Los escraches siguen muy presentes en los espacios de opinión de la prensa de papel española este 27 de marzo de 2013. Va cediendo, eso sí, terreno ante otras cuestiones. Y se agradece; a este humilde lector de columnas le daba algo de pereza dedicar un tercer monográfico consecutivo a ese asunto. Los ERE fraudulentos, y por extensión la corrupción en Andalucía va adquiriendo fuerza como tema que merece ser comentado por los articulistas de los periódicos impresos. Alguna cosa más nos encontramos.
Arrancamos con el auto proclamado ‘diario de la Catalunya real’. Tras la carga de la caballería ligera periodística que nos ofrecía 24 horas antes El Periódico en defensa de los actos de acoso a políticos por parte de activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca –tres columnistas escribieron a favor de esta versión española de los piqueteros argentinos–, el propio director del rotativo barcelonés ha enmendado la plana a sus articulistas. Enric Hernàndez escribe ‘Escrache’: el averno de la barbarie:
El colectivo que encabeza Ada Colau ya ha practicado el escrache en los domicilios familiares de varios diputados conservadores. No fueron ellos, ausentes, sino sus hijos y demás parientes quienes padecieron la enemiga de la turbamulta.
Señala que el escrache tiene su origen en Argentina, como una protesta ciudadana contra los altos cargos de la dictadura condenados por genocidio que fueron posteriormente indultados por la democracia. Enumera los delitos atribuidos a los señalados por el escrache: Torturas, desapariciones, ejecuciones… Acto seguido se plantea:
¿Y qué ‘crímenes’ cabe imputar ahora a los diputados del PP? Pues discrepar de los postulados que con todo derecho defiende la PAH y representar la soberanía popular con la legitimidad que les confieren los casi 11 millones de votos cosechados en las últimas elecciones.
La plataforma de Colau ha demostrado que, frente a la efímera efervescencia de un 15-M incapaz de galvanizar la indignación social, los ciudadanos pueden defenderse de los poderes públicos y privados si se organizan en torno a causas tan justas como la lucha contra la sangría de los desahucios hipotecarios. Pero ni el más noble de los fines justifica el empleo de medios innobles.
Tras incluir una crítica al PP –«Al identificar a la PAH con el terrorismo etarra, la derecha incurre en similar desvarío que quienes tachan de «criminales» a los directivos de la banca»– concluye:
Si las palabras las carga el diablo, tras las prácticas de amedrentamiento social asoma el averno de la barbarie. La intimidación mediante la violencia, sea esta verbal o física, se dirija contra políticos juzgados como adversarios, contra minorías étnicas o contra compañeros de trabajo, resulta del todo inaceptable en una democracia civilizada.
En El País Elvira Lindo escribe en Dimes y diretes sobre la corrupción, citando caso que afectan tanto al PP como al PSOE, y sobre el hartazgo ciudadano:
Pero hay ya una impaciencia colectiva; una hartura clamorosa por el hecho de que nada sea sancionado o castigado con cierta celeridad; una necesidad de que las malas prácticas provoquen expulsiones o dimisiones; un deseo imperioso de que alguien, de una puñetera vez, vaya a la cárcel. Los juicios se alargan insoportablemente, los políticos se acusan unos a otros para salvar su honorabilidad y existe la sensación de que las responsabilidades personales se diluyen tras las siglas de los partidos. Nada parece tener un desenlace, ni el caso Bárcenas, ni el ERE andaluz, ni el juicio de Urdangarin.
Concluye:
Pero el cabreo sordo de la ciudadanía seguirá creciendo, algunos opinadores (entre los cuales no me encuentro) justificarán una violencia que me temo que acabará por producirse si los políticos no salen de esa concha en la que se refugian, aceleran el castigo a los culpables y muestran una solidaridad activa con los desahuciados.
En ABC, Gabriel Albiac firma una columna que va a escocer a muchos al sur de Despeñaperros, sobre todo a esos que tienen la costumbre de confundir al gobierno del lugar con el conjunto de la población –personas así las hay en todas partes– . Se titula Régimen andaluz y arranca fuerte:
No es en rigor una «Comunidad Autónoma·. Es algo mucho más serio. Y más difícil de arreglar. Andalucía es un régimen. Nacido del fracaso de otro, para cuya configuración le fuera atribuida función de experimento: el régimen de medio siglo mínimo, que profetizara para España Felipe González al iniciarse los años ochenta. Régimen socialista. Que es el modo cortés de decir parasitario.
Desde aquel epicentro de la eufórica corrupción a gran escala, el PSOE configuró su máquina de guerra. Aprendida en los modelos caudillistas hispanoamericanos, tan a medida de saber, ética y estética de sus líderes: «plata o bala». Había dinero de sobra para comprar fidelidades. Las ayudas europeas eran un fondo infinito y sin control. Y el laboratorio andaluz iba a servir para poner a prueba los límites de su saqueo. Y esos límites revelaron ser ninguno.
Añade:
Faltó poco para que el modelo andaluz fuera impuesto en toda España. De haberse logrado, estaríamos ahora en situación bastante más frágil que la de Chipre. ¿Qué falló? Un exceso de confianza, puede. Los de González y Guerra habían adquirido en su laboratorio bético tal certeza de omnipotencia que no vacilaron en apostar por formas excesivamente manifiestas de delito.
Tras señalar que el «régimen» de Andalucía «pronto alcanzará la longevidad del franquismo», concluye:
Andalucía ha seguido la trágica trayectoria de todas las economías subvencionadas. Hubiera podido ser la California española: lo tenía todo para ello. Y sólo ha sido ruina sobre ruina. Bajo el sórdido barniz de un parasitismo políticamente muy rentable. Sí, claro que tiene razón la juez Alaya: la corrupción no ha sido allí accidente, ha sido norma. Ellos llaman a eso socialismo.
