Algo está mal, muy mal, en el principal partido de la oposición cuando se le dedican más artículos en los espacios de opinión de la prensa de papel que al Gobierno. Y eso es precisamente lo que ocurre el 19 de marzo de 2013. Además, en estos textos hay para todos los gustos. Desde una defensa de José Blanco por parte de una columnista con una evidente afinidad con el Partido Popular hasta una propuesta de renovación a través de un ‘dinosaurio’. Qué cosas hay que ver en los periódicos españoles.
El País publica un artículo sobre la situación interna del PSOE escrito por uno de los miembros intelectualmente más solventes de la principal formación de izquierdas españolas, Nicolás Redondo Terreros, uno de los pocos políticos cuyos textos merecen la pena ser leídos y no tienen un efecto soporífero sobre quien se enfrenta a ellos. El escrito se titula PSOE: todo o nada. Se muestra muy crítico con su partido:
Efectivamente, el Partido Socialista se muestra descohesionado a causa de una pérdida de poder tan abrupta como amplia. Pero la cuestión que se plantea no es tanto el natural deshilachamiento del PSOE, sino si los síntomas son el reflejo de problemas más profundos, más intemporales que los provocados por la siempre desagradable reubicación en la oposición en la mayoría de Ayuntamientos y comunidades autónomas de España, así como en el Gobierno de la nación.
Da una de cal y otra de arena a Rubalcaba. Reconoce su «gran valor político» pero añade que «nadie puede dudar de que este crédito esté lastrado, como se demostró en el debate del estado de la nación, por su muy dilatada vida política y por la naturaleza secundaria de la misma». Tras mostrar poco entusiasmo con la idea, prácticamente olvidada por todos, de cambiar el nombre al PSOE para incluir la denominación ‘Partido de los Socialistas Europeos’, añade:
Por el momento yo me conformaría con un proyecto común para toda España, sobre el que no discreparan los socialistas en materias tan fundamentales como la autodeterminación, con las mismas ideas, con el mismo lenguaje, basado en la racionalidad ilustrada, sin incrustaciones románicas y nacionalistas, parapetado en nuestra realidad y en nuestro tiempo.
Sostiene que el acuerdo entre PSC y PSOE «solo funcionó cuando el PSOE era muy fuerte y sus dirigentes tenían una posición prominente desde un punto de vista intelectual y político, es decir, desde 1977 hasta la dimisión de Joaquín Almunia». Añade que actualmente los socialistas catalanes «son prisioneros de la dinámica nacionalista».
Concluye con un toque de atención a Rubalcaba y al conjunto de la dirección socialista:
Rubalcaba no debe pensar que el tiempo solucionará el problema o por lo menos que lo ocultará; cada día volverá a aparecer con ímpetu para avergonzar y restar crédito a los unos en Cataluña y a los otros en el resto de España. La solución pasa por renunciar a que el PSOE tenga un discurso propio en Cataluña a cambio de que el PSC renuncie a sus derechos en Madrid, mejor en Ferraz, o que los socialistas españoles sigan teniendo un discurso propio para Cataluña y vocación de representar a los ciudadanos catalanes. Están en el mismo dilema que según Tito Livio se le planteó a Roma en su día: «Vosotros pensáis que lo que se trata es si se ha de hacer la guerra o no, y no es así. Lo que se trata es si esperáis al enemigo en Italia o si iréis a combatirlo en Macedonia porque Filipo no os permite escoger la paz».
Rosa Montero firma en la contraportada del diario de PRISA una columna titulada Diwaniya, localidad iraquí donde se habría filmado el vídeo en el que unos supuestos soldados españoles torturan a un supuesto prisionero. La articulista no duda de la autenticidad del vídeo:
Creo que España entera espera con el aliento contenido una investigación urgente de esta brutalidad, un claro castigo. Lo necesita el Ejército y lo necesitamos todos para limpiarnos de esa mugre, para apaciguar nuestro desasosiego.
De por hecho, eso sí, que los autores de la supuesta salvajada son la excepción y no la norma en el Ejército español:
Ya me he enterado de que los manuales del Estado Mayor español ordenaban un uso mínimo de la fuerza y prohibían la tortura: es un alivio saberlo. Y también sé que en todo colectivo puede haber matones y sádicos, sobre todo cuando el juego que se juega es el de la guerra, con la ruptura de límites y el empleo de violencia que conlleva.
Señala que el vídeo se gravo en 2004, pero que hasta ahora nadie denunció su existencia, lo que le plantea una serie de cuestiones que nos parecen muy pertinentes:
Si mis sospechas son ciertas y el vídeo ha corrido, ¿nadie ha sido capaz de denunciarlo en estos nueve años? Y una pregunta más: pero entonces, ¿por qué y para qué ha aparecido ahora? Todo esto sí que inquieta, desde luego.
