas y hablan de la crisis como si fuera la peor que ha sufrido la humanidad. Lindo pone las cosas en su sitio entre tanta exageración con motivo de un comentario a una noticia sobre el sida: “Varios lectores afeaban al periodista que hubiera alineado a España entre los países ricos: ¡con la que está cayendo!”. Y añade Elvira: “La crisis ahoga de tal manera que hace perder perspectiva. En España (de momento), los tratamientos del VIH son gratuitos.
Pero no es casual que la melodramática Mariló Montero (TVE) le preguntara a la directora de Unicef: “¿Tenemos ya que dejar de hablar de África, negritos y hambre para hablar de España, blanquitos y hambre?”. A lo que Paloma Escudero, que, por cierto, iba a hablar de esos dos millones de niños que en nuestro país viven bajo el umbral de la pobreza, contestó serenamente, “España no es África”. Olé.