El diario madrileño de Vocento también tiene quien escriba sobre los escraches, en este caso José María Carrascal. El hombre que hizo famosas las corbatas más llamativas de la historia de la televisión en España titula precisamente Nuestros escraches.
Su problema no es su nombre, sino sus hechos: acosar a los dirigentes del PP y a sus familias. Cuando hemos convertido el acoso sexual en un grave delito, resulta que la nueva izquierda se arroga el derecho de acosar de palabra y obra no sólo a los que ha condenado sin juicio, sino también a sus esposas e hijos. De nada les sirve tener inmunidad parlamentaria, sino que tanto ellos como sus familiares se ven expuestos a tal hostigamiento, con el aspecto de cacería, en la que sólo faltan los perros, aunque no faltan trompas, insultos, amenazas y pancartas enarboladas como armas.
Concluye:
[Se trata] de una de las más viejas tácticas de la izquierda cuando no puede ganar en las urnas. Desde una superioridad moral que ha demostrado por activa y pasiva no tener, se arroga el privilegio de asediar indiscriminadamente a personas que considera han cometido directa o indirectamente injusticia. Cuando la mayor vulneradora de la Justicia es ella. Estamos ante la versión urbana de lo que el famoso salteador de fincas y supermercados Gordillo practicaba en Andalucía. Impunemente.
Y encima, reciben subvenciones. Esto empieza a oler a los años 30 del siglo XX que apesta.
Javier Esparza dedica en La Gaceta, periódico del que es director, su artículo Kant y los membrillos a responder un texto de Isaac Rosa en El Diario.es titulado «El escrache es ilegal, violento y yo no querría sufrirlo, vale, ¿y qué?«:
O sea que el acoso a personalidades públicas es una burrada, pero, bueno, ¿y qué? Hay que ser membrillo. Es verdad que la izquierda naif siempre ha tenido problemas para diferenciar el bien y el mal.
Añade:
Por no salirnos del crisol intelectual progre, Rosa podía haber obtenido respuesta en otra relevante firma de izquierdas, Emilio Trigueros, que el día anterior evocaba a Kant: «Obra siempre de manera que puedas desear que tu comportamiento se convierta en legislación universal». ¿Querría Isaac Rosa que todo el mundo -todo- se dedicara a acosar a todo el mundo -todo- en cualquier parte y a cualquier hora? ¿Estaría dispuesto a soportar todo eso sin quejarse? Lo dicho: hay que ser membrillo…
Terminamos por esta jornada en La Razón. Ely del Valle nos vuelve a acercar al apestoso caso de los ERE fraudulentos. Lo hace con un titular que da la vuelta al muy famoso título de la novela de John Kennedy Toole: ‘La conjura de los necios’. Así, Del Valle apuesta por escribir sobre la Conspiración de los listos. Haciendo de César Vidal o de Esparza, arranca con una anécdota histórica para introducirnos en el asunto que va a tratar:
Cuando en 1870 el general Prim fue nombrado presidente del Consejo de Ministros le preguntó a su fiel ordenanza cómo podía pagarle los servicios prestados. La respuesta no se hizo esperar: «Señor, nómbreme coronel retirado».
Lo de los ERE andaluces es prácticamente lo mismo: favores pagados con jubilaciones falsas a cargo del presupuesto destinado a quienes sí tenían derecho a recibir subvenciones. Una canallada imposible de justificar.
Tras repasar el papel, comprobado o presunto, de figuras como Chávez, Griñán y un líder sindical, concluye:
Que ahora PSOE y UGT hablen de conspiraciones tiene su guasa. Si lo sabían -que parece lo más probable- deben asumir su culpa, y si no lo sabían, alguno debería dimitir por ser un incompetente al que los suyos le estaban segando la hierba bajo los pies sin que se enterara. En cualquiera de los casos, Méndez – al que no se le espera-y Griñán – que sale por peteneras- están demostrando ser unos perfectos inútiles cuando no unos dirigentes con la cara más dura que el cemento armado.
Por su parte Alfonso Merlos escribe un artículo que, a pesar de tener un título que podría ser el de una película de terror para adolescentes, retrata de forma fiel algo que resulta muy serio: Zombis con metralletas. Sobre el último comunicado de ETA advirtiendo de ‘consecuencias negativas’ de una oposición del Gobierno a negociar, dice:
Estamos ante un aviso para navegantes, o más exactamente, para pardillos. Esta banda de verdugos no forma parte por desgracia del pasado de España. Y se han propuesto recordárnoslo de una forma tozuda y taxativa. Estamos ante unos zombis con metralletas. Unos despojos a los que algunos daban por liquidados pero que de repente resucitan para seguir dando guerra. Y si no nos damos por aludidos o enterados, peor para todos.
Concluye con una proclamación de una gran confianza en este asunto hacia la aptitud del Ejecutivo de Mariano Rajoy:
La buena noticia es la presencia de un Gobierno que mantiene sus principios, su palabra, sus valores, su programa y su compromiso con la derrota incondicional, sin fisuras, de vulgares criminales que nos han amargado la vida. No hemos llegado hasta aquí para arrodillarnos ante un puñado de sabandijas y unos mediadores internacionales que no son sino un ejército de cínicos vividores. Las víctimas nunca lo permitirían. Y unos cuantos millones de españoles, con ellas, tampoco.
Ojalá tenga razón Merlos en la confianza que pone en La Moncloa.