Este humilde lector de columnas tiene sus dudas sobre el vídeo, no sólo porque quien lo ha dado a conocer sea el mismo medio que publicó en su portada una foto de un Hugo Chávez entubado que resultó no ser Hugo Chávez, con tubos o sin ellos. Parece ser –en realidad se aprecia mal, y tan sólo un experto puede aclararlo– que el uniforme que visten los protagonistas del vídeo sí es del Ejército español, pero no el utilizado en Iraq y otras zonas de desierto, sino el conocido como ‘boscoso’ (propio de climas templados con bosques). Claro que eso tampoco significa nada, puesto que puede que usaran esta segunda equitación dentro de la base.
En cualquier caso, urge una investigación urgente. No nos engañemos, en cualquier ejército del mundo puede haber salvajes, cuyos rasgos más brutales pueden salir a la luz precisamente en situación de guerra, sin que por ello tenga que colegirse que el conjunto de esas fuerzas armadas sean tan deleznables como los peores y excepcionales elementos que hay dentro de ellas, como en cualquier otra institución. Defensa debe investigar y aclara si el vídeo es auténtico o falso. Si resulta que no es un montaje, debe castigar a quienes participaron en esas torturas y a quienes las toleraron. Eso sí, si al final se descubre que es falso, en El País alguien debería asumir responsabilidades. Serían ya demasiadas meteduras de patas consecutivas.
Y si Rosa Montero no pone en duda la autenticidad del vídeo –tampoco creemos que pueda hacerlo, al fin y al cabo escribe en el medio que lo ha hecho público–, en La Razón Alfonso Ussía da casi por seguro que se trata de un montaje. Lo dice en El vídeo:
Hace bien el Ministerio de Defensa en abrir una investigación, pero dudo mucho de su eficacia. Esa escena ha podido ser grabada en Iraq o en Guadalix de la Sierra.
Pone en duda su autenticidad incluso por el hecho de que sea el diario de PRISA el que lo da a conocer:
Además, que la fuente de la noticia es «El País», un periódico que se equivoca mucho últimamente. Y no lo escribo en plan de crítica, pero cuando un medio de comunicación tiene que estar más pendiente de sus deudas que de sus informaciones, este tipo de inconvenientes pueden surgir por la desmoralización o falta de rigor de sus responsables.
Insiste:
Para mí, e insisto en mi capacidad para la comprensión, que se la han metido de nuevo doblada a los responsables del diario madrileño que se independiza de la mañana, según palabras de nuestro inolvidable e inolvidado Santiago Amón.
Se pregunta:
¿Qué elemento permite sospechar que ese vídeo ha sido grabado en Iraq? Ninguno. ¿Quién conoce a los cuatro presuntos soldados españoles que dan la paliza a un prisionero que no se ve? Por ahora, nadie. Y me temo, que por ahora y por siempre. ¿Qué rostro y qué identidad tiene el prisionero apaleado? Un misterio. La grabación es malísima, y muy sencilla de llevar a cabo. Los uniformes se venden en el Rastro, y un sótano se encuentra fácilmente.
Concluye, eso sí, reconociendo que existe un mínimo riesgo de que el vídeo sea auténtico:
Insisto en que me parece no bien, sino fundamental, que se investigue por parte del Ministerio de Defensa la veracidad de esa grabación. Creo que se quedará en nada, aunque permanezca la mancha gratuita e injusta en la rectitud de nuestros soldados. De ser verdad, firmo con la misma seguridad este artículo. Sería injusto y parcial. Pero lo asumo. Si tantos atacan a nuestros militares sin motivos, yo los defiendo con razón o sin ella.
Pero volvamos a los artículos sobre el PSOE. Si no fuera por el hecho de que Luis María Anson está empeñado en regenerar la política española proponiendo poner al frente de los partidos a quienes la han protagonizado durante años –lo que viene a ser como querer renovar el parque automovilístico proponiendo llenar las carreteras de SEATS 600 y R-5–, resultaría muy llamativo su artículo de este día. Propone, nada más y nada menos, que José Bono sea quien pase a liderar a los socialistas. Es más, le reclama que se presente a secretario general de su formación política y después a presidente del Gobierno. Lo hace en ¿La hora de José Bono?
Los socialistas deben poner los pies sobre la realidad pues a España le conviene un PSOE robusto que articule la representación constitucional en todas las Autonomías. Lo difícil es responder a esta pregunta: ¿y después de Rubalcaba, quién? El ideal sería que el socialismo democrático encontrara un dirigente joven sin desgaste de Gobierno y con los flancos resguardados de antiguos errores e incesantes corrupciones. Por el momento ese nombre no ha surgido y parece demasiado arriesgado improvisarlo.
En un gesto que no parece de una gran valentía, Anson atribuye a otros la responsabilidad de proponer a Bono como nuevo líder socialista, cómo si él se limitara a dejar constancia de lo que le cuentan:
Dirigentes socialistas muy destacados, no todos, claro, apuntan en la dirección de José Bono. En su momento habría que elegirle secretario general del partido y presentar después su candidatura a las elecciones generales. Hoy por hoy, el expresidente del Congreso es el político socialista que puede contener la hemorragia de los votos perdidos y recuperar en proporción considerable lo que se llevó el vendaval de las elecciones el año 2011.
Bien pensado, es posible que la idea no sea del propio Anson y que haya aceptado convertirse en propagandista de algún interlocutor socialista. ¿Tal vez el propio Bono?
Concluye reclamando su presencia:
José Bono no tiene una tarea fácil por delante. Sería lamentable que se zafara de su responsabilidad histórica y no asumiera la regeneración de un partido clave para la estabilidad de España.
Lucía Méndez analiza, sin ofrecer soluciones tan exóticas como las de Anson, la situación interna de los socialistas en La indiferencia:
¿Quién puede observar hoy al PSOE sin sentir pena? Hasta los propios dirigentes socialistas sienten pena de sí mismos y no es de extrañar. Hace sólo un año, los socialistas renovaron su liderazgo eligiendo a Rubalcaba como secretario general y desde entonces no han hecho más que empeorar. La calle está indignada con el PP, pero ignora supinamente al PSOE. La indiferencia es mucho peor que el odio, en este caso.
Se muestra muy dura con el Rubalcaba:
Y los compañeros y compañeras socialistas, aún aquellos que apoyaron a Rubalcaba en el Congreso, no son tontos. Ven con impotencia que en este año de mandato del secretario general todo ha ido a peor y que por mucho que preparen con mimo una propuesta programática, la Conferencia Política se centrará en el cambio de liderazgo. España ha cambiado mucho en estos cinco años de crisis. El postmodernismo de la época de Zapatero ya no existe.
Concluye:
Ésa es la tragedia de Rubalcaba y de la dirección del PSOE. Una tragedia que no tiene fácil solución. Nadie parece saber bien qué hacer en estas ciscunstancias. Nadie puede presentar recetas mágicas ni no mágicas. Pero si hasta la Iglesia católica ha sabido que no podía seguir por el camino que llevaba y ha decidido renovarse, parece mentira que un partido como el PSOE esté como está sin capacidad para reaccionar.
En el diario de Unidad Editorial hemos encontrado también un excelente artículo que explica cómo se ha llegado al corralito chipriota y quiénes son los responsables. Son muchos más que la canciller alemana. La pena es que la columna, obra de John Müller, es tan competa y esclarecedora que citando sólo unas líneas perdería su sentido. Por tanto, renunciamos a reseñarla y les recomendamos que la lean íntegra. Se titula con un parcialmente irónico La culpa es de Merkel.
Para cerrar este repaso diario a los artículos de opinión volvemos a otro que trata sobre el PSOE. En concreto, se trata de una curiosa y parcial defensa de un presunto corrupto socialista por parte de Edurne Uriarte en ABC. Se titula Blanco tiene razón… ahora. En justicia, hay que señalar que Blanco es la excusa para defender a todos aquellos políticos de todos los partidos que se niegan a dimitir incluso cuando resultan imputados.
El problema de José Blanco es su sonora incoherencia, la insoportable contradicción entre lo que decía cuando se refería a los políticos imputados de la oposición y lo que dice ahora que habla de sí mismo. Pero lo de ahora resulta probablemente una buena propuesta que podría aplicarse como norma ética general a todos los políticos imputados. Que las dimisiones se produzcan en caso de apertura de juicio oral. De tal manera que acabáramos de una vez con esta demagogia cada día más incontrolable del dimítase aplicada con desenfreno a los políticos del otro bando de quien pide la dimisión. Y, sobre todo, de tal manera que este país fuera coherente con su propia teoría sobre la presunción de inocencia que se aplica en exclusiva a la sociedad civil pero no a la clase política.
Va más allá:
En realidad, un respeto escrupuloso de la presunción de inocencia exigiría que la dimisión se produjera en el momento de la condena, pero, dada la duración de los procesos judiciales, eso sí parece una quimera. Lo otro, una decisión sobre la apertura de juicio oral por parte del juez de instrucción, en cambio, podría ser una razonable medida para acabar con la demagogia sobre las dimisiones.
Como es normal en Uriarte, la crítica a los ciudadanos que están enfadados con los políticos es dura:
La demagogia social y periodística que reparte responsabilidades y culpabilidades con una frivolidad a veces inquietante.
Concluye:
Seguramente, es también una quimera que los partidos políticos alcancen un acuerdo sobre la ética de las dimisiones y el momento procesal conveniente para presentarlas. Pero no hacerlo contribuye a la creciente desconfianza hacia los políticos, a su propia destrucción.